La grave problemática que el mundo está enfrentando con la pandemia de Covid-19 ha relegado a un segundo plano un problema también extremadamente serio como lo es la polución en las grandes ciudades y sus consecuencias; a veces relegadas o no del todo conocidas.
Vehículos, motocicletas, camiones, autobuses, aerosoles, aires acondicionados y calefacciones convierten las grandes ciudades en una burbuja de gases y partículas tóxicas.
La contaminación atmosférica en las grandes urbes se relaciona con cerca de 1,3 millones de muertes prematuras al año en todo el mundo. Los altos niveles de contaminación recortan la esperanza de vida una media de ocho meses en Europa y más de dos años en las regiones más contaminadas.
La exposición a ciertos contaminantes como las partículas en suspensión, el ozono troposférico o el dióxido de nitrógeno tiene efectos nocivos para la salud.
Enfermedades respiratorias, ateroesclerosis, disfunciones cognitivas, defectos de nacimiento, problemas respiratorios infantiles, partos prematuros o diabetes son algunos de los efectos provocados por la contaminación, según el último informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Según la misma organización, la mortalidad por factores ambientales son de 17% en los países desarrollados y de 25% en los países empobrecidos.
Nos exponemos a cientos de partículas contaminantes cada día. Por falta de información, los ciudadanos padecemos las consecuencias de un consumo desmedido e inconsciente.
El dióxido de nitrógeno, gas tóxico producido durante el proceso de combustión de los motores de los vehículos, provoca daños respiratorios y puede llegar a ser mortal. Sus efectos se producen en concentraciones inferiores a los valores máximos aceptados en la Unión Europea.
Sin embargo, no existen protocolos ni medidas eficientes para reducir su presencia. Tampoco se informa a los ciudadanos de los riesgos que entraña este tipo de gases, provocados por un acto cotidiano al que muchos se niegan a renunciar.
Es indispensable la acción de las autoridades públicas a nivel nacional, regional e internacional para frenar la nube toxica que amenaza la salud y el bienestar de millones de personas en todo el mundo.
La OMS ha instado a la Unión Europea a endurecer sus límites legales de contaminación tras conocer que el impacto de la polución sobre la salud es aún más nocivo de lo que se pensaba.
Establecer protocolos y planes internacionales contra la contaminación es esencial; sin embargo, también es necesario que cada ciudadano sea consciente de que sus acciones tienen consecuencias para el medio ambiente. Utilizar el transporte público, reciclar, no abusar de la calefacción y del aire acondicionado son pequeños gestos que pueden ayudar a salvaguardar nuestro ecosistema y nuestra vida.
En la carrera por el crecimiento industrial y el desarrollo nos hemos olvidado de lo más importante: la salud. Las grandes urbes como Londres, Nueva Delhi o Pekín son algunos de los ejemplos más representativos. En la capital china se han triplicado las enfermedades pulmonares como consecuencia de los altos niveles de contaminación. Más de 4.000 personas fallecen cada año de manera prematura en Londres como resultado de la mala calidad del aire. En la capital india, las partículas en suspensión han aumentado un 47% y el dióxido de carbono un 57% entre 2000 y 2011, como consecuencia de los 1.400 vehículos que se estrenan cada día en sus calles. Cifras que convierten la contaminación del aire en el sexto factor de muerte en Asia. Problemas pulmonares, bronquitis, asma o cáncer de pulmón son resultado de la exposición a niveles extremos de partículas contaminantes.
Las grandes ciudades se vuelven irrespirables. Los principales centros urbanos, enfermos por el consumo abusivo e inconsciente de sus habitantes, necesitan un verdadero compromiso a nivel nacional e internacional para recuperarse. Una política de educación y concienciación social es también imprescindible para reducir los niveles de contaminación y proteger nuestro planeta. Un planeta del que todos dependemos, y sin el cual ningún tipo de vida sería posible.
Irene Casado Sánchez
Periodista