Saltar al contenido

La ciudad de los pinguinos

Punta Tombo

Ir a la versión en inglés

 

 

Año tras año las costas de Punta Tombo, en la Patagonia Argentina son colonizadas por enormes contingentes de pingüinos de Magallanes que abandonan el mar en busca de terrenos adecuados para anidar y criar a sus pichones.

Punta Tombo es la pingüinera continental más grande del mundo. Durante el invierno tiene el aspecto de un terreno minado, pero, al llegar la primavera surgen desde el mar alrededor de dos millones de pequeños y bulliciosos individuos. Las parejas formadas en años anteriores permanecerán juntas y podrán reconocer sin problemas el viejo nido construido años antes al que comenzarán a reconstruir y acondicionar.

Mientras tanto los “solteros” tendrán que buscar seducir a una hembra que los acepte por lo que pasarán muchas horas e incluso días exhibiéndose ante las jóvenes damas que los tratan con absoluto desprecio hasta que, finalmente sean aceptados por una de ellas. Esta unión puede durar toda la vida y una vez formada la pareja se dedican a buscar el lugar adecuado para excavar un nido en la tierra de alrededor de medio metro de profundidad, suficiente para alejar a sus huevos de la vista de las numerosas aves.

La tarea no es sencilla ya que el territorio está muy ocupado y se produce un constante conflicto habitacional. Algunos pingüinos construirán sus nidos a más de mil metros del mar. Teniendo en cuenta que los cónyuges deberán ir al agua varias veces al día, las largas caminatas son frecuentes para estas pequeñas aves de cuerpo robusto y patas muy cortas. Por eso los nidos mejor ubicados, en la cercanía de la playa son motivos de numerosas peleas entre su dueño y los machos que intentan usurparlos. Se han llegado a contabilizar hasta ochenta nidos en apenas cien metros cuadrados de territorio.

A fines de septiembre las hembras pondrán dos huevos de color blanco teñido de verde azulado y la pareja se turnará en la incubación y protección de la puesta. A finales de noviembre nacerán los pichones. Los nidos se pueblan de pequeños pingüinitos grises, de plumón fino y que gruñen por alimento las 24 horas del día. Los viajes al mar se multiplican y los padres se verán muy atareados por los próximos tres meses hasta que los pichones se puedan valer por si mismos.

Llegado el principio del otoño y siguiendo un ritual ancestral, los pingüinos avanzarán sobre las aguas y se perderán en el horizonte sin que sepamos exactamente adónde se dirigen. Punta Tombo queda nuevamente abandonada con el silencio de una ciudad fantasma, agujereada su superficie en un millón de pozos sin habitantes, carente de graznidos, tomada por el frío viento sin otro quehacer que esperar una nueva primavera.

“No se puede defender lo que no se ama y no se puede amar lo que no se conoce”