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Como humo en el agua

Pomacéntrido

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Muchas veces me pregunté, al visitar un naufragio, por qué los depredadores como la barracuda o la morena -que suelen ser muy hábiles en sus estrategias de ataque- no aprovechan las “trampas” que el entorno les ofrece para atrapar a sus desprevenidas presas.

Es normal que en el interior de un naufragio vivan gran cantidad de peces y por lo tanto es natural que estos transiten libremente por sus aberturas. Una barracuda sólo debería esperar tras la puerta para hacerse de cuantas presas quiera sin que esto le tome ningún esfuerzo. Sin embargo esto no pasa por lo que, obviamente ha de haber algún motivo y puede que ese motivo sea el olor.

Cuando se vierte una sustancia olorosa en el mar, se propaga lentamente alejándose de su origen y difundiéndose como el humo alejándose de su fuente. El animal que percibe un olor puede ser atraído o repelido por la emanación olorosa -según la naturaleza del mensaje transmitido- o bien no ser estimulado en forma alguna por este perfume en cuyo caso permanecerá indiferente. Los seres humanos con nuestro olfato adaptado al aire no podemos oler debajo del agua, pero los peces poseen un sofisticado sistema olfativo que les permite detectar incluso olores muy sutiles.

Los peces poseen dos fosas olfativas a cada lado de la cara inmediatamente adelante del ojo que muchas veces ofrece el aspecto de una lágrima. La primera de las fosas es más amplia que la segunda que es mucho más pequeña por lo que el orificio tiene un aspecto de diminuto embudo. En el interior las fosas están tapizadas de tejido sensitivo cuyos pliegues y repliegues forman crestas y depresiones lo que aumenta la superficie de tejidos expuestos al agua sin que influya el tamaño del receptor.

En los veloces nadadores el agua circulará por las fosas por la simple acción de nadar. Un depredador podría seguir durante mucho tiempo un rastro de olor en el mar que provenga de la sangre de un animal herido o la putrefacción de un ejemplar muerto. A medida que se acerca al animal emisor las señales serán más claras lo que aumentará la excitación preparando al depredador para el ataque. Pero incluso un pequeño pez que se encuentre estático podrá bombear agua a sus fosas nasales para poder oler el entorno.

Si una barracuda o una morena se escondieran tras la puerta de un naufragio, sencillamente ningún pez pasaría por esa puerta. El agua alrededor de la zona olería a peligro y los peces tomarían otro camino. De alguna manera los depredadores lo saben y por eso no pierden el tiempo tendiendo estas trampas. Deberán esforzarse más para conseguir el sustento diario. La barracuda, veloz e hidrodinámica, decidirá atacar nadando contra corriente de manera que los peces no la puedan oler al aproximarse. La morena agudizará su ingenio buscando presas de noche, entre los peces dormidos, valiéndose de su exquisito olfato para detectarlos.

Sofisticados arsenales dispuestos a la defensa y el ataque en la cotidiana lucha de vivir o morir en un descuido. Caras y contra caras de la moneda de la vida en el mar, donde cada animal es un estratega de la interminable guerra por el alimento, donde cada amanecer se estrena una nueva oportunidad para un sobreviviente del día que antecede.

“No se puede defender lo que no se ama y no se puede amar lo que no se conoce”