Juntos, los archipiélagos Indonesio y Filipino están conformados por alrededor de 21.000 islas y casi una quinta parte de los arrecifes coralinos de la Tierra. Un enorme cofre de increibles tesoros al alcance de una gran población costera carente de recursos, sin duda una mala combinación.
Gran parte de esta población vive del tráfico de los peces vivos que son capturados para ser vendidos a los acuaristas de todo el mundo que pagarán fortunas por incorporar peces exóticos a su colección. Pero la gran mayoría de estos especímenes son transportados vivos a lugares como Hong Kong para que los comensales, amantes de la moda, los escojan directamente de la pecera del restaurante, pagando un costo de cientos de dólares por el privilegio.
Durante años la captura de los peces se realizó con redes pero la gran demanda del mercado ha llevado a los buceadores locales a emplear un método mucho más dañino: la pesca con cianuro. Cuando los buzos se ven interesados por un grupo de peces, simplemente los espantan, estos buscarán entonces el amparo del coral, escondiéndose entre sus grietas. Entonces rodearán un lado del coral con una red al mismo tiempo que rocían la formación coralina con una botella plástica cargada con cianuro. Luego, con la utilización de palancas separan el coral y toman a los peces aletargados por el veneno. La mitad de los peces mueren durante la captura o el transporte. La cantidad de peces capturados por esta pesca artesanal no sería muy importante para el equilibrio de las islas, pero lo realmente grave es que la cabeza de coral, rociada con cianuro, morirá irremediablemente. Tomará un color blanco, característico del coral muerto, y ya no albergará más vida marina.
Sólo en las Filipinas se estima que hay más de 3.000 pescadores que utilizan cianuro. Cada uno de ellos mata aproximadamente 50 cabezas de coral por día. El total de cabezas de coral aniquilado en un año asciende a 34 millones. Si tenemos en cuenta que esta técnica se introdujo en la década del ´50, el número de cabezas de coral extinguidas desde entonces se acerca al billón. Los filipinos no solo están acabando con el recurso que los mantiene vivos sino que cobran sumas miserables por arriesgar la vida y arruinar sus costas. Por un pez escorpión pequeño que en el mercado obtendrá un precio mínimo de 50 dólares le serán pagados diez pesos, que equivalen apenas a medio dólar.
Afortunadamente la Alianza Internacional para la Vida Marina está trabajando con los grupos de pescadores para enseñarles a capturar los peces vivos con pequeñas redes y dejar de usar el cianuro. En definitiva, está educando a los pescadores nativos para vivir de un recurso sin acabar con éste. La responsabilidad de la matanza no debe ser buscada entre la empobrecida población costera de Filipinas sino entre la distinguida y educada clientela de los restaurantes de oriente y los coleccionistas de especies del mundo entero.
“No se puede defender lo que no se ama y no se puede amar lo que no se conoce”