Los delfines parecen tener una extraña afinidad con los seres humanos. Es frecuente verlos acercarse a las embarcaciones realizando vistosas piruetas en la proa de las mismas. Muchas veces este acercamiento resulta muy costoso para estos amistosos cetáceos ya que suelen ser víctimas de las redes de los barcos pesqueros.
Según los estudios realizados por la bióloga marina Karen Pryor de Hawai estos acercamientos han cambiado en los últimos años. En un principio parece ser que los delfines pueden distinguir entre los barcos de pesca y los de investigación científica incluso cuando estos últimos sean pesqueros reformados ante los que se comportan con total libertad. Pero tan pronto se acerca a la zona un buque de pesca toman todas las precauciones, es decir: evitan los saltos fuera del agua y el vapor de sus respiraciones sobresale menos sobre la superficie del agua. Esto no significa que no se acerquen a los barcos de pesca. Lo hacen pero siempre por la banda de estribor (derecha) y evitan como peste situarse a babor (izquierda). Parece ser que se dieron cuenta de que las redes son recogidas por las poleas que están a babor del buque, mientras que del otro lado no se exponen a ningún riesgo.
Por último, no menos sorprendente resulta el hecho de que los delfines del Pacífico al quedar encerrados en una red mientras se intenta capturar atunes, permanecen nadando tranquilamente en la superficie y en el centro de la red en espera del momento en que el barco da marcha atrás para iniciar la recogida de la red. En esos momentos el borde superior de la red, en las proximidades de la borda del barco, se hunde durante unos pocos segundos, tiempo que los delfines aprovechan para nadar en fila india saliendo de la mortal trampa por ese hueco. El problema insalvable lo encuentran en la pesca nocturna donde los delfines no pueden encontrar el hueco y quedan atrapados.
“No se puede defender lo que no se ama y no se puede amar lo que no se conoce”