Antes de abordar el tema que me convoca a escribir este artículo, creo pertinentes dos aclaraciones necesarias para comprendernos cabalmente.
En Argentina -también en otros países- llamamos canilla a lo que en otras latitudes denominan grifo. Por aquí también llamamos canilla o canillita a la persona que reparte diarios.
Hecha está esta salvedad quiero también contarles que la zona en la que vivo, conocida en mi país como “el litoral” (que no es marítimo sino fluvial) está a la vera de una de las fuentes de agua dulce más importantes del planeta, como lo es el río Paraná. Y como si esto fuera poco, buena parte de la pampa húmeda está situada sobre el acuífero Guaraní, el tercero en reservas en el mundo.
Por esto, para la mayoría de los habitantes de la región -lamentablemente no todos-, abrir una canilla y obtener abundante agua potable de excelente calidad es casi una obviedad.
Y tanto lo es, que utilizamos esa agua tanto para beber, cocinar, asearnos, regar el jardín, lavar el coche; en resumen: para todo.
Esto es seguramente un despilfarro. Para proveernos de este servicio es necesario extraer el líquido, someterlo a un proceso de potabilización y luego distribuirlo mediante el uso de bombas, a toda la población. También es necesario mantener y ampliar la red de distribución; un complejo sistema, casi invisible, que se extiende por toda la planta urbana de ciudades y poblaciones.
La situación descrita no es, ni por mucho, común a todo el país. En muchas zonas el agua se extrae de las napas freáticas y no siempre la calidad de la misma es la ideal; se obtienen aguas salobres, otras veces con contenido de algunas sustancias tóxicas, por lo que se las puede destinar a otros usos pero no para consumo humano.
Probablemente podamos extrapolar esta situación a muchas regiones del mundo donde el agua es escasa, no apta para beber o inexistente.
De todos modos existen pluralidad de formas para proveer a todos los habitantes del agua necesaria para consumo. Acueductos, transporte en grandes cubas, ya sea mediante camiones o trenes. En definitiva, la distribución de agua a granel aparece como la variante más idónea, económica y de menor impacto ecológico, siempre respetando los estándares de calidad necesarios para que el producto sea apto para el consumo humano.
¿Y de dónde viene entonces esta costumbre tan generalizada de consumir agua embotellada?
Rápidamente podemos decir que el origen de este hábito está fundado en exitosas estrategias de marketing. Lo que en algún momento parecía imposible –vender agua- se escuchaba tan disonante como hoy nos puede sonar el hecho de vender aire (aunque… todo llega).
Generalmente el agua embotellada y según anuncian las compañías que las comercializan es de mejor calidad que el agua potable de la canilla.
Originada en prístinos manantiales, en altas montañas, en paisajes bucólicos. O bien aguas tratadas con filtros especiales que dotan al líquido elemento de características que ni la misma naturaleza les puede otorgar.
Eso es lo que venden. De hecho hace muchos años una renombrada marca de agua embotellada en nuestro país era simple, lisa y llanamente agua de la canilla. Increíble pero real.
Así planteado se podría pensar que se trata de un engaño, que si bien afecta el bolsillo del consumidor, no traería aparejada mayores consecuencias. Lamentablemente no es así. Estos productos tienen un costo de elaboración, de transporte (con la consecuente utilización de combustibles fósiles para el traslado a los centros de consumo) y por sobre todas las cosas generan ingentes cantidades de desechos en formas de botellas plásticas, sobre lo que huelga extendernos en este artículo.
A nivel nacional existen más de doscientas empresas que comercializan aguas embotelladas. Los argentinos consumimos 22 litros de agua mineral al año por habitante y gastamos en ello al menos unos $ 8.000 millones, según estimaciones del sector. Son unos 800 millones de litros al año. (Datos a febrero de 2018).
A nivel mundial, entre los grandes productores podemos citar entre otros a grandes multinacionales de la alimentación como Danone, Nestlé, Coca Cola.
El agua es un derecho humano, el agua de la canilla (o de grifo) tiene generalmente muchos más controles sanitarios oficiales que el agua embotellada y, a nivel mundial, es 140 veces más barata que el agua embotellada y comparativamente su impacto medio ambiental es casi nulo.
Por las razones enumeradas, y por otras muchas más que seguramente se me escapan, tomemos conciencia, abandonemos algunas poses impuestas por las estrategias de venta de las grandes multinacionales. El agua embotellada no es más “cool”, no queda mejor, no nos hacer ver más bellos. Seamos inteligentes y solidarios con un planeta que lo necesita.
De la canilla, por favor. Gracias.
Daniel Blanco
exclusivo para barrameda.com.ar
Esta entrada está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial 4.0 Internacional.