Multitud de informes alertaron otra vez este año de catastróficas
consecuencias de la acumulación en la atmósfera de dióxido de carbono
(CO2), el gas de efecto invernadero más abundante, así como de metano y
óxido nitroso, un tridente contaminante que forma una capa que retiene
el calor en la Tierra.
El CO2, generado por la combustión de petróleo, gasolina y carbón y la
tala de bosques, aumenta de forma constante y no parece que disminuya
en el futuro, han coincidido en señalar la Organización Meteorológica
Mundial y la Agencia Internacional de la Energía (AIE).
Dos documentos divulgados en 2006 muy críticos con esa situación fueron
relevantes por la notoriedad política de sus promotores, el primer
ministro británico, Tony Blair, y el ex vicepresidente de EEUU Al Gore.
El informe patrocinado por Blair, que redactó el ex economista del
Banco Mundial Nicholas Stern, vaticina que el calentamiento de la
Tierra entre dos y tres grados causará en medio siglo pérdidas del 5
por ciento del Producto Interior Bruto global cada año y 200 millones
de refugiados por inundaciones o sequías, incrementará las hambrunas, y
extinguirá numerosas especies animales.
Al Gore, por su parte, alertó en un documental sobre la necesidad
urgente de evitar una catástrofe ecológica definitiva, y advirtió de
que si no se actúa con rapidez la hecatombe podría llegar mucho antes
de lo que muchos piensan.
Aunque para Gore aún no se ha alcanzado "el punto de no retorno", el
secretario general de la ONU, Kofi Annan, afirmó que "nos estamos
acercando" a él.
Aquellos dos documentos no han hecho sino corroborar insistentes voces
de alarma de la ONU, científicos y asociaciones ecologistas y
defensoras del medio ambiente desde los años 70 del siglo XX.
Entonces se advertía del incremento de la concentración en la atmósfera
de gases de efecto invernadero, lo que llevó a gobiernos de casi todos
los países a firmar en 1992 en Río de Janeiro la Convención de la ONU
sobre el Cambio del Clima con el objetivo de "estabilizar" las
emisiones.
Sin embargo, no se estabilizaron sino que aumentaron, y en 1997 se
suscribió en Kyoto el Protocolo que lleva el nombre de esa ciudad
japonesa, que impone, por primera vez, a unas 40 naciones avanzadas
límites obligatorios a sus emisiones de gases una media del 5,2 por
ciento entre 2008 y 2012 con respecto a 1990.
Estados Unidos, el país que más contamina, no ha suscrito ese
Protocolo, y tampoco China, el segundo mayor emisor de gases de efecto
invernadero y que pronto se espera que sea el primero.
La Cumbre del Clima celebrada en noviembre pasado en Nairobi fue la
caja de resonancia de nuevos informes de expertos y entidades que no
han presagiado nada bueno para un futuro cada vez más cercano.
"A mediados de este siglo podríamos ya presenciar un océano Artico sin
hielo durante el verano", pronosticó Stefan Rahmstorf, profesor de
física de los océanos y asesor del Consejo Alemán sobre Clima Global,
al esgrimir datos captados por satélite.
El experto se atrevió a advertir de que el aumento del nivel del mar
por el deshielo de los glaciares inundará la isla neoyorquina de
Manhattan, Holanda, Bangladesh, además de miles de pequeñas islas.
Además, sequías o inundaciones motivarán el desplazamiento de millones
de personas de Africa a Europa, y enfermedades como la malaria, el
cólera y el dengue pueden regresar a países donde han desaparecido o
llegar a los que nunca lo han sufrido.
Advertencias como esas han contribuido a un acuerdo "Kiodo-2" en la
Cumbre de Nairobi, que prorroga los esfuerzos mundiales de reducción de
gases contaminantes más allá de los plazos del primer protocolo, en
2012, y propone que se reduzcan un 50 por ciento las emisiones de
dióxido de carbono en 2050.
En la búsqueda de nuevas propuestas, Stern consideró básicas las
energías renovables, la nuclear, los biocombustibles, el carbón y el
almacenamiento en el subsuelo de CO2.
La energía nuclear, considerada también por la AIE una posible
alternativa para reducir la dependencia del petróleo y el gas, ha
desatado el debate por el problema aún no resuelto del almacenamiento
de los residuos radiactivos que genera.
Las organizaciones no gubernamentales proponen a los países ricos que
financien proyectos de energía renovable a pequeña escala en los menos
avanzados, al tiempo que piden a los ciudadanos, sobre todo de los
países industrializados, una mayor eficiencia en el gasto energético,
en lo que coinciden los numerosos gobiernos.
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