Las cuevas naturales constituyen un precioso registro de las
transformaciones naturales y culturales de las actividades humanas,
como ocurre con la famosa Cueva de las Manos, en la provincia de Santa
Cruz, cuyas pinturas rupestres poseen reconocimiento internacional y
han dado lugar a que se las considere Sitio del Patrimonio de la
Humanidad.
Son lugares particularmente sensibles a las menores alteraciones, de
modo que hasta los más pequeños daños resultan difíciles de revertir,
ya que el tiempo necesario para su recuperación importa centenares de
años. Su ambiente natural se mantiene incólume en tanto se respeten los
requerimientos específicos de oscuridad, temperatura y nivel de
humedad, en forma constante y permanente.
Algunas de estas maravillosas cuevas han desaparecido definitivamente,
como sucedió con Capillitas, en la provincia de Catamarca, cuando se
descubrió allí una bóveda con rodocrosita, una piedra muy utilizada
para la elaboración de artesanías y joyas. Hubo una explotación
desmesurada, que finalmente terminó por agotar el yacimiento.
Contrariamente, en Malargüe, provincia de Mendoza, se encuentra la
cueva volcánica del Tigre, donde se practica el turismo aventura. Sin
embargo, los trabajos de limpieza y la atención adecuada de la zona han
permitido el mantenimiento de las condiciones originales de semejante
reliquia.
Es fundamental actuar frente a la desaprensión que a menudo suelen
manifestar ciertos visitantes, y ante los abusos de algunas empresas
mineras, pues como resultado se producen transformaciones negativas, y
en algunos casos hasta irreversibles, que deben evitarse urgentemente.
No debería ser tan dificultoso comprender que las situaciones de riesgo
actuales se pueden atender estableciendo ciertas exigencias obvias y
necesarias, destinadas a visitantes irresponsables, así como a quienes
obtienen beneficios por la explotación insostenible de las cuevas.
No resulta creíble que los turistas o las empresas ignoren lo que
significan estos notables testimonios, cuya capacidad para producir
espectáculos de singular belleza sigue siendo motivo de admiración.
Es por eso que no existen razones para excusar a los responsables de
dañar este patrimonio. Tanto los visitantes como las empresas y las
autoridades deben preservarlo para el disfrute de las generaciones
presentes y futuras.
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