En los últimos dos meses, 21 niños mbya murieron
por problemas respiratorios o por desnutrición, y hay otros 13
hospitalizados. La cantidad es grande si se la compara con la población
de esta etnia, 4.083 personas, según el Instituto Nacional de
Estadísticas y Censos (Indec), o poco más de 3.000, según registros
privados.
Indígenas y ambientalistas sostienen que la madre de esta crisis
demográfica es la deforestación, que avanza sobre tierras de los mbya
guaraníes y arrasa con su sustento. Para este pueblo, la tala significa
además la pérdida de una "farmacia natural" en la que identifican 150
plantas medicinales.
En Misiones, hay una intensa actividad de empresas madereras e
industrias papeleras. Además, los cultivos de tabaco y de yerba mate se
expanden a expensas de la selva, situada a 1.300 kilómetros de Buenos
Aires, en el extremo nororiental que limita con Brasil.
Datos provisionales de la Encuesta Complementaria de Pueblos Indígenas
--relevada por el Indec en 2004 y 2005-- y difundidos en septiembre
señalan 450.000 personas pertenecientes o descendientes en primera
generación de 25 grupos aborígenes en este país de casi 39 millones de
habitantes. Estimaciones independientes anteriores hablaban de más de
un millón.
Funcionarios nacionales y provinciales se manifiestan preocupados por
la mortalidad infantil de los mbya guaraníes, pero evitan vincularla al
empobrecimiento o pérdida del hábitat.
"Pueden ser más los decesos, pero 21 es el número registrado en dos
meses", confirmó la jefa del Departamento Social de la Dirección de
Asuntos Guaraníes de Misiones, Claudia Martínez. "Siempre hubo muertes,
pero esto nos descolocó porque está ocurriendo en zonas marginales
(urbanas), en la selva, en distintos lados", dijo.
El único caso difundido por medios de comunicación de todo el país fue
el de Julián Acuña, de dos años, que padecía una enfermedad grave. Sus
familiares, confiados en la sabiduría de los jefes espirituales, se
negaban a someterlo a una operación de corazón para extirpar un tumor
congénito.
El guía espiritual mbya, un anciano de 105 años, había dado un
diagnóstico categórico sobre el niño: "Tiene piedritas en el corazón y
su corazón se extingue". Eso fue lo que ocurrió luego de un año de
internaciones y una operación quirúrgica.
Mediante intervención de la justicia, el niño fue operado en 2005 en un
hospital de Buenos Aires, y dado de alta este año. En junio falleció en
la selva. La misma tarde murió su hermano Agustín, de dos meses,
presuntamente por neumonía. Sus padres los enterraron juntos y Martínez
fue hasta el lugar sólo para consolarlos.
Los mbya pertenecen a la gran nación guaraní, que ocupó hasta la
conquista europea amplios territorios sudamericanos hoy
correspondientes a Argentina, Bolivia, Brasil, Paraguay y Uruguay. La
funcionaria teme que desaparezca este pueblo, que supo tener 100.000
miembros en el siglo XV.
Se trata de comunidades con una expectativa de vida de 40 años en las
que la mayor cantidad de muertos son de niños. "Perdieron su autoestima
y hoy casi no tienen perspectiva de futuro", describió Martínez.
En el Ministerio de Salud de la Nación funciona un Programa de Salud
Indígena que al comenzar el año duplicó los fondos para Misiones. Desde
la Dirección de Asuntos Guaraníes se otorgan predios, herramientas,
bolsas de alimentos, se capacita a los indígenas en agricultura,
ganadería y producción artesanal como cestería, pero todo parece en
vano.
La Cámara de Diputados nacional pidió a la cartera que informara de las
causas de la cadena de decesos de mbya guaraníes en casi todas las
aldeas y "el desmejoramiento general de la salud" de este pueblo, ya
que también fueron detectados casos de adultos hospitalizados con
síntomas de tuberculosis.
Martínez considera difícil la tarea de "insertar" en la sociedad de consumo a los indígenas expulsados de sus territorios.
"Parece que hubieran copiado nuestros peores vicios, se acostumbraron a
vivir del asistencialismo, y muchos caen en el alcoholismo y la
mendicidad. No quieren plantar", subrayó. "Algunos emigran a Brasil o a
Paraguay, pero muchos mueren", definió la funcionaria.
El cacique Alejandro Méndez, de la comunidad mbya de Yraká Mirí, tiene
otra explicación de la declinación demográfica y el desgano vital de su
pueblo. Sus abuelos y sus padres vivían de la selva. Pero "con el
desmonte, ya no se encuentran las carnes ni las frutas que nos
mantenían sanos", dijo.
Donde vive Méndez junto a otras 36 personas aún queda selva, pero hay
pocos animales. Tradicionalmente, allí se cazaban jabalíes, cuatíes,
venados y peces pacúes, pero la motosierra asusta a la fauna. "Al
perder selva, perdemos también nuestros remedios (medicamentos) y
estamos obligados a recurrir al hospital, que no siempre queda cerca",
explicó.
Méndez asegura que en su mundo, los guías espirituales diagnostican los
males y recetan las medicinas. "Siempre tuvimos enfermedades, pero
ahora también hay algunas desconocidas para nosotros", y la "ayuda" de
afuera a veces empeora el panorama. "Este año nos mandaron leches
vencidas", aseveró.
Para la no gubernamental Fundación para la Defensa del Ambiente
(Funam), la agonía de este pueblo es un "genocidio encubierto", según
explicó a IPS el biólogo Raúl Montenegro, director de la organización y
galardonado en 2004 con el premio conocido como Nobel Alternativo
(Right Livelihood Award), otorgado por el parlamento sueco.
Ese año, la Funam había denunciado que en la reserva de biosfera
Yabotí, en el este de Misiones, la empresa Moconá Forestal había
cortado 120 árboles de uso común de los mbya, con permiso del
Ministerio de Ecología provincial.
"La mayor cantidad de enfermedades y muertes que se produzcan por falta
de árboles medicinales será responsabilidad de Moconá y del Ministerio.
Hicieron algo irreparable, no les importa poner en peligro la vida de
niños y adultos", dijo entonces Montenegro.
En 2004, decenas de caciques, junto a la Funam y al católico Equipo
Nacional de Pastoral Aborigen organizaron una protesta de varios meses.
Tras denunciar por genocidio al gobernador Carlos Rovira y a sus
funcionarios --incluyendo al titular de la Dirección de Asuntos
Guaraníes-- consiguieron frenar los desmontes.
En ocho meses habían muerto 10 niños mbya y el asunto ya era un escándalo.
"No necesitan amenazarnos para que dejemos la selva. Saben que si nos
sacan el monte nos vamos, y eso es lo que están haciendo", señalaba
entonces Artemio Benítez, uno de los caciques que condujeron las
protestas. En la reserva Yabotí, el desastre se frenó apenas, pero
saltó otro conflicto en una zona cercana.
Comunidades mbya están en litigio con la Universidad Nacional de La
Plata, que recibió en 1995 una donación de tierras de la compañía
Celulosa Argentina en la selva misionera. Son 6.500 hectáreas donde
viven indígenas mbya. La casa de estudios, que utiliza la zona como
laboratorio, les ofrece 700 hectáreas para asentarse.
"No entienden que el modo de vida semi-nómade de los mbya, su cadena
alimentaria, que es larga y compleja, requiere de territorios más
vastos", explicó Montenegro. Gran parte de las tierras son para uso
común, para la caza, la recolección, la pesca, la obtención de agua y
de medicinas.
"La mayor parte de las tragedias de los mbya ocurren porque los blancos
les quitaron sus territorios y con ellos los recursos que tenían", ha
dicho Montenegro, quien publicó en junio de este año en la revista
médica británica The Lancet un informe sobre salud indígena en América
Latina junto a la experta Carolyn Stephens, de la Universidad de
Londres.
Montenegro precisó que este pueblo utiliza 240 especies de plantas, de
las cuales 150 tienen propiedades medicinales, 61 se usan como
combustible, 54 para fabricar objetos y viviendas y 35 como alimento.
Los mbya guaraníes distinguen además 229 especies de aves, según un
estudio de la Universidad Nacional de Misiones.
"Sólo una cultura muy antigua y con un largo proceso de convivencia con
la selva puede tener un conocimiento tan acabado y minucioso de la
biodiversidad circundante y sus propiedades benéficas para la
supervivencia", destacó Montenegro en su trabajo para The Lancet.
En opinión del biólogo, se trata de una población muy condicionada a
las variaciones ambientales. "Funcionan casi como una especie más de la
selva", y el avance de las motosierras los deja en riesgo de extinción.
"Perdieron su ambiente y colapsó su sistema de salud", señaló.
"Obligados a abandonar sus territorios y hacinados en los barrios más
miserables de las ciudades, no tienen acceso a sus medicinas", afirmó
Montenegro.
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Mi opinión Escrito por Gustavo el 2008-05-18 20:55:27 Que el gobierno del norte deje de jugar con las comunidades aborígenes porque son patrimonio cultural y llevan sangre argentina. Espero que esta vez el gobierno actúe con hechos y no con promesas |