Sin embargo, a pesar del hecho de que Estados Unidos es responsable de
aproximadamente el 25% de todas las emisiones globales de carbono
producidas por el hombre, los norteamericanos muestran muy poca
voluntad o inclinación para atemperar su consumo maníaco.
La primera administración de George W. Bush probablemente hizo lo
correcto cuando se negó a firmar el llamado "Protocolo de Kyoto",
aunque por las razones equivocadas. Entre otros problemas, el Protocolo
de Kyoto no hace lo suficiente a la hora de redistribuir los derechos
de emisión de carbono hacia los países en desarrollo. Pero, ¿por qué
Estados Unidos no puede proponerse aumentar los impuestos a la nafta y
otras fuentes de emisión de carbono como las plantas energéticas que
queman carbón? No es porque el gobierno de Estados Unidos, que tiene un
gigantesco déficit a pesar de un apogeo económico, no necesite el
dinero.
Mucha gente parece pensar que la administración Bush es el problema.
Pongan a un petrolero de Texas y a sus amigos a cargo y ¿qué esperan?
¿Conservación? Desafortunadamente, ésa es una excusa fácil.
La resistencia de los ciudadanos norteamericanos a moderar el consumo
de energía por el bien del medio ambiente global está profundamente
arraigada. Consideremos el caso del ex vicepresidente norteamericano Al
Gore, por ejemplo, cuyo documental sobre el calentamiento global, Una
verdad inconveniente, es elogiado por el análisis intrépido que hace
sobre cómo el consumo de combustibles fósiles está llevando a la
humanidad al borde de la catástrofe. La evidencia sobre el
calentamiento global es considerablemente más confusa de lo que sugiere
la película de Gore, pero el problema básico es real.
Sin embargo, y desafortunadamente, Gore no tuvo éxito cuando quiso
esgrimir la antorcha del calentamiento global mientras era un político.
No se puede elogiar a la administración Clinton-Gore de los años 90 por
haber tomado medidas destinadas a reducir radicalmente las emisiones de
carbono. No es de extrañarse: la población norteamericana se opone
ferozmente a cualquier cosa que la obligue seriamente a poner en riesgo
su estilo de vida consumidor de energía y derrochador de combustible.
No sólo los políticos no pudieron demostrar liderazgo en esta cuestión.
La venerable página editorial del New York Times aparentemente se
oponía a un impuesto sobre la energía hasta hace poco tiempo, cuando el
diario finalmente respaldó la idea. Como sucede con muchos liberales, a
los editores del Times les preocupó que los impuestos más altos sobre
la energía recayeran desproporcionadamente sobre los pobres.
El típico argumento que se oye por ahí es: "¿Qué hacemos con el tipo
pobre que es dueño de un Chevy gastador modelo 1980 y que no tiene otra
manera de ir a trabajar?" Es un punto legítimo, pero si los niveles de
los océanos empiezan a subir, como predice el Informe Stern, muchos de
nuestros hijos algún día irán al trabajo nadando. La necesidad de
medidas correctivas para aliviar la desigualdad no es ninguna excusa
para la inacción en materia de calentamiento global.
Tristemente, el cambio de postura del Times no presagia un cambio de
conducta en el electorado norteamericano. Basta con mencionar la idea
de un impuesto a la energía a cualquier potencial candidato
presidencial estadounidense para el 2008 para que su rostro
empalidezca. Está bien decir que a uno le importa el medio ambiente o
argüir, como parece hacer Bush, que tecnologías milagrosas solucionarán
el problema sin causar demasiado dolor. Pero cualquier candidato
presidencial para el 2008 que se atreva a hablar de hacer sacrificios
ahora para un medio ambiente más seguro en el futuro realmente estará
exponiéndose al fracaso.
Hasta que los norteamericanos lo entiendan y empiecen a resolver los
problemas ambientales globales que ellos, más que nadie, causaron, será
difícil conseguir el apoyo entusiasta del resto del mundo. Los países
en desarrollo preguntan por qué ellos deberían prestarle atención al
calentamiento global si los países ricos no están dispuestos a reducir
marcadamente sus propias emisiones. ¿Por qué los países pobres deberían
preocuparse por cómo la deforestación contribuye al calentamiento
global cuando los países ricos siguen siendo tan despilfarradores?
La evidencia científica sugiere que las emisiones de carbono de
cualquier parte del mundo tienen más o menos el mismo impacto en el
calentamiento global. Por esta razón, una amplia gama de economistas
están a favor de un impuesto global uniforme ("armonizado") que grave
las emisiones de carbono de la misma manera en todo el mundo, sin
importar la fuente-carbón, petróleo o nafta-- y si se trata de
consumidores o empresas.
Un impuesto de esta naturaleza es el enfoque más flexible y amistoso
con el mercado, y tendría el menor impacto en el crecimiento económico.
En realidad, el complejo sistema de cuotas defendido por los europeos e
incluido en el Protocolo de Kyoto probablemente genere mayores
ineficiencias y costos. Por esta razón, el
Informe Stern de Inglaterra tal vez sea demasiado optimista cuando
estima que un enfoque ecléctico para reducir las emisiones de carbono
le costará al mundo apenas el 1% de los ingresos por año. Pero el
Informe Stern sigue estando en lo cierto cuando sostiene que los
riesgos potenciales de una falta de acción continua son mucho mayores.
La falta de voluntad de Estados Unidos a la hora de asumir el liderazgo
en cuestiones ambientales tal vez algún día sea considerada como uno de
los fracasos políticos más profundos del país. Uno alberga la esperanza
de que cambie de curso pronto, antes de que todos nos veamos obligados
a usar traje de baño para ir a trabajar.
Kenneth Rogoff
Profesor de Economía y Política Pública en la Universidad de Harvard y fue economista principal del FMI.
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