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Un defensor del bosque seco Imprimir E-Mail
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Publicado por Administrador   
lunes, 30 de octubre de 2006
HuarangoOliver Whaley es un ecologista británico que desde hace años lucha por salvar el árbol del huarango de Ica y Nasca. Entre la tala indiscriminada, la venta de carbón y las especies foráneas, tiene varios frentes de batalla: es uno de los ecosistemas más frágiles del mundo.

En las arenas secas del sur se ha vuelto familiar la silueta del gringo que siembra en el desierto. Oliver Whaley, inglés, ecologista con más pasión que recursos, se ha construido una rutina que parece extraña en el lugar: vive plantando árboles donde medio mundo prefiere talarlos. El imaginario ambientalista con que llegó al Perú se ha topado con más de un desastre: pobladores que mutilan huarangos para acumular leña, comerciantes que los tumban para convertirlos en carbón de parrilladas, hacendados que mandan arrancar esta especie de sus tierras para plantar productos de agroexportación. Alguna vez ha llegado a creer que la suya es una esperanza agónica, pero allí está, caminando de un lado a otro como un predicador de audiencias esquivas. "El tiempo corre para los bosques secos del mundo", dirá en algún momento. Su esfuerzo es hacer que alguien comparta la prisa por salvarlos.

Whaley es un tipo de fijaciones quiméricas. Ha consagrado su vida científica al huarango, cuyo hábitat fue materia de su tesis de posgrado, aunque su llegada al Perú obedecía a otra ilusión: "Mi sueño desde los 8 años fue trabajar en el país de origen del Amazonas. Siempre me pareció algo fantástico: un río que produce casi un quinto del agua dulce del mundo cada día, con un trayecto tan largo", recuerda. Leyó desde muy joven todo lo que llegaba a sus manos sobre ese extenso territorio verde. Cuando pudo moverse solo, ni siquiera sus viajes por el norte de África distrajeron su ruta.
Selva dura

Whaley llegó a conocer el Amazonas, pero se metió a otras selvas: poco después de su llegada al país tuvo ocasión de participar en la filmación del documental "Candamo", sobre la reserva natural ubicada entre Cusco, Puno y Madre de Dios. Pasó tres meses internado en la jungla con un equipo de realizadores. El mayor recuerdo de esa travesía no fueron los paisajes que se condensaron en sus retinas, sino un preocupante brote de uta. "La herida era abierta y muy grande", recuerda. Tuvo una infección tan fuerte que debió recibir cuarenta dosis medicinales, cuando el tratamiento habitual es de treinta, según le explicaron. Su período de recuperación lo llevó a Ica, "donde pasé tres meses a la sombra de un huarango", le gusta decir. El bosque seco y libre de contaminación lo ayudó a curarse, pero también lo capturó.

Fue un descubrimiento personal e irresistible. "No tenía idea del bosque seco. Vi que nadie estaba trabajando en conservarlo, aunque muchas de las aves, insectos, hasta los guanacos que viven en las lomas estaban en peligro de extinción", rememora. Entonces optó por dedicarse a lo que considera uno de los ecosistemas más frágiles del mundo. Estudió la historia de la zona y supo que los habitantes del antiguo pueblo nasca usaban la leña del huarango para sus fundiciones metálicas, para hornear las cerámicas y otros quehaceres domésticos. "Pero era un uso sostenible", recuerda. Por esa misma zona, en cambio, la tecnología del tren a vapor consumió la madera hecha leña, en los años 70 la minería causó estragos con el combustible que necesitaban sus procesos y en los 80 un aumento de granjas avícolas siguió devorando el bosque porque el consumo de pollo a la brasa requería material para atizar los hornos. "Incluso la industria del pisco usaba leña para los alambiques, cuando la alternativa son los hornos a gas", explica el ecologista.

Su cruzada tiene tantos frentes que parece imposible. No han faltado algunos hacendados problemáticos que no comprenden su interés de conservar esos huarangos cuando podrían arrancarlos de raíz para ampliar sus campos de cultivo cercanos. Tampoco los pobladores más humildes que tenían a la mano los troncos, con la esperanza de venderlos a la industria del carbón, al irresistible precio de 40 soles el saco. "Los carboneros dicen: "Pero si hay bastante huarango en el sur, por Arequipa, o en el norte". Pues no, no hay tanto", replica con la inquietud de ser de los pocos que se dan cuenta.

Desierto voraz


En la pantalla de su computadora personal hay una foto satelital que muestra el drama de la desertificación. Los cambios de tonalidades le arrancan una expresión desesperada. Durante su investigación contó con expertos arqueobotánicos que hallaron evidencias de cultivo de lúcuma y chirimoya, "aunque ya no se las puede cultivar allí a causa del desierto". Fue evidencia del deterioro: en un estudio del suelo por capas encontraron que hace tres mil años era una zona boscosa. Ahora es un arenal a punto de devorarse sus últimos verdores.

Whaley mostraba ese material en las exposiciones que hacía en busca de financiamiento para sus estudios iniciales de dos años, cuya tesis presentó en el 2000. Tuvo que recursearse de varias formas en su país: incluso llegó a pintar cuadros de orquídeas peruanas que luego convertía en afiches. "Los vendía en la universidad y a mis conocidos. Lo malo es que me tomaban mucho tiempo. Ahora ya no pinto porque prefiero dedicarme por entero a cuidar los bosques", confiesa. Su última pintura es un paisaje de selva virgen que plasmó de memoria. Aún tiene el original en Lima: los recuerdos del Candamo le servían para cuidar los árboles de Ica.

El año pasado, tras siete años de esfuerzo, el equipo del Royal Botanic Gardens Kew, la institución que acogió el proyecto, recibió el respaldo de la Iniciativa Darwin, una entidad del Gobierno Británico que promueve esfuerzos ambientalistas en todo el mundo. "Los bosques son muy difíciles de reemplazar en la costa sur porque no cae lluvia que ayude. Reforestar la zona es muy costoso", explica.

En ese esfuerzo está ahora junto con una serie de instituciones, como el Inrena, el Consejo Nacional del Ambiente (Conam), la Asociación para la Niñez y su Ambiente (ANIA) y los estudiantes de la Universidad de Ica y la Universidad Agraria. Whaley suele trasladarse en auto para repartir los plantones de huarango. Los estudiantes participan del proceso como parte de su adiestramiento. La suerte es que muchos se contagian del entusiasmo del inglés para recuperar una especie que de otro modo estaría al borde del exterminio. "Las semillas están siendo quemadas. Cuando se queme la última semilla será muy tarde", advierte.

Ramas rescatadas


El hombre apoya sus palabras en fotografías que muestran ese holocausto ecológico. Hay zonas donde la tala ha dejado despojos de árboles descuartizados, o escenarios de hogueras monstruosas donde no crecerá nada más. Whaley los ha recorrido como un médico en el campo de batalla. La suya incluye esas heridas, pero también los ataques de especies invasoras como el tamarix, una planta foránea que se extiende por la zona y agota el agua de las filtraciones subterráneas e incluso la de un río cercano. En una de las imágenes, el bosque aparece como un extenso oasis en el desierto. En la siguiente, parece un paraje agónico a punto de secarse.

El rescate es una tarea paciente. Ha tomado un tiempo convencer a una señora de no talar el huarango de su casa, un ejemplar que podría tener hasta dos mil años de edad, a juicio de Whaley. "El día que la encontré me dijo que estaba fastidiada porque ensuciaba mucho con sus hojas y no le servía de nada. Me preguntó si tenía una motosierra", dice el hombre con el tono de quien narra un sacrilegio. En realidad el árbol tenía una plaga que lo consumía. Tras un tratamiento regular las cosas han empezado a cambiar, pero Whaley tuvo que persuadir a la mujer de seguirlo mediante un pequeño incentivo económico que la hizo desistir de entregarlo a los carboneros que le hubieran ofrecido un monto de 200 soles. "Fue gracias a un amigo de Londres, que vio nuestro proyecto y quiso adoptar un huarango". Este ejemplar tenía el rasgo adicional de ser uno de los diez más grandes de la región, a ojo de buen huaranguero. La idea de Whaley es recuperar las semillas. "Obviamente deben ser muy resistentes", comenta.

Meses atrás, los integrantes del proyecto organizaron el primer Festival del Huarango, que combinó música y actividades educativas sobre la importancia de esa especie. La asistencia llegó a unas dos mil personas. Mientras los jóvenes esperaban la aparición de Daniel F, el mensaje aparecía en afiches y periódicos murales. "El problema es cultural. Le enseñamos a la gente que si se pierde el huarango, se pierden muchas oportunidades, muchas esperanzas de vida". Para muchos el mensaje no es extraño: en ciertas zonas pobres la población se alimenta básicamente del fruto del huarango, una vaina que contiene proteínas, calcio, fosfato y otros elementos. "Uno podría vivir un año alimentándose solo con eso", explica Whaley. Es otra de las lecciones del bosque seco que lo sorprenden. Si los nascas lo incluyeron en sus líneas --piensa--, es porque tiene algo de sagrado.
Fuente: El Comercio
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Comentario[s]
Salvar el huarango
Escrito por Invitado el 2009-10-15 13:44:06
Al sembrar màs huarangos en zonas àridas estamos contribuyendo a la existencia de mayor oxigenaciòn en la tierra. Y a la vez, a futuro, a falta de combustibles derivados del petróleo, pueden ser aprovechados racionalmente, a cuenta de talado un huarango sembrar diez. Apoyemos esta gran cruzada ecològica.


 
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