El seminario, de indudable relevancia internacional ya que los pueblos
indígenas que viven en aislamiento voluntario dentro de las selvas
tropicales sudamericanas son los últimos pueblos indígenas aislados
existentes en el mundo, se realizará siguiendo las recomendaciones
incluidas en el informe del Quinto Período de Sesiones del Foro
Permanente para las Cuestiones Indígenas y del Programa de Acción del
Segundo Decenio Internacional para los Pueblos Indígenas del Mundo,
impulsado por la ONU.
La elección de Bolivia como sede del seminario no es casual ya que,
después de Brasil y Perú, Bolivia es el tercer país del mundo como
mayor número de pueblos o segmentos de pueblos aislados habitando
dentro de su territorio nacional.
El seminario tiene como objetivo avanzar en la formulación y adopción
de políticas públicas en los ámbitos nacionales, regionales e
internacionales orientadas a la protección y defensa de los derechos
humanos de estos pueblos y, para ello, han sido convocados
representantes de gobiernos, organizaciones indígenas y expertos de
reconocida labor.
Entre ellos, llegará a Bolivia la máxima autoridad en pueblos aislados
del mundo, el “sertanista” Sydney Possuelo, ex presidente de la
Fundación Nacional del Indio (FUNAI), la oficina del gobierno brasileño
que se ocupa de la problemática indígena, y Premio Príncipe de Asturias
por una vida de lucha dedicada a la defensa de los derechos de estos
pueblos.
En Bolivia, se espera que el seminario internacional sirva para develar
una problemática existente y que precisa de acciones urgentes pero que
ha permanecida oculta e invisible hasta ahora, producto de la visión
“civilizatoria” de los gobiernos en el pasado.
La nueva gestión encabezado por Evo Morales Ayma –el primer mandatario
de origen indígena que conduce los destinos de Bolivia desde la
fundación de la República en 1825, uno de los pocos países de América
Latina que ha conservado su matriz indígena originaria- ya ha dado
señales positivas en la materia, como fue la firma de una resolución el
pasado 15 de agosto que determinó la creación de una Zona de Reserva
Absoluta para proteger los territorios donde habita un pueblo indígena
aislado al interior de una de las reservas naturales más extensas e
importantes del país, el Parque Nacional Madidi.
El encuentro de Santa Cruz se cree no sólo servirá para consolidar este
primer paso histórico sino para impulsar una efectiva política nacional
para la protección de los pueblos indígenas aislados de Bolivia, cuya
existencia y necesidad de preservación también es reconocida dentro de
las líneas estratégicas del Plan Nacional de Desarrollo 2006-2010 que
el presidente Morales presentó al pueblo boliviano en junio pasado.
Los pueblos indígenas aislados –también conocidos como “pueblos no
contactados” (con relación a las sociedades nacionales de las que
forman parte) o “pueblos ocultos”- son los sobrevivientes de uno de los
mayores genocidios sucedidos en la historia humana, aunque el mismo
haya sido silenciado: el que experimentó la selva amazónica entre
finales del siglo XIX y principios del siglo XX con el auge de la
explotación del caucho y su incorporación brutal al mercado mundial
como proveedora de la materia prima fundamental para la naciente
industria del automóvil que se desarrollaba en Norteamérica y en
Europa.
En esa época, la selva fue sacudida por la aparición de los llamados
“barones del caucho” en Brasil, Bolivia, Perú y Colombia que la
consideraron como “tierra de nadie” y organizaron las labores de
extracción de la hevea brasiliensis –el nombre científico del árbol del
caucho- en base al trabajo esclavo de decenas de tribus indígenas y la
contratación forzada de miles de trabajadores que llegaban con la
esperanza de obtener un trabajo digno y bien remunerado.
La realidad fue muy distinta: se amasaron fortunas inmensas que fueron
derrochadas en la construcción de palacios y teatros en medio de la
floresta a costa de la sangre de cientos de miles de indios y pobres.
La tragedia de los años de la goma elástica –narrada, entre otros, por
el novelista colombiano José Eustaquio Rivera en La Vorágine- significó
el exterminio de pueblos enteros y la aculturación o mestizaje obligado
de cientos de ellos. Pero muchos optaron por defender su libertad y se
ocultaron, abandonando las orillas de los grandes ríos por donde
penetraban los “caucheros”, y pudieron así resistir, conservando su
cultura y su modo de vida tradicionales, hasta el presente. Este es el
origen de la mayoría de los pueblos indígenas sudamericanos conocidos
como “aislados”.
Desde la firma en Ginebra en 1989 del Convenio nº 169 sobre Pueblos
Indígenas y Tribales en Países Independientes de la Organización
Internacional del Trabajo dependiente de la ONU, el mundo comenzó a
preocuparse por la situación específica de estos pueblos que luego del
declive de la explotación del caucho (1914), sufrieron también las
agresiones de misioneros católicos y evangélicos fundamentalistas a los
cuales los gobiernos encargaban la tarea de contactarlos e
incorporarlos a la “civilización”. Por último, en los años 60 y 70 del
siglo pasado, con la eclosión de las políticas desarrollistas, producto
de la explotación petrolera, la construcción de caminos, el negocio de
la madera o la expansión de la frontera agrícola, los pueblos indígenas
aislados de la Amazonía y el Gran Chaco sudamericano volvieron a sufrir
contactos violentos –armados y a través de enfermedades, contra
las cuales carecían de inmunidad- que aceleraron la desaparición física
de muchos de ellos. Esta situación se sigue verificando, de manera
lamentable, en el presente y de allí la necesidad de una acción
imperiosa que salve del exterminio a los que los especialistas
consideran como un “tesoro cultural de la humanidad”.
En esa dirección apuntaron la Resolución 3056 sobre Pueblos Indígenas
que viven en Aislamiento Voluntario en la Región Amazónica y El Chaco
de la Unión Mundial para la Conservación de la Naturaleza (dada en
Bangkok, Tailandia, el año 2004), así como la recomendación (párrafo
73) sobre pueblos indígenas aislados adoptada en la IV Sesión del Foro
Permanente de cuestiones indígenas de las Naciones Unidas el año 2005 y
la propuesta del Grupo de Trabajo encargado de elaborar el proyecto de
Declaración Americana sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas de la
OEA en su última sesión realizada en Guatemala, el año pasado. En
noviembre del mismo año, en la ciudad brasileña de Belem, un grupo de
expertos encabezados por Possuelo lanzó la idea de la conformación de
una alianza internacional en defensa de estos grupos humanos para
lograr que los gobiernos adopten medidas efectivas que garanticen el
respeto de sus derechos humanos, para empezar su deseo voluntario de
mantenerse en aislamiento y conservar su independencia.
Por todo ello, la importancia de la reunión de Santa Cruz –potenciada
por el actual contexto histórico boliviano- está fuera de dudas. El
reconocimiento de los derechos de estos pueblos está en la base de
modelos estatales asentados en la diversidad en todos los ámbitos,
orientados a crear relaciones simétricas de poder que rompan
desigualdades y exclusiones históricas. Los pueblos indígenas aislados
no sólo son sobrevivientes de un genocidio sino de un imaginario que
subordinó la naturaleza al hombre y cuyos resultados son catastróficos
en el planeta entero.
Si desaparecieran estos pueblos -nuestro lazo vivo con los hombres y
mujeres no contaminados, los hombres y mujeres puros-, la especie
perdería para siempre no solamente la referencia crucial sobre nuestra
memoria colectiva y fundacional sino el dato central de un imaginario
de recuperación de valores y sentimientos que parecen olvidados y
sumergidos pero que son la base para repensar y recrear al mundo en
aras de construir un hogar común mejor, más natural y más humano.
Pablo Cingolani
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