El Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC), un organismo auspiciado
por Naciones Unidas que agrupa a más de 2.000 científicos de todo el Mundo, ya
advertía en 2001 que "los efectos más dañinos del cambio climático se esperan en
los Países en Vías de Desarrollo" (PVD) y auguraba "incrementos en las
enfermedades, hambrunas y pobreza en África" a consecuencia del mismo. Un
fenómeno al que el IPCC atribuye en gran parte el aumento en las temperaturas
que ha generado en los últimos años un incremento del 337 por ciento en los
casos de malaria en las regiones montañosas de Ruanda. "Estamos creando una
especie de apartheid climático donde los más pobres y los de piel más oscura
pagan el precio más alto -con su salud, sus tierras y, en algunos casos, con sus
vidas- por el despilfarro de carbono por los ricos", asegura Soumitra Ghosh, del
Foro Nacional de Pueblos de los Bosques y Trabajadores Forestales de India.
Una división lógica
Conocidos en el Protocolo de Kyoto como "países ‘no miembro’ del Anexo
1", los PVD no están obligados a alcanzar unos objetivos de reducción
de emisiones -como sí se les impone a las naciones desarrolladas- y
basta tan sólo con que informen sobre sus niveles de emisión y
desarrollen programas para reducirlas. La lógica de esta división es
simple: los países industrializados son los principales responsables de
la emisión de gases de efecto invernadero, que genera el calentamiento
global. La crítica de esta distinción es, precisamente, uno de los
argumentos de los sectores más reacios a Kyoto. "¿Por qué ratificar o
cumplir con Kyoto -preguntan- si China (segundo contaminador mundial) o
India (quinto) no están también obligadas a reducir sus emisiones?".
Este argumento, sin embargo, no tiene en cuenta dos
importantes matices. En primer lugar, situar a India y a China como segundo y
quinto contaminador mundial, aún siendo un dato cierto, supone contar sólo media
verdad. La otra media es que ambos son países en plena expansión económica y,
sobre todo, tremendamente poblados (totalizan unos 2.400 millones de habitantes,
un 37 por ciento de la población mundial). De hecho, si se calcula la
contaminación por habitante, en vez de hacerlo por Estado, se observa que la
emisión en Estados Unidos supera las 20 toneladas anuales, mientras que la de
India es de 1 tonelada y la de China de 2,2. Todo esto sin contar que, más allá
de estos dos países, la mayoría de los PVD apenas tienen industria o consumo con
los que contaminar.
Además, desde el principio se concibió Kyoto como un
primer paso en la lucha contra el cambio climático, de forma que pocos dudan
que, una vez pase el horizonte de 2012 (año tope para que los países
desarrollados reduzcan sus emisiones un 5,2 por ciento respecto a sus niveles de
1990), al menos algunos de los países en vías de desarrollo tendrán que
comprometerse también a bajar sus niveles de polución. Será entonces cuando el
deterioro medioambiental al que indudablemente contribuyen las "locomotoras"
china e india deje de ser una coartada para los países desarrollados a la hora
de asumir sus responsabilidades en la contaminación de la atmósfera.
Kyoto: ¿beneficio o perjuicio?
En principio, la entrada
en vigor de Kyoto beneficia al conjunto de países pobres adheridos el Protocolo.
Además de que obliga a los países desarrollados a controlar sus emisiones,
permite a los PVD recibir en su territorio proyectos ecológicamente sostenibles
o nuevas plantaciones de árboles por medio de los mecanismos de desarrollo
limpio, que permiten a los "países ricos" contabilizar como propias las
reducciones de emisión que generen los proyectos que financien en países
"pobres".
Pero no es oro todo lo que reluce en Kyoto. Las plantaciones a
gran escala de árboles presentan muchas dudas. Dado que las masas forestales
absorben CO2, los países pueden descontar un porcentaje de su reducción de
emisiones realizando estas plantaciones, si quieren, en otro país. Sin embargo,
para la mayoría de grupos ecologistas, el recurso a las plantaciones supone una
amenaza para las comunidades allí instaladas (que además se ven obligadas a
explotar otras áreas forestales para satisfacer sus necesidades, con el
consiguiente impacto ambiental), y para los propios ecosistemas, pues se
realizan monocultivos de aquellas especies que absorben más carbono o resisten
durante años, aunque esto genere una grave pérdida de biodiversidad o ayude a la
deforestación. Además, se permite plantar árboles manipulados genéticamente,
algo que, para Anne Petterman, del proyecto de Justicia Ecológica Global,
"abrirá una caja de Pandora de impactos que ni podemos adivinar".
Por su
parte, el fomento de proyectos "limpios" en países en vías de desarrollo pagados
por las naciones industrializadas ofrece una cara y una cruz. Por un lado, puede
ayudar a transferir tecnologías menos contaminantes a países con una pésima
eficiencia energética, pero, por otro, es fácil que los proyectos se adapten más
a los intereses económicos del exportador que a los del país receptor. De hecho,
amparados bajo el manto de Kyoto, algunos proyectos simplemente persiguen la
venta de tecnología no deseada a países sin recursos, como recuerda la ONG
ecologista Greenpeace.
La atmósfera es un bien común, pero las
diferencias a la hora de contaminarla, y de sufrir las consecuencias de ello,
son abismales. Los países industrializados, que también se juegan mucho en el
envite, tienen de momento la responsabilidad de cumplir con Kyoto, para luego
avanzar mucho más allá del Protocolo, ya junto al resto de países. Se trata de
evitar que, una vez más, pierdan siempre los mismos en una partida en la que no
han recibido cartas.
Fuente: Agencia de Informaciones Solidarias
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