En la actualidad, las huellas de la humanidad son evidentes. La
actividad humana ha afectado todos los lugares del planeta, por remotos
que sean, y todos los ecosistemas, desde los más simples hasta los más
complejos. Nuestras opciones y nuestras acciones han transformado el
mundo natural, creando a la vez enormes posibilidades y peligros
extremos para la calidad y la sustentabilidad de nuestras
civilizaciones y para los intrincados equilibrios de la naturaleza".
Con estas palabras comienza el informe "El estado de la población mundial 2001",un profuso y profundo estudio del Fondo de
Población de las Naciones Unidas (FNUAP), que por su realidad y
contundencia merece ser difundido, por lo que aprovecharé este foro
para remarcar algunas de las numerosas referencias que el informe
contiene en lo que a la calidad ambiental y, por lo tanto, de la
calidad de vida, se refiere.
La devastación del medio ambiente no es simplemente una dilapidación de
los recursos; es una amenaza a las complejas estructuras que sostienen
el desarrollo humano
En un momento dado, se interpretó que "desarrollo" significaba la
mejora de los indicadores económicos, entre ellos el producto nacional
bruto, las inversiones y otras acciones económicas, efectuadas en gran
medida por los países desarrollados. Otros aspectos como el estado de
bienestar de los individuos, la condición de la mujer, la calidad de
vida, los recursos alimentarios y el estado del medio ambiente, eran
considerados secundarias; en cambio hoy, la comunidad internacional
reconoce que todos estos factores están intricadamente relacionados
entre sí, y que hay que tenerlos muy en cuenta.
Actualmente, hay sectores poblacionales que utilizan más recursos y con
más intensidad que en ningún otro momento de la historia humana, sólo
hay que recordar que el 10% de la población mundial dispone del 80 % de
los recursos del planeta y que el 5% de la población utiliza el 40 %
del mercado farmacéutico, mientras que el 70 % de seres que viven en
África y en Asia sólo disponen del 10 % de los medicamentos.
A medida que van aumentando las poblaciones humanas y va avanzando la
mundialización, las cuestiones fundamentales en materia de políticas
gubernativas se derivan al cómo utilizar los recursos de tierra y agua
disponibles a fin de producir alimentos para todos; cómo promover el
desarrollo económico y eliminar la pobreza; y el cómo abordar las
consecuencias humanas y medioambientales de la industrialización, entre
ellas el calentamiento mundial, el cambio climático y la pérdida de una
diversidad biológica que va en continuo aumento, debido a la creciente
presión que sobre el medio natural genera el aumento paulatino de la
riqueza, estableciéndose el efecto de que, a más consumo, más
contaminación y más desechos.
Pese a que la riqueza mundial ha aumentado significativamente en 24
billones de euros anuales, hay en todo el mundo unos 1.200 millones de
personas que viven con menos de un euro diario, situación clasificada
como de "extrema pobreza" y caracterizada por el hambre, el
analfabetismo, la vulnerabilidad, la enfermedad y la muerte prematura.
La mitad de los habitantes del mundo viven con dos euros diarios o menos
De los 4.400 millones de personas que viven en países en desarrollo,
casi un 60% carecen de saneamiento básico, casi un tercio de esas
personas no tienen acceso al abastecimiento de agua no contaminada, un
cuarto carece de vivienda adecuada, un 20% no tiene acceso a servicios
modernos de salud y un 20% de los niños no asisten a la escuela hasta
egresar del quinto grado. En todo el mundo, 1.100 millones de personas
están desnutridas y no pueden satisfacer las normas mínimas de consumo
energético y proteínico en sus dietas, y en los países en desarrollo
casi hay unos 2.000 millones de personas anémicas, y por si fuera poco,
la contaminación del aire se cobra cada año, según se estima, entre 2,7
millones y 3,0 millones de vidas, un 90% de ellas en ese tercer mundo
al que no se le permite alcanzar su desarrollo.
En 1992 se reunieron en Río de Janeiro 160 Jefes de Estado para
deliberar sobre la degradación del medio ambiente, 20 años antes se
había celebrado en Estocolmo la primera Cumbre Mundial de Naciones
Unidas sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo.
La Conferencia de Río vinculó el medio ambiente y el desarrollo como
nunca lo habían hecho antes los acuerdos internacionales. La consigna
era "desarrollo sostenible", es decir, desarrollo económico que
satisfaga las necesidades de las generaciones actuales sin perjudicar
el medio ambiente ni comprometer la capacidad de futuras generaciones
de satisfacer sus necesidades, y en la Conferencia también se declaró
que tanto la pobreza como la riqueza imponen estrés al medio ambiente,
que las sociedades industrializadas deben reducir sus efectos sobre
medio ambiente mediante "patrones sostenibles de producción y consumo",
y que los países en desarrollo necesitan asistencia para que sus
economías fueran respetuosas del medio ambiente.
Han pasado dos décadas desde la Cumbre de Río y se han celebrado
numerosas reuniones para paliar el grave "problema". Se sabe que, para
poder atender a los casi 8.000 millones de personas que poblarán el
planeta en el año 2025, será preciso que el mundo duplique la
producción alimentaría en comparación con los niveles actuales, y
que para lograrlo es menester que los países contrarresten la tendencia
actual a la degradación de los recursos de tierra y agua.
Se conoce perfectamente que hay que controlar las emisiones de gases
contaminantes causantes del cambio climático, y la importancia que
tiene el evitar la descongelación de los hielos polares que amenazan
con la elevación de las aguas litorales, mediante la reducción drástica
de los gases de efecto invernadero que están aumentando la temperatura
del planeta, además de producir cada año un número de muertes estimado
en medio millón, principalmente en las grandes ciudades.
Lamentablemente ya es un hecho comprobado que los efectos de la
contaminación atmosférica no se limitan a los que se ejercen
directamente sobre la salud. La lluvia ácida es consecuencia de los
productos químicos que se disuelven en el agua de lluvia y tiene
efectos corrosivos sobre edificios y estructuras, además de reducir la
productividad de las tierras y los cursos de agua sometidos a esa
influencia. Las modificaciones del equilibrio químico de los suelos y
el agua tienen efectos generalizados sobre la vida vegetal y animal. La
contaminación debida a las emisiones de los vehículos a motor y de los
procesos industriales, fertilizantes, plaguicidas y otros
residuos, están exponiendo a las personas a una gama más amplia de
productos químicos que existían hace 50 ó 100 años, y ahora están
siendo ampliamente dispersados en nuestro medio ambiente.
Los seres humanos estamos en el punto más alto de la cadena alimentaría
(puesto que subsisten consumiendo productos agrícolas y animales, aves
y peces que, a su vez, consumen presas, organismos y agua contaminados)
y por lo tanto, sometidos a una exposición mayor en la concentración de
los niveles de estos productos químicos que, en su mayoría, no han sido
estudiados, ni individualmente ni en combinación, para determinar sus
efectos sobre la salud, y existen hoy en día muchos interrogantes que
aún subsisten con respecto a sus posibles efectos, y en particular
sobre el desarrollo temprano del feto y en la infancia.
Otro severo riesgo de alcance planetario proviene de que actualmente,
los seres humanos utilizan o se apoderan de una proporción estimada
entre 39% y 50% o más de la producción biológica del planeta, mediante
la agricultura, la silvicultura y otras actividades. Desde que finalizó
la última glaciación, ha desaparecido la mitad de los bosques del mundo
y sólo un 22% de la cubierta forestal originaria subsiste en grandes
zonas donde no hay una influencia humana sustancial.
En los últimos decenios, las tasas de deforestación han llegado a los
niveles más altos jamás alcanzados en la historia, en momentos en que
también ha llegado al máximo el crecimiento de la población. Por el
contrario, en los últimos 40 años, la zona forestada per cápita a
escala mundial ha disminuido en más del 50%, desde un promedio mundial
de 1,2 hectárea hasta menos de 0,6 hectárea por persona. Esto se debe
tanto a la disminución de la superficie arbolada como al aumento de la
población y amenaza el bienestar de las personas y de los bosques de
que éstas dependen. La pérdida proporcional de bosques (la cantidad
perdida en relación con la cantidad que subsiste) ha sido más grande en
Asia, y le siguen África y América Latina.
Entre otras consecuencias de todo este conjunto de "desatinos", él más
cercano parece ser el de los efectos que tendrá el cambio climático en
nuestro futuro inmediato
El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambios Climáticos (IPCC)
estima que en los próximos 100 años, la atmósfera terrestre se
calentará unos 5,8 grados centígrados, a una velocidad no igualada en
los últimos 10.000 años. Según las proyecciones futuras de "la mejor
estimación" del IPCC, hacia 2100 el nivel del mar aumentará
aproximadamente medio metro (con un margen de variación de entre 15
centímetros y 95 centímetros), aumento sustancialmente mayor que el
ocurrido en el último siglo.
Entre los efectos humanos y ecológicos del aumento del nivel de los
océanos figuran el aumento de las inundaciones, la erosión de zonas
costeras, la salinación de acuíferos y la pérdida de tierras de cultivo
costeras, marismas y espacio vital. También es posible que aumenten la
intensidad y la frecuencia de los huracanes y otros peligros
climáticos, incrementando los riesgos que corren las crecientes
poblaciones radicadas en las zonas costeras.
Afortunadamente, en todo el planeta están proliferado organizaciones no
gubernamentales que realizan actividades relativas a cuestiones tanto
de población como de protección al medio ambiente, e influyen sobre los
Gobiernos para que adopten medidas conservacionistas, y los
investigadores están tratando de encontrar las conexiones entre
diversas variables, como el estrés medioambiental, la fecundidad,
migración, estado de salud y nivel de educación y efectos de atracción
y de repulsión ejercidos por las decisiones económicas que conllevan la
aplicación de medidas ambientalistas que pudieran ralentizar el
desarrollo tecnológico y la industrialización.
Recientemente, en el año 2000, los Jefes de Estado y de Gobierno
negociaron la llamada "Declaración del Milenio", en la que se adquirió
el compromiso de las Naciones Unidas de establecer "una paz justa y
duradera en todo el mundo" y a volver a consagrar la Organización al
respeto "a la igualdad de derechos de todos, sin distinciones por
motivos de raza, sexo, idioma o religión.
Una Declaración en la que se afirma que "debe garantizarse la
igualdad de derechos y oportunidades de hombres y mujeres"; en la que
se declara que "es necesario actuar con prudencia en la gestión y
ordenación de todas las especies vivas y todos los recursos naturales,
conforme a los preceptos del desarrollo sostenible". En la que se
exhorta a todos los Estados a: "promover la igualdad de género y la
potenciación del papel de la mujer, como maneras eficaces de combatir
la pobreza, el hambre y la enfermedad y de estimular un desarrollo que
sea verdaderamente sostenible"; y en la que se impulsa a "controlar
todas las formas de violencia y de discriminación contra la mujer"; así
como a "adoptar en todas nuestras acciones para el medio ambiente una
nueva ética de conservación y orientación"-
Parece que el mundo se sensibiliza poco a poco ante el posible "ocaso"
que está vislumbrándose sobre la calidad ambiental y su consecuente
repercusión en la calidad de vida de los seres humanos, cuyos efectos
secundarios alcanzan sectores tan dispares como la industrialización,
el mercado económico, o la salud, en un marco de actuación que abarca
tanto a los países ricos como a los pobres, pues la Naturaleza no hace
distingos sociales y aplica su "ley" sin discriminación y con igualdad.
Queda mucho camino por delante, pero... ¡cuidado!, ya no estamos en los
inicios, sino más bien en el desarrollo del "problema", pues la
Naturaleza ya nos está "avisando" de que está alterada y que las formas
de comportamiento social que hemos adoptado son tan discriminatorias,
que ponen en evidencia la falta de cohesión entre las naciones
para la búsqueda de una solución eficaz. Ya son demasiados los
intereses y las ambiciones que el ser humano del siglo XXI ha promovido.
Las generaciones actuales no viviremos plenamente el posible desastre
que se anuncia, pero ello no debe ser la excusa que nos haga mirar
hacia otro lado, pues tenemos en nuestras manos la oportunidad de poner
medidas paliativas, a modo de abrazo solidario con las generaciones
venideras, y a mí, como ciudadano "corriente" se me ocurre una forma de
empezar a ejercer mi colaboración con esta causa, y es simplemente, la
de elegir a mis gobernantes sin que me influya su sexo, raza o color
político tradicional, y hacerlo sólo pensando en el futuro que se
avecina.
Especial para barrameda.com.ar
Benito A. de la Morena
Huelva - España