La
primera conferencia de los países firmantes del protocolo de Kyoto
sobre el cambio climático, reunida del 28 de noviembre al 9 de
diciembre en Montreal, se propone fijar nuevos objetivos para reducir
el CO2 y otros gases de efecto invernadero generados, sobre todo, por
combustibles fósiles (carbón, petróleo y, en menor medida, gas).
La primera paradoja es que esta reducción se negocia cuando las cuotas
fijadas en 1997 en Kyoto están lejos de alcanzarse: un recorte del 5,2%
en el 2012 con respecto a 1990 para los países desarrollados. España
acude a la cita con la peor nota entre los países industrializados
(EE.UU. no ratificó el protocolo), ya que incrementó sus emisiones en
un 41,7% en el 2003 con relación a 1990, es decir, 26,7 puntos
porcentuales por encima de lo asignado en Kyoto (15%).
Desde esta perspectiva, los países de la Unión Europea han de predicar
con el ejemplo -la temperatura media del continente subió el 0,95% en
el siglo XX, lo que supone un 35% más que la media mundial-, máxime
cuando uno de los objetivos de la conferencia de Montreal es asociar a
los países del Sur en el control de las emisiones. La concienciación
colectiva sobre los efectos del cambio climático se ha ido acrecentando
en el último decenio, en particular en el 2005, un año marcado por una
cifra récord de ciclones en el Atlántico y por las inundaciones en
India y Bangladesh. Además, las previsiones apuntan que, de no
corregirse esta tendencia, se intensificarán el desajuste climático
(olas de calor y grandes lluvias), el deshielo de glaciares y la
inundación de zonas costeras (el nivel del mar puede subir casi medio
metro hasta fin de siglo) y la desertización (perturbación grave de los
ecosistemas).
Entre tanto, habría que ir más allá de los objetivos de Kyoto con un
conjunto de medidas: de la mayor eficacia energética, con la
disminución de la ratio entre consumo de energía y unidad de producto
interior bruto, a la diversificación de la producción eléctrica para
reducir el peso de las centrales térmicas, con la apuesta por las
energías renovables (eólica, solar y geotérmica) y la reapertura sin
complejos del debate sobre la energía nuclear. Urge también, en
paralelo, detener la deforestación, ya que la masa forestal es un
instrumento vital para la absorción del CO . Y están además las medidas
fiscales, 2 con la penalización de aquellos productos que generan altos
costes energéticos. Una panoplia de medidas, en suma, para legar a
nuestros hijos un planeta cargado de futuro.
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