 Más
de diez mil especies están amenazadas de extinción, lo que implica no
sólo una gran pérdida en riqueza genética, sino también económica. La
rentabilidad de proteger la biodiversidad supone un apoyo para la
conservación de los ecosistemas.
Si en la variedad está la riqueza, la Tierra está perdiendo su mayor
capital: la biodiversidad. La desaparición de especies se ha acelerado
en el último siglo y ha alcanzado cotas preocupantes: más de 1.500 ya
están en peligro de extinción y más de diez mil seriamente amenazadas,
lo que representa el 25% de los mamíferos, el 33% de los anfibios, el
12% de las aves y el 17% de las especies vegetales.
Aunque el proceso de desaparición de especies es continuo, "no hay duda
de que hoy en día, a diferencia de lo ocurrido en otras eras, la
alteración del entorno es imputable casi exclusivamente a la actividad
humana", explica Margarita Clemente, catedrática de Botánica de la
Universidad de Córdoba.
Naturaleza frágil
La pérdida de biodiversidad tiene efectos directos en el control y
regulación de los ecosistemas. "Está asociada a la estabilidad de los
mismos. La pérdida de biodiversidad configura un modelo de la
naturaleza más frágil, cuyos cambios serán menos predecibles para los
seres humanos –afirma Antonio Gómez Sal, catedrático de la Universidad
de Alcalá de Henares–. Problemas como la proliferación de plagas y
enfermedades en los cultivos, los ecosistemas o las especies silvestres
de interés directo para los humanos o catástrofes debidas a la erosión
y pérdida del suelo pueden derivarse del empobrecimiento de la
biodiversidad". Tanto Gómez Sal como Clemente son ponentes del ciclo
Las amenazas de la biodiversidad, organizado por la Fundación Santander
Central Hispano y el Instituto Francés de Madrid, y que se celebra
hasta el 15 de diciembre.
Uno de los puntos fuertes del ciclo es analizar la incidencia de la
pérdida de biodiversidad en el ser humano. En primer lugar, hay
importantes implicaciones económicas, debidas, sobre todo, a la pérdida
de recursos: "Gran cantidad de especies silvestres o semidomésticas
tienen uso potencial para la alimentación humana, pueden ser empleadas
en programas de mejora y selección de productos; producen materiales de
construcción o materias primas para uso industrial (fibras, caucho,
maderas), y tienen gran importancia en medicina y cosméticos", señala
Gómez Sal.
Margarita Clemente aporta un ejemplo ilustrativo de esta incidencia: en
Malasia se cultiva el durión, una fruta muy demandada en los mercados
asiáticos. En los años setenta se detectó que, a pesar de mantenerse el
número de árboles frutales, la producción se redujo drásticamente e
hizo peligrar los ingresos de 100 millones de dólares anuales de esa
época. "El misterio se desveló al descubrirse que el durión era
polinizado por un murciélago cuya población había mermado como
consecuencia de que otra planta, típica de manglares, y su principal
alimento, había desaparecido por la conversión de éstos en criaderos de
gambas".
Jacques Blondel, director de Investigación del Centro de Ecología
Funcional y Evolutiva del CNRS en Montpellier, defiende la rentabilidad
de la biodiversidad: "Primero, porque es la única manera de alimentar
eficientemente al mundo; y segundo, porque su gestión y protección
pueden ser objeto de programas muy beneficiosos. Por ejemplo, el
ecoturismo es un medio idóneo para rentabilizar la biodiversidad".
Antonio Gómez Sal ofrece otro ejemplo de este filón: la bioprospección.
Se trata de la búsqueda sistemática de compuestos químicos, genes,
microorganismos y macroorganismos y otros productos naturales, valiosos
por su uso potencial en las industrias farmaceútica, agrícola y
biotecnológica.
Un referente mundial en este campo es el Instituto Nacional de la
Biodiversidad de Costa Rica (InBio), que obtiene mucho de sus recursos
de convenios con importantes empresas, principalmente del ámbito
farmaceútico. Por ejemplo, en 2003, InBio consiguió de los ricos
ecosistemas costarricenses 29 extractos químicos con actividad
promisoria para el tratamiento del cáncer y algunas enfermedades
tropicales. En España, el mayor provecho puede venir del ecoturismo y
de la agricultura ecológica. "Muchas personas estamos dispuestos a
pagar por visitar espacios protegidos bien gestionados, donde se
aprecie el progreso de especies poco comunes o amenazadas o por
consumir recursos agrícolas de calidad, sanos y variados", opina Gómez
Sal.
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