Cuentan
con ironía en el pueblo de Aguascalientes, a los pies de Machu Pichu,
que el turismo está logrando lo que los “invasores españoles” no
consiguieron cinco siglos atrás. Si entonces este símbolo incaico
escapó del fuego conquistador sin aún saber cómo, hasta que en 1911 un
ávido arqueólogo estadounidense dio con su paradero, no ha faltado
tiempo para que esta maravilla visual, patrimonio cultural de la
humanidad, ceda sus privilegios al turismo ‘dolarizado’ bajo la
impávida actitud de instituciones internacionales (UNESCO) y nacionales
(Gobierno peruano), amén de compañías privadas cuyo carácter depredador
roza el esperpento.
Ya puede la UNESCO, agencia de la ONU que preserva el patrimonio
considerado de todos, anunciar, como hizo hace dos años en un mediático
informe, el inexorable daño que sufre; ya puede el Gobierno de Lima,
tanto en el mandato privatizador de Fujimori, como en el del
continuista y decepcionante Toledo, reconocer fallos de gestión cuando
ya no hay marcha atrás; ya pueden clamar al cielo voces independientes
y la revista ‘New Scientist’ contrastar los peligros; o el Instituto de
Prevención de Desastres de Kioto (Japón) anunciar: “el Machu Pichu se
mueve un centímetro al día porque yace sobre terrenos volcánicos”.
Se puede seguir hablando del halo misterioso que encierra, de los
secretos exquisitos que guarda, de la importancia de sus restos
arqueológicos o del ¡corramos a visitarlo! de las agencias turísticas.
Eso sí, ni palabra de por qué las partes interesadas acordaron limitar
la entrada a menos de mil personas diarias, mientras se duplican o
triplican los visitantes, según fechas y épocas estacionales; o cómo
decenas de microbuses circulan a todo trapo, seis o siete veces al día,
ida y vuelta, por un camino de tierra que zigzaguea el valle hasta
quedarse a unos pocos metros de las ruinas; del polvo y ruido que
desprenden y las consecuencias que ello deriva en el ecosistema – un
manantial selvático de 200 clases de orquídeas y 300 especies de aves
–; de por qué el informe de la Unesco sobre Machupichu (julio de 2004)
carga las tintas en recomendaciones secundarias – como un mayor control
a los mochileros que recorren por el Camino Inca 64 kilómetros desde
Cuzco a Machu Pichu - olvidando de pleno el verdadero nudo gordiano: el
modelo turístico capitalista devora Machu Pichu.
Beneficios económicos
Porque sobre las virtudes económicas de esta maravilla del mundo mejor
ni hablar. Desde las reiteradas invitaciones a la inversión privada por
parte del presidente Toledo, con foto incluida junto a Kofi Annan,
secretario general de la ONU, a los pies del poblado, hasta el caramelo
que supone para las autoridades limeñas: una exquisitez valorada en 15
millones de euros anuales. Y sólo con los beneficios de las entradas
individuales, unos 25 euros.
A eso hay que añadir otros 80 del tren que recorre Cuzco-Machu
Pichu-Cuzco y cinco euros (sólo ida) del microbús escoba que sube hasta
las ruinas. Más la pernocta si es necesaria.
Los empresarios limeños dominan una parte de la actividad hostelera de
Aguascalientes, donde se asientan unos 40 establecimientos en un pueblo
de 5.000 habitantes, diez veces más que hace una década. La otra
porción la explota el consorcio estadounidense Orient Express y sus
modernos edificios con habitaciones a precio occidental.
Pero la privatización del ‘espacio Machu Pichu’ no acaba ahí. Una
subcontrata de la compañía aérea chilena LAN explota la única vía de
acceso al pueblo - la ferroviaria - y el camino de los microbuses. En
una clara muestra de la funesta política que comenzó Fujimoru en los
noventa y que no ha hecho sino agudizar la marginación de una población
que vivía del turismo a pequeña escala (venta de productos artesanales,
porteadores, pensiones) y de golpe a porrazo ha pasado a mendigar mal
que bien haciendo frente a las subidas del billete ferroviario y
comprando bienes de consumo revalorados. Y lo que es más grave: asistir
impotentes a la agonía de su identidad cultural y gastronómica por el
‘fast food’ y el espagueti.“Me imagino que quieren más visitantes. Es
una trampa turística”, reflexiona el periodista chileno Banjamin
Labatut tras visitar el “monumento más importante de América” por su
trascendental significado.
Artesanos en guerra
El mejor ejemplo de la escabechina que supone este modelo turístico es
la simbólica protesta de los artesanos de Aguascalientes desde hace
semanas. Cada día, unos cien, en su mayoría mujeres, esperan en las
vías del tren la llegada de los cinco convoyes que llegan desde Cuzco
atestados de turistas. Muestran su ira al espectador con gritos y
pancartas contra la empresa que explota el servicio: Perú-Rail, que
está en manos de un conglomerado anglo-chileno. Exigen que cumplan lo
pactado y no demoren ni un segundo más la reconstrucción del puente que
una mortífera riada se comió en abril de 2004.
La pretensión de los artesanos es avivar las obras para que el tren
arribe en su destino natural, la estación del pueblo, en lugar de la
parada ocasional situada junto al complejo hotelero. Pero esta
reclamación encierra otra motivación: poder recuperar las ventas del
mercado de artesanía popular ubicado junto a la parada. En otras
palabras, impedir que la porción de tarta que les proporciona el
turismo no se la acabe comiendo los empresarios hoteleros.
“Se trata de una metáfora del canibalismo turístico que se aplica en
Machu Pichu, donde sólo se benefician unos pocos”, afirma Francisca
González, una joven vendedora ambulante, mientras despacha botellines
de agua de una marca europea a los turistas para refrescar el cuarto de
hora que se tardan en subir en microbús desde Aguascalientes hasta las
ruinas de Machu Pichu.
Mateo Balín
Periodista
Agencia de Información Solidaria
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