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Publicado por Administrador   
domingo, 21 de agosto de 2005
Hyla callipleura, un anfibio que habita en La Paz y Cochabamba.Ojos saltones, apariencia robusta, piel rugosa y patas cortas develan la identidad del animal. Se trata de un sapo. Si fuera una rana, sería esbelta, de patas largas y piel suave. Pero ambos tienen algo en común: son anfibios de la orden Anura, sin duda la que cuenta con más individuos en Bolivia y la conocida comúnmente por la gente.

Sin embargo, dos órdenes más completan el universo de los anfibios. Una es la Urodela, que agrupa a salamandras y tritones, que por lo general tienen una cola semejante a la de una lagartija —pero sin escamas—. La otra es la Gymnophiona, donde se clasifican las cecilias, muy similares, por la forma de su cuerpo, a una lombriz.

Según estudios, las tres órdenes se encuentran amenazadas de una u otra manera. "Más las salamandras que las ranas y sapos y éstos que las cecilias", explica José Vicente Rodríguez, experto colombiano en anfibios y colaborador de la organización Conservación Internacional.

Mientras, los informes de la Unión Conservacionista Mundial (IUCN) corroboran esta circunstancia. Y es que, según ellos, al menos 1.856 especies de anfibios están amenazadas con la extinción, lo que representa un 32 por ciento de todas las especies. En comparación, solamente el 12 por ciento de las especies de aves y el 23 por ciento de las de mamíferos se encuentran amenazadas en el mundo.

Pero más delicado es que el 43 por ciento de la población de las especies está en declive; y menos del uno por ciento, en crecimiento.

Además, faltan datos suficientes para evaluar con precisión el estado de casi 1.300 especies que los científicos también creen que se encuentran ya bajo amenaza.

Son realidades preocupantes, y más si se tiene en cuenta que los anfibios prestan servicios fundamentales para la humanidad. "En primer lugar, producen substancias sustitutas de los antibióticos y anestésicos más potentes que la morfina. También consumen una enorme cantidad de insectos nocivos para la agricultura o portadores de enfermedades letales como la malaria", dice Rodríguez.

Por eso, un mundo sin anfibios aumentaría sobre todo la incidencia de enfermedades mortales para el hombre y "conllevaría la pérdida de oportunidades en la cura de otros males que están siendo combatidos con medicamentos producidos a base de alcaloides, toxinas y demás exudados extraídos de la piel de estos animales".

Asimismo, los anfibios son unos de los mejores indicadores de la salud general del ambiente —por su gran sensibilidad ante la contaminación del agua dulce, la polución del aire y los cambios climáticos, y su apresurada disminución en número sirve como una advertencia de que se está atravesando un peligroso período de degradación.

La situación en Bolivia

Reconocer a los anfibios no es difícil. "Todos poseen la piel lisa, sin escamas, pelos o plumas, húmeda y profusamente vascularizada, lo que les permite un activo intercambio de oxígeno y agua con el medio ambiente", explica Rodríguez. "Luego, dependen del calor del medio que les rodea para ir regulando su temperatura corporal".

En Bolivia, a pesar de que no hay ninguna especie extinta, existen por lo menos 21 amenazadas, que en su mayoría tienen una parte de su distribución en Áreas Protegidas. Y hoy día los anfibios se constituyen en uno de los grupos de vertebrados más investigados en los últimos años. Pero no era así antes. La primera lista de Bolivia fue publicada en 1990 y contenía 112 especies. Ahora, se tienen registradas más de 205, y se estima que existen realmente unas 350.

Un enclave privilegiado en cuanto a riqueza de familias es el Parque Nacional Carrasco, en Cochabamba, pues, según estudios del experto Steffen Reichle, alberga 80 especies, particularmente en la carretera antigua. Pero, además de esta importante diversidad, "existen especies endémicas que sólo se conocen en este área, como son los casos de la Eleutherodactylus ashkapara, la Phyllonastes ritarasquinae y la Phrynopus iata- masi", rezan sus escritos. Igualmente habitan en esta zona especies llamativas y estéticamente atractivas, como la Atelopus tricolor, la Gatrotheca testudinae y la Hyalinobatrachium bergeri. Esta última, en particular, es espectacular, y sus individuos son conocidos como ranas de vidrio, porque muchos tienen vientre transparente.

El peligro está latente

Lamentablemente, toda una serie de amenazas se cierne sobre sapos, ranas y demás anfibios. "El principal problema —señala Rodríguez— es la destrucción y fragmentación de los hábitats que, junto a la sobreexplotación y la introducción de especies no nativas —como la trucha—, conforma la 'tétrada del diablo', responsable de la dramática desaparición de individuos, acelerada sobre todo durante los dos últimos siglos".

Por otro lado, algunos herbicidas de mayor uso a nivel mundial, como la atrazina, afectan al desarrollo de las gónadas de los machos, aumentando la proporción normal de anfibios hermafroditas.

Pero lo que actualmente está haciendo estragos en medio mundo es una pandemia provocada por un hongo patógeno, "que aumenta el grosor de la piel en ciertas zonas del cuerpo y sofoca al animal, a la vez que libera toxinas que matan a los contaminados".

Asimismo, un nuevo "enemigo invisible" está haciendo de las suyas: el cambio climático. "Los efectos potenciales de un calentamiento global sobre los anfibios se manifiestan es un aumento del estrés fisiológico, una disminución de la movilidad y una alteración de los ciclos reproductivos. Por otra parte, un incremento de la radiación ultravioleta, por efecto de la destrucción de la capa de ozono, podría provocar anormalidades durante el desarrollo embrionario de los anfibios, causar daños severos a los ojos y la piel, y afectar al sistema inmunológico".

Las especies más perturbadas son aquellas que tienen renacuajos acuáticos —por ejemplo, las Atelopus y las Colostethus— mientras que especies sintópicas, con desarrollo directo fuera del agua, todavía son bastante abundantes.

Finalmente, los usos humanos también representan un perjuicio, pero que de momento es mínimo. Según los textos de James Aparicio, dedicado durante años al estudio de especies amenazadas, el consumo y la exportación ilegal de ancas de rana, los ritos pagano-religiosos en busca de lluvias o fecundidad y los caldos a base de sapos o ranas para combatir la anemia o la tuberculosis son comunes. Y la Telmatobius culeus, también conocida como rana gigante, es una de las más afectadas por todas estas prácticas. Asimismo, algunos anfibios del género Bufo, no incluidos en ninguna categoría de amenaza, están siendo utilizados para la confección de billetes, monederos o incluso para ser cruelmente taxidermizados.

Es una pena, pues los anfibios, además de ser una parte importantísima del equilibrio natural, son un espectáculo visual por sí mismos, con colores y características que parecen inimaginables.

Así, entre los aspectos que los hacen únicos, Reichle destaca las diversas estrategias reproductivas que poseen. "Existen ranas y sapos que de la manera clásica ponen sus huevos en cuerpos de agua y pasan por una fase larvaria. Otras, sin embargo, se reproducen de forma explosiva después de las primeras lluvias y presentan un desarrollo rápido de sus huevos y renacuajos en el agua; entre ellas se destaca la Elachistocleis bicolor. Algunas, como las especies de los géneros Eleutherodactylus, Phyllonastes y Phrynopus son protagonistas de un desarrollo directo, lo que significa que los huevos son puestos en sitios húmedos del suelo, de los cuales después de cierto tiempo nacen unas pequeñas ranitas (sin pasar antes por una fase larvaria acuática). Y también hay las que presentan, de una u otra manera, ambos procesos durante la época crucial de desarrollo".

Sin duda, eso una señal de que los anfibios son algo más que unos pequeños bichos que por lo general viven en los ríos y pantanos.

Por eso, los biólogos creen que ya va siendo hora de que los gobiernos entiendan lo que dicen estos termómetros de la naturaleza.

Fuente: La Razón

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Comentario[s]
Medidores de la salud ambiental
Escrito por Benito A.de la Morena el 2005-08-23 20:35:22
En el Parque Nacional de Doñana, al Suroeste de España, en la provincia de Huelva, científicos de la Estación Biológica estudiaban la incidencia de la radiación ultravioleta en anfibios -ranas concretamente- pues sus huevos mutaban anormalmente produciendo seres deformes ante el incremento de la radiación. Uno de los becarios jóvenes de mi grupo de físicos que le proporcionaba los datos de UV, díjo en voz alta, si esto les pasa a los huevos de las ranas, ¿que les pasará a los nuestros?. Y se hizo un profundo silencio. 
Benito A.de la Morena (Huelva-España)


 
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