Marisa pasa mucho tiempo con sus macetas (de botellas y neumáticos reciclados, de madera, de bañaderas viejas) llenas de brotes y frutos y tiene mucho para contarnos de lo que ha aprendido en medio de semillas, tierra, compost y luz.
Todo la dedicación y pasión que pone en su huerta se nota en el sentimiento que pone al contar sobre las criaturas que habitan su terraza, en el barrio de Caballito. Allí mismo, en el centro de Buenos Aires, donde uno imagina sólo hormigón y edificios cortando el horizonte, Marisa ha creado un ambiente verde, donde proliferan -gracias a su cuidado y cariño- acelgas, rabanitos, lechugas, remolachas, tomates y toda clase de vegetales deliciosos y saludables.
Hace apenas un poco más de un año, Marisa cultivó los primeros ajos y desde entonces no paró de aprender, experimentar y dedicarse a esta tarea diaria de tener una huerta. “Me gusta mostrar todo lo que este año creció en mi terraza porque ayuda a desmitificar el “imposible” de tener hortalizas en el centro geógrafico de la ciudad”.
Desde su cuenta de Facebook va mostrando cada una de sus cosechas y se llena de orgullo al postear las fotos de las habas gigantes, los brócolis, las lechugas, las acelgas, los tomates. Entiendo a Marisa en la satisfacción única que se siente al ver cómo de una semilla despunta un fruto, gracias a tus cuidados e insisto en recomendárselo a todos.
Como nos cuenta, “lo cierto es que junto con toda la alegría , están también los desaciertos, frustraciones y desilusiones. Tal vez estos sean los grandes maestros. Igualito que en la vida”.
Por ejemplo, cuando empezó con la huerta, “con todo el entusiasmo inicial, me atropellé un poco con las fechas. Tuve en mis manos la bolsita de semillas del Inta, que es, para quien comienza a sembrar, el mejor regalo que hay sobre el planeta. Sembré todo junto, buscando en internet cómo hacerlo. Y sepamos que internet es un gran aliado, pero si te tomás el tiempo de buscar hay información muy diferente, hasta contradictoria en algunos casos”.
Por la inexperiencia lógica, al principio algunos rabanitos mutaron en plantas enormes, algunos repollos jamás se formaron y otras acelgas locas florecieron si parar, antes de crecer. Esto es también parte de lo que la tierra nos enseña en la práctica.
Marisa también vivió una experiencia “dramática” con las zanahorias, según la define. El aprendizaje tras esto fue que “Hay que ralear. Te guste o no te guste, las zanahorias no crecen si están demasiado cerca uno de la otra. Todas las que sembré sacaron enormes ramilletes verdes, pero hacia abajo crecieron sólo las que tenían mucho espacio”.
Otro dato que puede parecer lógico pero que a veces se puede pasar por alto es que, en el caso de las plantas que necesitan mucha profundidad de suelo, “si las pones en la maceta inadecuada, quedan bonsai” y se terminarán pareciendo a un repollo que Marisa cultivó y que, más bien, parecía de plástico.
Como huertera principiante, aprendió que la información que viene en las bolsitas de las semillas, los apuntes o experiencias ajenas son solo una guía. Hasta que no cultivás y probás por vos mismo, no sabés cómo pueden resultar las cosas.
Por ejemplo, los rabanitos dicen que son muy fáciles de cultivar, pero a Marisa le tardaron 3 veces más tiempo de lo que esperaba. Cuenta que “a los míos les creció un tallo rojo en vez de la bolita que estaba esperando. Entonces, me decidí a agregarle mucha más tierra y tapar ese tallo ancho y rojo, y recién entonces creció como debía y recién meses más tarde lo pude comer!”
En cuanto a los “bichos”, nos cuenta “recién pude hacerme “amiga” de ellos cuando tuve suficientes hortalizas y no me importó que picotearan algunas. Lo cierto es que al comenzar a crecer las primeras acelgas, en un par de noches desaparecieron las hojas. El odio que sentí, después de tanta dedicación y cuidado, me llevó a investigar en diferentes opciones: el rociado de ajos machacados en agua y alcohol… que como no dio resultados inmediatos, le agregué polvo de locoto, para que fuera , además, picantisimo. Por último rodeé las plantitas con ceniza. No se si fue eso lo que finalmente alejó a mis enemigos, o fue la suerte de haber visto un gusano en las hojas del limonero vecino y haberlo sacado”.
Para mi, un aprendizaje vital que nos remarcó Marisa es que “en la huerta no existen los apuros, hay que observar, intervenir y esperar,por sobre todo esto último“. Tener una huerta no deja de ser, según nos apunta, “como una práctica espiritual: levantarte y hacer la tarea. Sin esperar resultados. Regar, agregar compost, acomodar, desechar, limpiar, trasplantar, guiar, proteger del viento, de la lluvia, del sol… meses y meses, sin saber cuando, finalmente, aparecerá el glorioso fruto, o estará el delicioso bulbo formado“.
“Fechas, espacio, sol, agua, todas variables que parecen cambiar con las estaciones, el clima concreto, el ánimo de quien cultiva, la luna, el sol, y las plantas que las rodean. Son muchas verdades que se van manifestando a su tiempo. Y asi debe ser. Lo maravilloso de esta experiencia es entrar en el ritmo de la naturaleza. Es bastante poco lo que podés controlar . Se trata de un juego donde los caprichos y la soberbia humana no tienen cabida. En cambio, desarrollás la capacidad de empezar a conocer, acompañar, y ser parte del mágico ciclo de la vida”, concluye Marisa, contenta de poder transmitir todo lo que le enseñó la noble práctica de dejar que una semilla explote en vida y segura de que lo aprendido es apenas una pequeña porción de todo lo que tener huerta le seguirá mostrando.
Algo tan sencillo y tan al alcance de todos nosotros como las plantas tienen tanto para mostrarnos y tanto por decir, y lo único que requieren de nosotros es un poco de atención, para escuchar su sabiduría. No toma demasiado tiempo y hace tanto bien al alma. Quien crea que tener plantas y huerta es una tarea espiritual que pone alegría a nuestros días, que tire la primera semilla.
Marisa Charny
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