A las abejas cuya población en algunas regiones del mundo ha disminuido en alrededor del 50 por ciento en los últimos diez años, les ha surgido un enemigo formidable: el hombre que las ha colocado al borde del colapso, sobre todo en los países más desarrollados donde la agricultura se realiza de modo intensivo y con empleo masivo de semillas genéticamente modificadas, fertilizantes, pesticidas, maquinarias y diversos productos químicos.
Pero ahora las abejas perecen tener un aliado: Vladimir Putin, que ha hecho saber a John Kerry su “indignación extrema” por la tolerancia estadounidense hacía los monopolios de biogenética agrícola.
A pesar de su trascendencia en la historia natural, la desaparición de los dinosaurios hace unos 65 millones de años no tuvo significación económica ni social. Entonces no existía el hombre, ni la agricultura, la propiedad ni el comercio. Nadie puede ser culpado de su trágico destino, excepto un cambio climático que pudo ocurrir por una larga mutación o por el impacto de un meteorito que cambió el clima en la tierra.
No ocurre lo mismo con las abejas, un diminuto insecto de enorme significación económica y cultural. El mundo que no extraña a los dinosaurios, difícilmente pudiera prescindir de las abejas que son demasiado frágiles y dependientes del medio natural para soportar las agresiones a que son sometidas.
Las abejas constituyen la ocupación de cientos de miles de apicultores en todo el planeta y el eje de una importante industria que produce miel y decenas de derivados utilizados en la industria alimentaria, la farmacopea, la perfumería y otras esferas. No obstante su aporte más decisivo es su contribución a la agricultura como el más eficiente de los agentes polinizadores vivos.
A las abejas cuya población en algunas regiones del mundo ha disminuido en alrededor del 50 por ciento en los últimos diez años, les ha surgido un enemigo formidable: el hombre que las ha colocado al borde del colapso, sobre todo en los países más desarrollados donde la agricultura se realiza de modo intensivo y con empleo masivo de semillas genéticamente modificadas, fertilizantes, pesticidas, maquinarias y diversos productos químicos.
A pesar de las protestas y las gestiones de organizaciones de agricultores y apicultores, entidades ecologistas, instituciones internacionales y algunos gobiernos, hasta el presente no ha sido posible regular el empleo indiscriminado de sustancias químicas aplicadas a la agricultura que matan a las abejas y que son producidos por transnacionales como Monsanto, Sygenta AG, Bayer, Down y DuPont.
No obstante su final que parece inevitablemente trágico, a las abejas le ha salido un defensor con afilado aguijón: Vladimir Putin, presidente de Rusia que ha hecho saber al Secretario de Estado norteamericano, John Kerry su “indignación extrema” por la tolerancia estadounidense hacía los monopolios de biogenética agrícola y por la negativa del presidente Obama a discutir un problema que pudiera conducir a la apocalipsis de las abejas y a una severa afectación de la cadena alimentaria mundial.
En su informe sobre el tema las autoridades rusas han descrito los agroquímicos utilizados en el cultivo de organismos genéticamente modificados como “monstruosidades criadas artificialmente”.
La alianza entre el gigante geopolítico y los laboriosos insectos es un sorprendente efecto del mundo global. Ojalá se preserven las abejas y no se dañe la producción agrícola pues además del peligro para esas y otras criaturas, existe también el hambre. ¿Podrá conciliarse lo uno con lo otro? Allá nos vemos.
Jorge Gómez Barata
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