El mayor y más masivo ser vivo del planeta Tierra no es la ballena azul, sino una secuoya gigante. Estos y otros árboles milenarios han sido testigos de las hazañas humanas, pero también de sus más profundas miserias. Estaban antes de los que vivimos en este momento y antes de nuestros más inmediatos antepasados.
Algunos pinos bristlecone de California ya habían crecido cuando hace 5000 años la civilización egipcia aún no había florecido. El Viejo Tjikko, en Suecia, es el árbol clonal individual más antiguo, con 9550 años. En esa época no había civilización alguna ni escritura y el ser humano acababa de salir de la época glacial para empezar a cultivar la tierra. Pero la colonia clonal más antigua es Pando, cubre 43 hectareas en el Fishlake National Forest (EEUU) y se le estima una edad de 80.000 años.
Pero además de estas marcas extremas hay muchos árboles viejos y grandes (en su mayor parte desconocidos e ignorados) a lo largo de todo el mundo. Se produce cierta mística cuando uno toca con sus propias manos una inabarcable secoya roja rasca el cielo, un viejo baobab castigado por los dioses a estar plantado del revés o un viejo castaño ahuecado por el tiempo y alimentado por la propia madera descompuesta por hongos que una vez le hizo estar erguido y desafiante. A uno le puede quedar la esperanza de que las siguientes generaciones puedan disfrutar de esos magníficos árboles, pero parece que tampoco queda ese consuelo.
Además de lo injusto que sería el eliminar unos seres que han estado aquí durante cientos o miles de años, estos árboles cumplen una labor ecológica muy importante, pues son el refugio de muchas otras especies que en algunos ecosistemas pueden suponer un 30% de las especies de animales.
Los viejos árboles almacenan carbono, reciclan los nutrientes del suelo, crean ricos lugares en donde pueden vivir otras especies y regulan el agua y el clima locales. Estos seres proporcionan abundante comida a numerosos animales en forma de frutos, flores, follaje y néctar. Además, sus troncos huecos proporcionan un lugar de nidificación o refugio para aves y otros animales.
La pérdida de estos grandes y viejos árboles significaría la extinción de muchas otras criaturas.
Todo esto viene a cuento porque estos viejos y grandes árboles están muriendo a lo largo de todo el mundo, presumiblemente debido a la actividad humana.
Un estudio realizado por David Lindenmayer, del ARC Centre of Excellence for Environmental Decisions y Australian National University, y sus colaboradores señala la alarmante pérdida de árboles centenarios en los bosques de todo el mundo, en sabanas y regiones agrícolas, incluso también en las ciudades.
Los autores del estudio urgen para que se identifiquen las causas de esta pérdida y a las autoridades para que elaboren estrategias que lo eviten.
Sin esas políticas, afirman, los grandes y viejos árboles desaparecerán en muchos lugares, desencadenando pérdidas en la biota y en la funcionalidad de los ecosistemas.
Entre los datos usados para el estudio están los registros forestales suecos que se remontan a 1860 o el estudio de 30 años de duración realizado sobre el bosque de Eucalyptus regnans australiano.
No solamente los incendios provocan este fenómeno, pues la pérdida de estos árboles es diez veces superior al ritmo normal cuando no hay incendios forestales. Entre las otras causas puede estar la sequía, la alta temperatura o las talas.
Estos científicos observaron el mismo patrón en el parque Yosemite en California, en la sabana africana, en la selva brasileña, en los bosques templados europeos y en los bosques boreales más al norte.
Esta pérdida también se pudo observar incluso en áreas agrícolas y en ciudades en donde la gente realiza esfuerzos para conservarlos.
“Es una tendencia muy perturbadora. Estamos hablando de la pérdida de los organismos vivos más grandes sobre el planeta, de las plantas con flores más grandes sobre el planeta, de organismos que juegan un papel clave en la regulación y enriquecimiento del mundo”, dice Bill Laurance de la James Cook University.
Según estos investigadores la pérdida de grandes árboles de distinto tipo y en tan distintas localizaciones parece estar producida por una combinación de factores como las prácticas agrícolas, el clareado de bosques, cambios inducidos por el hombre en el régimen de incendios, tala para conseguir leña y material de construcción, ataques de insectos y cambios climáticos rápidos.
“Así por ejemplo, la población de grandes viejos pinos en el bosque seco del oeste de Norteamérica ha declinado dramáticamente a lo largo del último siglo debido a la tala selectiva, a severos incendios y otras causas”, dice Jerry Franklin, de Washington University.
Los investigadores relacionan la pérdida de grandes árboles a la tragedia que ya afecta a los grandes mamíferos, como elefantes, rinocerontes, tigres o ballenas. Advierten que casi ningún programa de conservación considera los plazos de tiempo centenarios que se necesitan para asegurarse la supervivencia de los viejos árboles.
“Así como las poblaciones de animales de cuerpo grande, como elefantes, tigres o cetáceos, han declinado en muchos lugares del mundo, un considerable conjunto de pruebas sugiere que los viejos árboles pueden estar igualmente en peligro”, dicen estos científicos.
Estos investigadores realizan finalmente una llamada de atención para que se haga una investigación internacional urgente que evalúe la extensión de esta pérdida de grandes árboles y que identifique áreas en donde los grandes árboles tienen mejores oportunidades de sobrevivir.
Si el ser humano sobrevive a su propia estulticia (algo ya casi improbable), los escolares del futuro verán en sus libros de texto (posiblemente electrónicos) los árboles que había en el pasado y los admirarán de una manera similar a cuando nosotros a su edad admirábamos los dinosaurios o los mamuts. Entre otras cosas que sólo podrán ver virtualmente también estarán los grandes mamíferos, los glaciares de montaña, las selvas tropicales o los arrecifes de coral. En esas escuelas será difícil enseñarles el significado de la palabra “humanidad” en sus varias acepciones sin caer en la mayor de las contradicciones lógicas.
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