Crisis de modelo: Hoy en día sufrimos las consecuencias de un modelo socio-económico pernicioso y suicida tanto para la justicia social y la solidaridad intrageneracional como para la justicia ambiental y la solidaridad intergeneracional.
¿Qué es la crisis ecológica y cómo la deberíamos afrontar desde la sociedad civil y desde los movimientos políticos? En respuesta a esta pregunta, plasmo algunos apuntes sobre lo que subyace debajo de la crisis ecológica y cuáles tendrían que ser las prioridades para una gran transformación ecológica, social, democrática y ética de la sociedad.
Crisis de modelo: Hoy en día sufrimos las consecuencias de un modelo socio-económico pernicioso y suicida tanto para la justicia social y la solidaridad intrageneracional como para la justicia ambiental y la solidaridad intergeneracional: el “liberal-productivismo”. Basado en un crecimiento financiero y material sin límites, no es otra cosa que una fusión progresiva entre los rasgos y estragos estructurales del neoliberalismo dominante desde los años setenta y los del productivismo reinante desde el fin de la II Guerra Mundial. Este modelo genera la tensión actual entre Humanidad y Naturaleza que se manifiesta a través de las principales crisis ecológicas que sufrimos: cambio climático, techo del petróleo, perdida de biodiversidad, deforestación, crisis alimentaria, etc.
Crisis de escasez: Asimismo, detrás de las crisis financieras y especulativas, siempre se encuentran crisis más profundas que tocan lo que solemos llamar la economía real (también llamada economía productiva) y la economía real-real, es decir la de los flujos de materias y energía (que depende por una parte de factores económicos y por otra parte de los límites ecológicos del planeta). En este contexto, la crisis ecológica es principalmente una crisis de escasez: escasez de materias primas y de energía para mantener el ritmo de la economía actual, y aún menos extenderlo a los países del Sur. El modo de producción y de consumo impulsado por el Norte no tiene en cuenta los límites físicos del planeta, tal y como lo deja patente la huella ecológica: si todas las personas de este mundo consumieran como la ciudadanía española, necesitaríamos tres planetas. Mientras tanto, la humanidad ya supera en un 50% su capacidad de regenerar los recursos naturales que utilizamos y asimilar los residuos que desechamos.
Crisis ética: Desde que entramos en la edad moderna occidental y la revolución industrial, se ha ido apoderando de nuestras mentes el «antropocentrismo tecnocrático», es decir una cosmovisión particular donde la naturaleza es sobre todo el objeto propuesto para nuestro dominio, para nuestro provecho, gracias a la tecnociencia, fuente de la felicidad de los seres humanos. La crisis ecológica es por tanto también una crisis de valores y de civilización donde cada persona y cada sociedad tiene que repensar de forma individual y colectiva el sentido de nuestra existencia y, por consiguiente, nuestro lugar adecuado en la naturaleza. Este supone contestar de forma democrática a preguntas fundamentales y existenciales: ¿por qué, para qué, hasta dónde y cómo producimos, consumimos y trabajamos?
La humanidad, es decir tanto los individuos como las sociedades que las componemos, está ante una encrucijada: puede decidir, al igual que la civilización maya clásica, cerrar los ojos ante el peligro y caminar sin marcha atrás hacia su derrumbe, o puede decidir rebelarse y perdurar dentro de la llamada “supervivencia civilizada de la humanidad”. Para alcanzar este objetivo, es necesario otro modelo de producción y consumo donde reconciliemos, de forma democrática y solidaria, nuestra aspiración individual y colectiva a la buena vida con los límites ecológicos de un planeta finito.
En este camino, planteo y actualizo diez prioridades que esbocé en 2011 hacia aquella transformación ecológica, social, democrática y ética de la sociedad:
• Establecer los límites y fijar umbrales de recursos y emisiones per capita, así como objetivos de reducción del consumo diferenciando entre países del Norte (contracción, es decir decrecimiento radical de la huella ecológica dentro de los límites ecológicos del Planeta) y del Sur (convergencia, es decir evolución socioecológica hacia un alto bienestar y una baja huella ecológica sin pasar por la casilla del maldesarrollo de los países occidentales).
• Construir una macroeconomía ecológica que integre las variables ecológicas donde la estabilidad no dependa del crecimiento, donde la productividad del trabajo no sea el factor determinante. En este marco, es central superar definitivamente el PIB como indicador principal de riqueza, por ejemplo a través de indicadores construidos de forma participativa o gracias a debates deliberativos —locales, estatales y europeos— sobre qué es la naturaleza de la riqueza, su cálculo y su circulación.
• Relocalizar la economía en torno a actividades poco intensivas en energía pero sí en mano de obra y que creen utilidad socioecológica. Es necesario privilegiar las actividades sociales y económicas de circuitos cortos como puede ser las cooperativas y grupos de consumo, que generan actividad a nivel local, sin intermediarios, con huella ecológica baja y con alta capacidad de resiliencia. Al mismo tiempo, la relocalización necesita una coordinación supralocal y europea para garantizar solidaridad interterritorial y políticas eficientes contra problemas transfronterizos y globales.
• A través de un “New Deal Verde”, invertir masivamente en empleo verde, es decir en puestos de trabajo que garanticen una conversión ecológica de la economía en sectores sostenibles como las energías renovables, agricultura ecológica, rehabilitación de edificios, gestión forestal sostenible, economía de cuidados, artesanía, economía social y solidaria, cooperativas de viviendas, etc. Sin duda, vivir bien en un mundo eco-solidario implicará una contracción para los sectores intensivos en energía fósil y/o especulación financiera y/o perjudiciales para un mundo pacífico (industria manufacturera, sector automovilístico, pesca industrial, bancos y seguros, industria armamentística, etc.), lo cual supone desarrollar una reconversión planificada y participada de las personas trabajadoras hacia los sectores antes mencionados.
• Hacer un uso masivo de la reducción de la jornada laboral y del reparto del trabajo, incluyendo el de los cuidados. En este sentido, la propuesta de las 21 horas permite vincular reivindicaciones históricas del movimiento obrero y sindical con las del movimiento ecologista al afirmar que una semana laboral más corta puede ayudarnos al mismo tiempo a proteger el planeta, aumentar la justicia social y el bienestar de la sociedad, y construir una economía próspera sin crecimiento.
• Redistribuir la riqueza a través de una renta máxima, una renta básica de ciudadanía y una fiscalidad sobre los capitales y los recursos naturales. En un planeta finito, hace falta una doble dinámica en torno a una «estrategia de máximos» de lucha contra la riqueza en las clases que sobreconsumen y una «estrategia de mínimos» de lucha contra la miseria social y ambiental para las clases pobres y que infraconsumen. Para hacerla posible, necesitamos plantear una reforma profunda del sistema fiscal donde, además de bajar la fiscalidad sobre el trabajo, paga quién más tenga y más contamine o utilice espacio ambiental.
• Convertir la “banca ética” en norma para el sector financiero y retomar el control democrático de la moneda. Cualquier banco, sea público o privado, no puede invertir en actividades perjudiciales para el medio ambiente o las personas, como puede ser por ejemplo la fabricación de armas. Además, las monedas locales, complementarias al euro, son una pieza fundamental para reforzar el tejido económico local y aumentar el poder de control ciudadano sobre la economía.
• Desmantelar la lógica social del consumismo educando para “vivir mejor con menos” regulando la publicidad comercial (reducción de su presencia en los espacios y medios públicos y creación de un órgano de control independiente). La educación en valores y llamada verde es fundamental para cambiar nuestras mentalidades y revertir la crisis ética hacia otra relación respetuosa con nuestro entorno y el resto de seres vivos.
• Reestructurar nuestras ciudades y territorios hacia la autosuficiencia energética y la soberanía alimentaria. Supone construir “ciudades en transición” que piensan a escala humana y local, con huertos urbanos y donde el peatón y la bici son el centro de la movilidad sostenible, y por otro lado, un campo donde la agricultura convencional vuelva a ser la agricultura ecológica, capaz de producir localmente en cantidad suficiente productos de temporada y sanos para consumo local.
• Poner en marcha una democracia participativa como instrumento vertebrador de una transición social y ecológica exitosa. De hecho, la democracia moderna tiene una deuda latente con la ecología política y con su lucha por extender la autonomía personal y la solidaridad colectiva en el espacio (solidaridad transnacional), en el tiempo (solidaridad transgeneracional) y al conjunto de la naturaleza (solidaridad biocéntrica e interespecie). Sobre todo, esta democracia tiene que integrar en sus procesos algunos aspectos que, además de ampliar nuestros círculos de solidaridad, son centrales para la transición hacia una supervivencia civilizada de la especie humana: la cuestión de la autolimitación, la representación de los sin voz, la gobernanza glocal y la capacidad de responder a la urgencia ecológica.
Florent Marcellesi
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