El
campo argentino celebró la pasada semana una fecha extraña para muchos
de sus grandes productores: El Día de la Conservación del Suelo.
Extraña porque Agricultura y Macroeconomía tienen una similitud: ni las
bondades de las cifras agregadas, como por ejemplo la cosecha record de
la última campaña, ni el auge exportador tienen como
contrapartida necesaria el bienestar global.
La situación de concentración de la propiedad territorial, de ingreso
de fondos de inversión a la producción a través de arrendamientos y la
expansión, por estas vías, de la frontera agrícola, no sólo tuvo como
resultado la mejora en las cantidades producidas, también provocó en
los últimos años la expulsión del subsistema de muchos pequeños
productores, quienes en este contexto de economías de escala resultaron
“menos eficientes”.
En principio se trata de una realidad que resulta de la profundización
de las relaciones capitalistas en el campo y cuyo cuestionamiento
excede la problemática netamente agropecuaria. No obstante, en este
proceso existe una característica que sí es propia del sector. Una
parte de la rentabilidad agropecuaria proviene de la explotación de un
recurso natural. Aunque los empresarios del campo prefieren hablar de
las bondades de la “siempre renovable” en dimensiones humanas,
fotosíntesis; la producción agrícola supone también la explotación del
recurso suelo, un recurso que al menos en el mediano plazo, resulta
susceptible de ser sobreexplotado.
Sin entrar en complejidades agronómicas, existe sobreexplotación de los
suelos cuando se extraen más nutrientes de los que se reponen. Ello
ocurre fundamentalmente por dos vías. Una, la más conocida, resulta del
retaceo en el uso de abonos y fertilizantes. Otra, como advierten en
los últimos años los agrónomos, de la tendencia al monocultivo sojero.
Roberto Casas, director del Instituto de Suelos del INTA Castelar,
destaca además que mientras la siembra directa mejoró durante los
primeros años ’90, la tendencia al monocultivo de los últimos años
causó nuevamente el empobrecimiento de los suelos pampeanos (en
especial por la disminución de la erosión). En un trabajo reciente,
Casas describe lo que llama el “círculo virtuoso” de la rotación. La
siembra directa, sostiene, demanda que la cobertura vegetal del suelo
se mantenga a lo largo del año. “Ello se consigue alternando gramíneas
que aportan residuos de lenta descomposición -trigo, maíz, sorgo- con
soja, cuyos residuos se descomponen rápidamente”, explica.
El especialista agrega que “cuando se abandonan las rotaciones, se
disminuye drásticamente la incorporación de materia orgánica al suelo
rompiéndose el ciclo virtuoso descripto. Los suelos se tornan
estructuralmente más inestables, con tendencia a compactarse, lo cual
altera desfavorablemente la dinámica del agua pluvial”. Esta situación
se estaría difundiendo en la región Pampeana.
La realidad también se agravó en las regiones de incorporación
reciente, como el Chaco salteño y tucumano. En ambas provincias se
registró una intensa deforestación que, según los relevamientos
realizados por el INTA y detallados por Casas, “está generando procesos
de erosión y pérdida acelerada de la materia orgánica en función de la
sobreutilización de las tierras por encima de su aptitud natural”.
Según el agrónomo, “a la degradación de los suelos se adicionan
cuantiosas pérdidas de biodiversidad y de servicios ambientales tales
como captura de carbono, protección de cuencas, almacenaje de agua y
conservación del paisaje”.
Dado que la conservación del recurso natural no parece estar dentro de
las prioridades a corto plazo del sector privado, resulta evidente que
la solución de los problemas descriptos demanda la acción decidida de
las políticas públicas.
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