América Latina y el Caribe albergan el 57% de la superficie de bosques primarios del planeta. También una parte significativa de la diversidad biológica y de las reservas de agua dulce mundiales. Sólo un 18% de esa superficie se encuentra en áreas protegidas y, peor aún, incluso en esos espacios que deberían permanecer intactos, se realizan explotaciones industriales de todo tipo.
La importancia de los bosques va mucho más allá de ser, como se los ha apodado “los pulmones del planeta”. Cientos de millones de personas dependen de forma directa de ellos para sobrevivir, siendo sus principales proveedores de agua, alimentos, abrigo y demás necesidades. Y todos los seres humanos dependemos de los bosques de uno u otra manera.
El pasado año 2011 fue sido declarado por Naciones Unidas como el Año Internacional de los Bosques y en su presentación informaba que la tasa de deforestación se redujo en América Latina y el Caribe durante la última década. Sin embargo estos números son muy engañosos, ya que la FAO incluye dentro de su definición de bosques a las “plantaciones de árboles”.
El mismo informe indica que aunque el área de bosque designada para funciones productivas disminuyó a escala mundial, aumentó en América Latina y el Caribe, donde alcanza el 14 % del área total, sobre todo en América del Sur. Surinam y Brasil casi duplicaron el número de trabajos a jornada completa relacionados con el sector forestal en los cinco últimos años. Honduras, Nicaragua y El Salvador también mostraron una tendencia ascendente.
Los árboles de los bosques tienen una larga vida. Su sistema de raíces es extensivo e interactúa con numerosas especies en el ecosistema del suelo, que son cruciales para reciclar, almacenar y mantener sus nutrientes. En cambio, los monocultivos de árboles constituyen una amenaza a los ecosistemas forestales naturales.
Entre los impactos del monocultivo de árboles se incluyen la pérdida de biodiversidad, la alteración del ciclo hidrológico, la disminución de la producción de alimentos, la degradación de los suelos, la pérdida de culturas indígenas y tradicionales, los conflictos con empresas forestales, la disminución de las fuentes de empleo, la expulsión de la población rural y el deterioro del paisaje en zonas turísticas.
Las denominaciones que ponen las comunidades locales a las plantaciones industriales nos clarifican mucho el panorama de la gran diferencia entre bosques primarios y monocultivos de árboles.
El eucalipto es el “árbol egoísta” porque sus plantaciones remueven nutrientes del suelo y consumen tanta agua que los campesinos no pueden cultivar arroz en los campos adyacentes. Los mapuche de Chile se refieren a las plantaciones de pino como “soldados plantados” porque son verdes, están en fila y avanzan. En Brasil, las plantaciones de árboles son “desiertos verdes” y en Sudáfrica las llaman el “cáncer verde”.
La definición de bosques de la FAO es una amenaza para la biodiversidad, pues representa un valor en bruto para “áreas con árboles”. Parecería ser que, para la FAO, incluso cuando ya no quede una sola hectárea de bosque, no tendremos por qué preocuparnos, siempre que haya plantaciones forestales que ocupen su lugar. Después de todo, lo importante es la cantidad de árboles que hay sobre la Tierra, para poder mostrar que nada ha cambiado; que todavía quedan las mismas áreas de “bosque”, que la “deforestación” ha disminuido, aunque eso sea porque queda ya poco por deforestar.
Ricardo Natalichio Director de EcoPortal.net
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