Cada
año, de mayo a diciembre, el mar que baña las costas de la península
Valdés se convierte en una maternidad: las ballenas francas llegan
desde aguas más australes en busca de refugio para dar a luz.
En el camino gastan la mayor parte de su energía -destinada a amamantar
a sus crías- para escapar de las gaviotas, que las prefieren a la hora
de obtener comida, lo que afecta su rendimiento físico.
Hasta ahora no había un método para determinar el estado de salud de
estos cetáceos, pero científicos del Programa Ballena Franca Austral,
del Instituto de Conservación de Ballenas (ICB), demostraron en los
últimos siete años la efectividad de dos indicadores: el tiempo que una
ballena retiene la respiración y la cantidad de grasa acumulada en el
cuello. Esta última es la reserva natural en las hembras para producir
leche y realizar las actividades diarias, como nadar, jugar con la cría
o descansar.
"Me interesó el estudio del rollo de grasa del cuello de las madres
porque la habilidad para construirlo y para encontrar comida suficiente
está relacionada con su éxito reproductivo; es decir, con el
crecimiento de la población de la ballena franca austral, que ya
alcanza una décima parte del tamaño original", explicó a LA NACION por
vía electrónica la doctora Victoria Rowntree, directora del programa y
cofundadora de la Ocean Alliance, en los Estados Unidos.
El equipo dirigido por Rowntree observó en 1997 y en 2004 a 61 pares de
madres y crías de ballenas francas en la península Valdés. Hallaron que
la frecuencia de respiración del ballenato dependía de la cantidad de
grasa en el lomo materno: las crías de madres con rollos más altos
podían mantener la respiración por más tiempo.
El patrón de comparación elegido para demostrar ese mejor estado físico
fue el ser humano. En especial, los atletas, cuya capacidad pulmonar y
cantidad de hemoglobina (la proteína que trasporta el oxígeno a las
células) en la sangre es mayor, por lo que la frecuencia respiratoria
es inferior.
Según la hipótesis de los científicos, el mecanismo en las ballenas
para oxigenar los tejidos es similar. "Si una ballena respira más
seguido que otra del mismo tamaño, no toma la misma cantidad de aire
con cada inspiración -señaló Rowntree-. Las que mantienen la
respiración por más tiempo, quizá puedan comer bocados más grandes que
las que necesitan subir a la superficie más seguido para respirar."
Un ejemplar adulto sano retiene la respiración de 110 a 80 segundos,
exhala tres o cuatro veces con intervalos de un minuto antes de
sumergirse, y permanece bajo agua por más tiempo (2 a 5 minutos). Las
crías, en cambio, respiran cada 20 a 40 segundos.
Gaviotas amenazantes
Cada invierno y primavera argentinos, las ballenas que llegan a la
"maternidad" en las aguas de la península Valdés sufren el estrés
provocado por el acoso de las gaviotas cocineras en busca del preciado
alimento: la piel y la grasa del cuello.
Para lograrlo, éstas sobrevuelan a sus presas y se aventuran hacia el
agua: el 90,4% de los ataques ocurre sobre heridas en los lomos de los
cetáceos, según una estimación hecha por Rowntree y Mariano Sironi,
director científico del Departamento de Investigación y Conservación
del ICB.
En los últimos 20 años, el aumento de la población de gaviotas
intensificó esa amenaza. "Quizá, las jóvenes no podían competir con las
adultas para alimentarse y algunas aprendieron a comer piel de ballena,
lo que fue adoptado por el resto, dado el hecho de que entre 1984 y
1995 los ataques aumentaron más rápido que la población de gaviotas",
diagnosticó Rowntree.
En 1995, un estudio del ICB halló que las madres perdían el 25% del día
nadando a velocidad media y rápida para evitar las embestidas de las
aves. En cambio, las que no eran atacadas nadaban rápido sólo durante
el 7% del día.
Una tensión mortal
La acumulación de estrés puede ser mortal para estos cetáceos. Sin
embargo, afirmó la experta, "aunque las gaviotas les producen enormes
heridas en el lomo y gran tensión durante la estada en la península
Valdés, no creo que sean una amenaza para los adultos". A los
ballenatos, en cambio, el agotamiento de las madres les impide
amamantarse lo suficiente en los primeros meses de vida. Para la
científica, las gaviotas en este caso sí contribuyen a criar "una
generación de ballenatos subalimentados".
Si esto no se controla, las ballenas podrían migrar a otras áreas de
reproducción, donde las gaviotas no las molesten. "Esto sería una
pérdida enorme para la Argentina", finalizó.
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