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El Manifiesto de la Tierra por la vida Imprimir E-Mail
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Colaboraciones - Interés general
Publicado por Gustavo Portocarrero Valda   
jueves, 06 de enero de 2011
Universo A todo el género humano (en sus dos partes antagónicas):

A los propietarios de las grandes corporaciones económicas, a los empresarios de todas partes, y a cualquier propietario de bienes y riquezas y a los apologistas del orden mundial dominante:

(Esto os corresponde)



- I -
Orígenes de la vida


Cuando yo era [en el comienzo de los tiempos] un simple componente de la gran nebulosa de fuego, todo el material cósmico posible [cual materia prima para el futuro] se hallaba inmerso en aquella gran masa. Toda aquella ardía en un prolongado proceso físico de lenta evolución; caos físico imposible de describir.  

En semejante inmensidad  era yo, apenas, una potencialidad para ser algo.

Era sólo una posibilidad de ser, que se haría realidad si la gran madre-masa se resquebrajara para formar unidades separadas: los planetas. Y tal así sucedió después de millones de años estelares.

La gran masa, luego de resquebrajarse, explotó. Sus partes separadas, moviéndose en franca y equilibrada rotación, recibieron la geométrica textura de esferas celestes en movimiento ordenado y armoniosa música cósmica.

Junto a mis hermanos de substancia material: los otros planetas, había nacido también yo  –Gea–  como tal. Empero debí esperar un largo proceso de enfriamiento; se trataba de otra cadena de miles de siglos más… En todo ese transcurso no contaba, en mi seno, con hálito alguno de vida; sólo integrantes desconocidos. Empero mi estructura y figura ya iban adquiriendo solidez.

La pugna de los elementos aún difusos, actuantes en mi interior, me permitió conocerlos e  identificarlos poco a poco. Solo así pude entender que los componentes  –después llamados hidrógeno y oxígeno–   llegaran a formar las aguas albergadas en mi superficie.

Un proceso de interacciones entre los frentes físicos y químicos: agua, aire, fuego y suelo (dentro el suelo, los minerales) acabó rematando en los primeros atisbos de la vida. Ya nacían las primeras células vegetales, luego las animales. ¡Nacía la vida!

Prontamente se fueron aquellas multiplicando y diversificando hacia nuevos organismos más complejos, generando  –al infinito–  nuevas y mejores especies. ¡Ya se iba vistiendo mi superficie con innumerables y variadas formas de vida! ¡La biodiversidad se hacía realidad!

Cuando todos los procesos aislados de vida convergen, en una unidad total, es el momento en que tomo control del proceso evolutivo y lo oriento por principios que emergen de mi propia intimidad ya estructurada. Forjé y establecí, no solamente las leyes naturales de las cosas, (incluyendo periodicidades y ciclos), sino también principios de racionalidad lógica y dialéctica. Con tales fundamentos eché a andar aún otros procesos evolutivos más complejos.   

Todo lo que tomó posteriormente la cultura (incluida la ciencia) solo pudo haber nacido de mi misma, mediante los procesos de la inteligencia y del pensamiento. Fuera de mí, nunca hubo ni habrá nada.

En virtud del prolongado proceso evolutivo físico inmemorial, la superficie planetaria se dotó de selvas primarias, bosques, praderas, copiosas montañas, nevados, océanos, mares, lagos, lagunas, ríos y manantiales. Toda aquella se formó habitada por millones de hermosas especies animales de diferentes clases y tamaños.

Nada quedó sin su propio adorno terrestre. Dejé copiosas flores, frutos de exóticos sabores, y colores de toda gama en las cosas para el deleite de la vista. Generé aromas mágicos de elevación mental y sonidos naturales en las cosas, que vivifican todo sin provocar  daño. Hice que todo tenga belleza: el murmullo de las aguas, el canto de los pájaros, el silbido de los vientos, las blancas nieves, los celestes lagos, los mares color esmeralda…

Puse a la vista y manos de las personas, riquezas incalculables, deleites increíbles, motivos inagotables para la felicidad, mas una gama inacabable de elementos  para futuros productos alimenticios.

Preparé inspiración para todo, quise que todo sea captable con sensibilidad.

Dejé material inagotable para la ciencia

Y todo lo hice para dar bienvenida a un nuevo ser, que ya tenía en proceso de formación.

Ese ser… resultó una insensata especie humana, que convirtió mis bienes  –puestos para todos–  en bienes para pocos, llegando a formar una antinatural especie de amos del mundo, y originando –con un curioso modo de producción basado en el pillaje–  todos los problemas existentes, a los cuales suma mi crisis actual.

Fue también insensata la referida especie porque fabricó dos tipos de cadenas. Algunas de oro, para ajustarse a sí misma y a su grupo; otras de hierro, para los demás.

Yo también estoy encadenada y mis grillos pesan demasiado; aunque aquello no le importa a mi verdugo.

- II -
Imprecación al verdugo


Llegaste tú  –humano–  al mundo, en la misma forma que todos los seres, en las mismas condiciones biológicas y bajo el mismo lento proceso evolutivo. Disfrutaste en tierra de un exuberante paraíso de bienes gratuitos. Por moral natural, que yo impuse para la felicidad del género humano, no había  opresión [ni podía haberla] Tampoco se conocía el acaparar bienes porque primaba el instinto de la solidaridad de los seres individuales con sus especies.

Te di todo lo mejor que pude darte para tu vida, salud y disfrute. Te puse y desarrollé células sensibles en el cerebro para que vayas adquiriendo inteligencia superior y entiendas como emplear la razón en recta forma.

Avanzaste, exageradamente, más de lo debido.

Sobrepasaste en exceso las cosas, no con el uso sino con el abuso de tu inteligencia. Te estimaste todopoderoso al pretender el sometimiento de tu propia madre natural, atacando sus entrañas y confundiéndola con una fiera, a la que hay que domar.

Ahora que me encuentro gravemente enferma y en riesgo de muerte, concluyo que no hice bien al brindarte razón y, por añadidura, los bienes materiales que te he dado. Tal fue mi gran error, cuyas consecuencias me encuentro pagando ahora.

No debí darte inteligencia. La usaste para mal.

Desde los comienzos de la historia, comenzaste a explotar tus cualidades de habilidad, fuerza y talento para imponer supuesta superioridad sobre los demás, apropiarte audazmente de mi cuerpo y sus entrañas, bienes que asigné para todos y no para unos cuantos.

Estableciste vergonzante esclavitud por siglos y, después, otras formas de ignominioso sometimiento sobre los demás, refinando y adornando tus formas y técnicas para lograr beneficio. Te sobraron pretextos para justificar tus males.

Creaste y promoviste la guerra para robar a tus hermanos, asaltar, generar muerte, saquear riquezas, ganar fuerza y obtener la torpe vanidad del triunfo, enorgulleciéndote de todas aquellas barbaridades.

Desarrollaste la civilización para jactarte del poderío económico y tecnológico que llegaste a edificar en beneficio de un porcentaje irrisorio de la humanidad. ¡Rara civilización actual basada en el tecnológico robo, la tecnológica opresión, la tecnológica tortura y el tecnológico saqueo! Te esmeraste en perfeccionar las armas y los mecanismos de muerte y destrucción.

Endiosaste la economía para acaparar riqueza sin importarte de la casa común natural que te acogió para bien. Fuiste y eres la causa de infinitos males, imposibles de extirpar [mientras vivas] como esclavo de tu propia ambiciosa, como viciosa creación.

Perdiste todos los valores y dones naturales que te fueron dados. Aprendiste a ser miserable, desalmado, soberbio y mentiroso. En tu obsesión de establecer el poder del dinero y la riqueza sobre la faz del planeta, te olvidaste de cosas elementales que te van a pesar. La ceguera, sordera y alienación en las que te debates son la muestra insalvable de que no deseas dar vuelta atrás. Ya no puedes quitarte las anteojeras tu arrebatada visión de la tierra, a la que succionas donde puedes.

Te supones aún dueño del planeta sin apercibirte de la crisis que has provocado, provocas y la aumentas. Tus propios hermanos claman también por su redención social.

Envenenaste, no sólo el estómago, sino el propio cuerpo humano y lo plagaste de enfermedades. Tu propio cuerpo tampoco pudo escapar de aquél destino.

Tu obsesión por del imperio del dinero se convirtió en tu religión perversa, ignominiosa, desvergonzada…

Tu cárcel global va a desmoronarse y tu hegemonía se acaba, aunque a costa de mi propio fin.
   
- III -
El fin de la vida

    
Ya no cabe duda que tu propia tecnología, tu propia prosperidad  –prosperidad que le has robado a la humanidad–  y tu propia laboriosidad obsesiva enfermiza más otras cualidades [que desarrollaron lograron tus habilidades] se vuelven ahora contra ti y contra tu mente mecánica, robotizada e idiotizada.

Ya no cuentan las razones. No solo no las haces caso, simplemente no las escuchas. Menos oyes mis llamados directos, que suponían curar tu sordera moral. Tu testarudez evade los problemas ambientales, escapa a su consideración. Tienes recursos económicos de sobra para evitarlos…

Te lo repito nuevamente. Gracias a tu economía, toda la infinidad de siglos que transcurrieron para crear la vida, se están yendo rumbo a la extinción. Tú ¡amo de la tierra! eres incapaz de creer que tu tiempo de hegemonía se irá dentro de muy poco.

En tu torpeza mental, no te has apercibido de la inspiración e iluminación inteligente que –ya hace miles de años– la usaron los antiguos naturalistas  griegos y romanos, Hesíodo, Thales de Mileto, Demócrito, Anaxágoras, Epicuro, Lucrecio Caro y Virgilio. Las lecciones de aquellos fueron simples: entender el mundo físico y vivir acorde a sus sencillas leyes.

Al lado de aquellos personales, resultas un miserable que desconoce cuán grande es el cáncer que crece en la superficie y cuánto se va reduciendo la parte sana.

 ¿No te provoca un mínimo de dolor que cada minuto mueran tus hermanos de hambre, sed y enfermedades?  ¿Es que prefieres tu norma de conducta al destruir, seguir destruyendo y morir destruyendo?

Estás acabando con la vida; me vas dando muerte prolongada. ¡Soy tu Madre Natural! Y no te importa que gima de dolor cuando me echan químicos o queman mis bosques. Menos te importa mi prolongado sufrimiento, desesperación ni los aullidos de queja que oyen los demás.
    
Para ti no cuenta el honrar la vida, los bosques, los árboles las plantas, las flores, ríos lagos y mares, nevados, montañas, los animales, los vientos, el aura, el espacio sideral: ¡el cosmos!, a todo lo bello que se te dio pero ya no lo ves. Si lo haces es porque hay negocio de por medio.

La vida artificial de tu sociedad del oro y el dinero te ha idiotizado. Aislado de la naturaleza, ves en aquella,  peligros que no existen. Has hecho antagónicos a la naturaleza y la humanidad.

Cuando llegue tu hora y acabes, te descompondrás en nauseabundo hedor y como forzado proceso de purificación tu cuerpo volverá hecho polvo a la misma tierra de donde saliste.

Y mi muerte será aterradora.

Oiréis mis gemidos. Producirán huracanes en mis últimos estertores. El mundo se llenará de niebla y bruma, obscureciendo el espeso ambiente. Veréis mis cósmicas lágrimas, gruesas, opacas y frías. Acabaré plena de frustración y llena de amargura.

Por supuesto, no viviréis para contar la historia.

Y para los visitantes posteriores, que vengan de otras galaxias, quedará un espectáculo horroroso.

Bajo un cielo de penumbra, se podrá distinguir un inmenso páramo sin materia verde alguna ni objeto viviente, así sea unicelular. Pero también va a encontrar infinidad de formas destruidas de “civilización”: materiales de construcción, asfalto resquebrajado, secos huesos humanos y animales, letreros comerciales por millones en el suelo, monstruosas armas herrumbradas, pútridos olores, basura electrónica...

Quizá el poético espíritu de aquellos visitantes se conmueva por todo lo que dejó de existir y, en un acto de respeto y pena por un cuerpo celeste y una humanidad extinguida, deje un epitafio como el que sigue:

Yace árido este planeta.
Inerte aguarda de nuevo su ser.
Algún día logrará su meta,
esperando siglos por renacer.

– 0 –

1. Parte del Manifiesto, dedicado al género humano que carece de propiedad o la tiene mínima, a los esclavos del trabajo, a los esclavos del consumo, a los engañados de la sociedad, a los nativos aborígenes, a los intelectuales y a todo aquél que ame a su casa natural, la Tierra.

-  I -
El manifiesto de la vida


A todo aquél que sufre las miserias sociales creadas por el hombre-amo [la sociedad capitalista] dedico este canto de la vida sana y le exhorto a la acción.

A la vida no hay por qué tenerle miedo si no quieres que tu ser se vuelva tedio. Si vivir es del hombre, transcurso eterno no debemos hacer del orbe un infierno.

No te desesperes por apropiarte las riquezas que te ofrece el mundo: la apropiación debe ser colectiva ¡para bien de todos, y no de pocos!

Vida es transcurrir lo inmenso e inagotable, disfrutar lo que puse a vuestros pies para la humanidad plena y no de unos cuantos. Todo aquello se asigna para que conforme a necesidad se use, pero nunca, ¡nunca! que se abuse…
    
Vida es lo que se siente y no se siente, el éxtasis de lo bello y lo grandioso, el poder de maravilla que rodea a los ciegos que no pueden entenderla…

Vida no es existir para acumular dinero. ¡Da sinsabores! ¡Tu salud ha de acabar! porque bajo tierra y en el cajón frío ¡ya no cabe lo que se haya atesorado!

Vida, tampoco es malgastar la juventud matando el cuerpo por hacer dinero para, de viejo, gastarse ese dinero recuperando la perdida salud.

Vida es sentir el murmullo de la lluvia mojarse en ella, ¡captar su dulzura! entender que fecunda nuestros campos y nos da frutos exquisitos.

Vida es sumergirse en las aguas, revolcarse en tierra, oler vegetación, sin asco curarse en el charco medicinal fundiéndose con todo, del cual se es parte.

Vida es sentir el placer de la brisa, el dulce y efímero placer del viento que invita a volar en la ilusión.

Vida es admirar los infinitos colores, formas, olores, sabores de los frutos, poseerlos e ingerirlos con devoción y extasiarse con la magia de su encanto.

Tal encanto no lo sienten quienes, por su mecánica y tosca rutina, no tratan de vivir con la armonía natural. Es ley de la biología que la frigidez (falta de uso) atrofia los sentidos.

Vida no es asustarse del frío del invierno, menos del granizo, hielo ni la bruma. La niebla sirve de gran estímulo para deleitantes creaciones.

Humano: trata de ser un diario poeta, cantando al cosmos sus excelencias. El intelecto delicado e  inspirado hace elevar aún más lo que es realmente elevado.

Si todos fuesen poetas la vida sería segura y la capacidad de amar y SER se cultivaría. La magia de las flores y su polen fecundo, sensibles y sencillos haría a todos en este mundo.

Vivid la realidad que la tierra os ha dado vivid el equilibrio, el deleite limitado, rechazad el desenfreno pernicioso y ciego. Recordad a Epicuro  –el sabio griego–,  mi hijo: "al placer, acompaña el sufrimiento".

-  II -
Lucha y acción


Corre peligro de muerte el paraíso hecho para el hombre; se acabó el tiempo de las lamentaciones. Estamos ahora en el momento de las acciones.

No dudo de mis hijos sufridos, permanentes víctimas de los órdenes sociales opresivos, continuarán su lucha por mi defensa. Menos dudo que otros, con su pluma, continúen reflejando los dolores y miserias que se avecinan al grueso de la humanidad.

Sin que yo lo haya pedido, os habéis constituido en lo que el planeta requiere: jueces severos, despiertos guardianes y soldados que hagan respetar el orden sagrado de las leyes naturales emergentes.

Rindo honor a mis legiones efectivas de voluntarios, insobornables y guerreros contra la codicia destructora de quienes rinden culto a la riqueza, el saqueo y la explotación [tanto mía como vuestra]

Insto a todo ecologista a no engreírse; menos utilizar esta palabra  –que da honra–  como si fuese una moda para exhibirse decorado.

Os recuerdo que el ecologista es el combatiente diario; en la calle, ante quien la ensucia, en el campo, ante quien lo quema o contamina, en la escuela, ante quien no sabe. ¡Debe estar en todas partes!

Ecologista es el titán combatiente voluntario e inme¬diato defensor en cualquier parte, a cualquier hora, en alta voz y aún con la fuerza.

Ecologista es el que no tiene miedo y enfrenta intransigente ¡de pie! a destructores insaciables de dinero y serviles funcionarios protectores.

El ecologista no gana salario pero lucha intransigente porque es superior, celoso e incansable. ¡Auténtico vigilante de la Tierra!

Ecologista es todo humano de temple vigoroso; no debe resignarse ni rendirse y porque no es abúlico, mientras esté despierto habrá de luchar ¡tenazmente! POR LA VIDA.

Con toda dignidad, ¡levantad la vista! Organizad ya, con honor, sin miedo ni lamentaciones, el ejército social de combate, en vuestra área.

Aquél ejército no precisará ningún tipo de armas, menos de fuego. Sin innecesarias como nauseabundas [tal es la pólvora]

Imponed vuestras decisiones a vuestros gobiernos, usad de la fuerza si no os obedecen. Coordinad las acciones. ¡No tengáis miedo a la muerte!

Si todo va organizado, aún habrá tiempo para salvar la vida.

Del Libro: “Conversaciones con el Planeta Tierra”
Autor: Gustavo Portocarrero Valda GPV

 


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