Según las conclusiones del Centro Nacional de Investigación Atmosférica del Centro Nacional y Datos de la Nieve y el Hielo de la Universidad de Colorado, la capa de hielo del Ártico podría desaparecer estacionalmente ya en 2020, al menos treinta años antes de lo previsto. Esta predicción revela un deshielo mucho más rápido que el calculado en cualquiera de los 18 modelos informáticos utilizados por el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC). Los científicos han dado la voz de alerta. No saben, no entienden si los efectos reales del cambio climático que estamos sufriendo, se ha acelerado de una forma incomprensible. Estamos en una verdadera alerta planetaria.
Los mares que rodean a la Antártida están perdiendo su capacidad de absorber dióxido de carbono, lo que significa un grave aumento de gases contaminantes en la atmósfera, según un estudio divulgado por la revista 'Science'. Un grupo internacional de científicos ha establecido que desde 1981 esa pérdida de absorción ha sido de entre un cinco y un 30% mayor por década de lo que se había pronosticado. El 'Océano del Sur' es considerado el principal receptáculo de dióxido de carbono generado por la actividad del hombre en la Tierra.
Se calcula que los mares del planeta reciben alrededor de la mitad de todas las emisiones de dióxido de carbono producidas por el hombre y que más del 15% de ese total corresponde al “Océano del Sur”. El fenómeno causado por el cambio climático que están sufriendo sus aguas podría conducir a un aumento de los niveles de dióxido de carbono en la atmósfera.
La cumbre de Copenhague cierra los ojos ante este nuevo peligro.
Estas no son noticias de una película sensacionalista como la del 2012, con espectaculares efectos especiales, tramas que hacen sobrecoger al espectador sabiendo que todo es irreal. No. Son noticias reales, asombrosamente reales. Los teletipos informativos del mundo no hacen más que lanzar casi a diario, noticias de fenómenos que están ocurriendo en la Tierra, dentro de un cambio global que nadie imaginaba la rapidez con que algunos de sus efectos se producirían.
Sin embargo, estos procesos de cambios bruscos que están originándose, hacen desencadenar otros peligros, que tienen que ser atajados o al menos evitar que en caso de desencadenarse, las víctimas sean las menos posibles. Peligros que para nada están siendo tratados en la Conferencia de Copenhague y que deberían ponerse sobre la mesa al igual que la destrucción de la biodiversidad por multinacionales que operan sin escrúpulos en los países pobres provocando la violación contra los derechos humanos y realizando crímenes contra la humanidad.
El Ártico se deshiela de una forma veloz, precipitada. Los osos polares han pasado a ser una especie amenazada por la desaparición de su propio hábitat al igual que algunas especies de focas. Pero las poblaciones que viven cercanas al Ártico, acostumbradas a los hielos perpetuos, se enfrentan a peligros mortales. Sus caminos, los senderos por donde siempre han pasado para ir de caza o para trasladarse de una población a otra, son minas acuáticas. Se están produciendo numerosos accidentes mortales debido a que la fina capa de algunos tramos o lugares es tan delgada, que no soporta el peso de una moto de nieve con su carga y se precipita en una trampa mortal cayendo a un pozo donde en ocasiones no pueden salir sus ocupantes. Ahora los viajes en tiempo se triplican ya que hay que ir en muchas ocasiones tanteando el terreno. Todo un hábitat se desmorona ante los ojos del mundo, ante la incapacidad de parar un fenómeno que nos envuelve y nos sobrecoge, que nos ha tomado desprevenidos porque no creíamos en lo que nos decían los ecologistas que nos querían llevar a las cavernas.
En otros lugares del mundo como en el Kilimanjaro, el deshielo ha sido rápido. Los montañistas, los aficionados a escalar por las montañas blancas como el Himalaya, deben tener cuidado por los constantes aludes que se están originando. Hace unas semanas, dos montañistas españoles han muerto por esta circunstancia. Los hábitats del mundo comienzan a cambiar de una forma más rápida, sin que a las especies, incluido el hombre, nos de tiempo de adaptarnos.
El nuevo peligro
Chapin, catedrático de Ecología de la Universidad de Alaska, vive en el epicentro del cambio climático: el Ártico, la región más afectada por el calentamiento y donde ya se notan los efectos. Chapin alerta del deshielo marino, pero señala también un fenómeno menos conocido, la pérdida de permafrost (el suelo helado de Siberia y Alaska), que, al fundirse, libera enormes cantidades de metano, un gas con 40 veces más poder de calentamiento que el dióxido de carbono, aunque permanece menos tiempo en la atmósfera.
En el verano de 2005, un ecólogo ruso de la universidad de Tomsk comenzó a difundir un mensaje urgente para la humanidad: el gran pantano ha comenzado a derretirse. ¿Por qué hemos de preocuparnos quienes vivimos del otro lado del mundo? La razón es fría y aterradora: conforme se descongele, la turba se pudrirá y liberará por fin su carbono. Inmersa en agua estancada con poco oxígeno, la pudrición de la turba no generará nuevamente bióxido de carbono, sino metano. Si bien el metano nos es muy familiar, sus efectos en el cambio climático apenas comienzan a revelarse.
Se ha calculado que los pantanos polares de Siberia, Alaska, Canadá y Escandinavia contienen unos 450 billones de toneladas de carbono. Si éste fuera liberado en forma de CO2, la temperatura promedio del planeta se incrementaría unos 3° C. Pero si es convertido en metano, el aumento térmico puede rebasar la decena de grados. La magnitud del golpe dependerá de la velocidad con que pase a la atmósfera, dado que el CH4 se descompone después de una década. El resultado de la descomposición es más bióxido de carbono, que perdura en el aire por siglos. El deshiele de los pantanos polares no es la única fuente de metano vinculada con el calentamiento global, ni la más preocupante. Congelados en los sedimentos bajo los océanos existen grandes acumulaciones de este gas contenidas en estructuras reticulares de hielo llamadas clatratos, que recuerdan los panales de las abejas. Representan un gran enigma; los científicos no terminan de debatir cómo y cuándo se forman, pero parecen resultar de alguna manera del encuentro de aguas oceánicas muy frías con el metano generado por microbios que viven bajo el fondo marino. Los estudios sismológicos han identificado clatratos a profundidades de algunos cientos de metros en los sedimentos bajo decenas de miles de kilómetros cuadrados del océano, generalmente al borde de las plataformas continentales. Muchas de estas estructuras retienen acumulaciones aun mayores de metano gaseoso debajo de ellas, donde el calor que emana del centro de la tierra evita que se congelen. Se ha estimado que existen entre 1 y 10 trillones de toneladas de CH4 almacenadas en los clatratos y en los depósitos bajo ellos en todo el mundo.
La situación no es nada tranquilizadora. Las amenazas son constantes y ya no son gritos de ecologistas melenudos que vayan contra el progreso.
Hace 55 millones de años, más de un trillón de toneladas de metano burbujearon del océano a la atmósfera, elevando la temperatura más de 10 grados. El “gran pedo del planeta”, como lo ha nombrado un maestro británico de la divulgación científica, ocasionó la extinción de dos tercios de las especies marinas y tuvo un impacto evolutivo que perdura hasta la fecha en los ecosistemas terrestres. Durante millones de años antes de la gran extinción, la tierra se había estado calentando lentamente, al parecer por efectos solares. Se cree que las temperaturas más altas del mar calentaron los sedimentos hasta reventar los clatratos y soltar el CH4. La liberación del metano debe haber acidificado las aguas, matando a un sinfín de organismos, y retroalimentó de manera positiva el calentamiento del planeta. Muchas especies terrestres también perecieron, pero otras florecieron en el clima cálido, entre ellas varios linajes de mamíferos como los primates y en particular los Omomyidae, antepasados de los simios, nuestro origen.
El deshielo de los polos ya es motivo de angustia porque los grandes volúmenes de agua de los glaciares inundarán a Bangladesh, Holanda y todas las tierras bajas del mundo en forma permanente. Más inquietante aun es el efecto que tendrá el derretimiento al incrementar por sí mismo la temperatura. El hielo sólo absorbe un 20% de la radiación solar, y refleja la energía restante al espacio, efecto que se conoce como albedo. Al desaparecer el hielo, la tierra absorbe más energía del sol; en el caso del mar abierto, la proporción alcanza un 80%, lo que se traduce en un calentamiento local más rápido y mayor derretimiento de los témpanos restantes. La preocupación más grave es el efecto que pueda tener el alza de las temperaturas marinas en los sedimentos que guardan clatratos.
El CO2 que libera nuestra combustión de petróleo y carbón mineral y nuestra destrucción creciente de los bosques está teniendo otro efecto en el océano que va a redituar en un mayor calentamiento. Al disolverse en el agua, el gas se convierte en ácido carbónico, disminuyendo el pH del mar. La mayor acidez del océano atenta contra el mecanismo más importante para reducir los gases de invernadero de la atmósfera. Las aguas marinas contienen cincuenta veces más bióxido de carbono que el aire. Hay un movimiento constante de ese gas entre el océano y la atmósfera. Al aumentar su concentración en la segunda por efectos humanos, el mar está absorbiendo cerca de 2 billones de toneladas anuales por encima del volumen que el agua devuelve al aire. Buena parte del exceso de carbono se deposita en el fondo del océano después de ser incorporado a los organismos marinos en su crecimiento. Los esqueletos que caen a las profundidades asemejan una nevada continua. Este proceso puede considerarse un bombeo biológico de carbono. Sin embargo, el sistema tiene un límite: la acidez creciente del agua está corroyendo y matando a los organismos que se encargan del bombeo. Al disminuir su capacidad de fijación de carbono, el mar devolverá más CO2 a la atmósfera, que se calentará aun más.
Como en una leyenda de los bosques rusos ese maligno ser lleva dormido desde hace 12.000 años, pero ahora la capa gélida ha empezado a derretirse y con ella el maligno ser invisible se está desperezando en forma de burbujas de gas que se liberan emitiéndose hacia la atmósfera. Sergei Kirpotin, botánico de la Universidad Estatal Tomsk de Rusia, ha realizado estudios de la extensión del dato en las zonas occidentales de Siberia, constatando cómo los lagos se van haciendo mayores. El efecto negativo se repite: si los grandes retazos de líquenes blancos sobre la tundra hacen de reflector de los rayos solares, manteniendo por debajo las bajas temperaturas del suelo, ahora las extensiones oscuras de los lagos invierten la acción, se absorbe cada vez más calor y cada vez se derrite más terreno gélido. El profesor Kirpotin habla de una barrera crítica, temiendo que una vez que se traspase se perpetúe. En el verano caluroso de 2006 grandes extensiones de tundra del tamaño de Francia y Alemania juntas, bulleron por las emisiones de metano a la superficie, con algunas estimaciones de unas 100.000 toneladas diarias (un efecto mayor que el de las emisiones de dióxido de carbono de Estados Unidos). Y los expertos de la Universidad de Alaska opinan que esas cifras pueden haberse quedado cortas.
El lago de Nyos, Camerún
El 21 de agosto de 1986, llegaba el fin del mundo o así al menos lo creyó Che en aquellos momentos.
En total, unas 1.800 personas murieron en el Lago Nyos. Muchas de las víctimas fueron halladas donde normalmente se encontrarían a las 9 de la noche, lo que sugieren que murieron en el lugar. Los cuerpos yacían cerca de los fuegos del hogar, amontonados en los portales, y en las camas. Algunas personas que permanecieron inconscientes durante más de un día, finalmente se despertaron, vieron muertos a los miembros de sus familias, y se suicidaron.
En pocos días, científicos de todo el mundo convergieron sobre Nyos. Al principio, asumieron que el por largo tiempo durmiente volcán había entrado en erupción, vomitando alguna clase de humos mortales. A lo largo de los meses y de los años, sin embargo, los investigadores pusieron en evidencia un desastre monstruoso, mucho más insidioso; uno que solamente se creía que era un mito. Lo que era aún peor, comprendieron que la catástrofe podía volver a ocurrir, ya fuera en Nyos o en al menos otro lago cercano. Desde entonces, un pequeño grupo de dedicados científicos ha regresado allí repetidamente, en un intento de descabezar la tragedia. Sus métodos, notablemente de baja tecnología y costo, pueden dar resultado. “Estamos deseosos de proteger a la gente de allí”, dice Gregory Tanyleke, un hidrólogo camerunés que coordina a expertos provenientes de Japón, los Estados Unidos y Europa.
El 15 de agosto de 1984, dos años antes de la catástrofe de Nyos, un incidente extrañamente similar, aunque en una escala menor, tuvo lugar en Monoun, un lago en un cráter con forma de hueso a unos 100 Km al sur de Nyos. Monoun se encuentra en un área populosa, rodeada de granjas y limitada en parte por una carretera. Justo antes del amanecer, Abdo Nkanjouone, que tiene ahora 72 años de edad, viajaba en su bicicleta hacia el norte de la villa de Njindoun, cuando descendió a un bajo de la carretera. Estacionado al costado estaba un camión que pertenecía al sacerdote católico local, Louis Kureayap; Nkanjoune encontró el cadáver del sacerdote junto al camión. Más adelante, encontró otro cadáver, el cuerpo de un hombre todavía montado sobre una motocicleta detenida. “Ha sucedido algún terrible accidente”, pensó Nkanjoune. Cayendo en una especie de trance, se sintió demasiado débil como para seguir pedaleando, y continuó su marcha a pie. Pasó junto a un rebaño de ovejas muertas y a otros vehículos detenidos cuyos ocupantes también estaban muertos. Al comenzar entonces a subir la colina, se encontró con un amigo, Adamou, quien caminaba hacia él. Dice que quiso aconsejarle a Adamou que se volviera, pero Nkanjoune había perdido el habla. Como en un sueño, estrechó silenciosamente la mano de Adamou y ambos continuaron andando en direcciones opuestas. Nkanjoune pudo lograr llegar con vida a Njindoun. “Dios debe haberme protegido”, dice. Adamou y otras 36 personas que viajaban en esos momentos por la zona baja de la carretera no sobrevivieron.
En los dos casos, las causas habían sido la misma: Una flatulencia de metano que levantó el agua como una gran burbuja y al caer el metano hacia abajo, mato la vida de todo ser vivo en kilómetros. Ahora el peligro esta en el Ártico.
Ante estos nuevos datos estremecedores, tiemblo el pensar en que los políticos y la sociedad sigan dormidos. No sólo debemos actuar con el cerebro, tenemos que conectar un cable directo al corazón para que ambos organismos se unan y comprendan que no podemos seguir de igual forma ante un desastre evidente. Las fichas de dominó del cambio climático, ya han comenzado a caer, una arrastrada por la otra. Los efectos los estamos notando. La telaraña de la vida se disipa, se va y no tenemos a una nueva tejedora que repare los agujeros ocasionados por el destrozo del hombre.
Debemos ser conscientes que el cambio climático acompañará nuestras vidas a partir de ahora y tenemos que hacer todo lo posible para retirar las fichas dominó que estén sin caer lo más alejado posible del final, para parar esta tremenda tragedia humana.
Esto sólo acaba de comenzar.
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