José Alberto Garibaldi es peruano de nacimiento, mexicano por adopción y residente en Londres, ciudad que conoció al detalle mientras asesoraba al ex primer ministro británico Tony Blair en cómo minimizar el impacto económico del calentamiento global. Su pródigo curriculum le permitió ganar el lugar de experto. Fue funcionario de alto rango en México del área energética y asesor de otros países como Costa Rica o Japón. Es uno de los socios de la consultora Energeia, que entre otros trabajos para la Convención de Cambio Climático de Naciones Unidas acaba de presentar uno con una tesis singular: a los países subdesarrollados les resulta más económico invertir en descontaminar que no hacer nada, esperando sólo acciones de los grandes. Presente en la ronda negociadora de España como observador, conversó con Página/12 sobre algunas ideas derivadas de este estudio, para el que utilizó un modelo matemático “tomado en préstamo de Cambridge”.
–La cuenta resulta extraña: que cueste menos invertir que esperar que otros lo hagan...
–A los países subdesarrollados les conviene un escenario audaz, en el que tengan que contribuir a mitigar con su propio dinero que en uno donde no hagan nada. En principio, porque la cuenta final es positiva, ya que el ahorro que se produce por evitar un deterioro mayor del clima y los ingresos por la venta de certificados de carbono son superiores a los de-sembolsos requeridos. A esto se suma el hecho de que son los principales interesados en frenar el calentamiento. Si los impactos del clima se agudizan, las naciones desarrolladas están en mejores condiciones para afrontarlos que el resto.
–Si hubiera una acción global contra el calentamiento, ¿es posible que algunos países se beneficiaran más que otros?
–En el caso de América latina ganan los de la cuenca del Amazonas. Para el Cono Sur, Argentina y Chile, el beneficio neto seguro que es menor. Porque los impactos del cambio climático aquí son grandes, mientras que el flujo de mercado (el dinero que podrían recibir por vender bonos de carbono o por inversiones en producir energía limpia) hacia ellos es menor.
–Algunos países, entre ellos la Argentina, cuestionan el mercado de carbono, porque finalmente cuesta más invertir en proyectos descontaminantes que lo que puede obtenerse por la venta de bonos de carbono. Eso relativiza su planteo.
–Es cierto que los mercados no funcionan muy fluidamente hoy. Pero la potencialidad es enorme y pueden expandirse. Mi hipótesis incluye la posibilidad de que las naciones en desarrollo obtengan dinero del mundo rico por cualquier acción de mitigación sin excepción. Por ejemplo, sólo por preservar bosques. O por montar una planta de biocombustible. Y que ese dinero venga tanto de los Tesoros de estos países como de empresas privadas que necesitan comprar su derecho a emitir. Es una cuenta generosa.
–¿Y qué resulta de esa cuenta generosa?
–En un escenario audaz, en el que todas las naciones hagan un esfuerzo por mitigar, América latina afrontaría un costo total de 21 mil millones de dólares y necesitaría otros 15 mil millones para costear obras que le ayuden a afrontar los cambios climáticos en marcha. Pero podría conseguir de los mercados 37 mil millones. Le queda un saldo a favor de 2 mil, que sería mayor si la audacia para encarar acciones también lo es.
–¿Pero es posible poner a todos los subdesarrollados en la misma bolsa sin atender al diferente grado de desarrollo relativo?
–Las naciones en desarrollo se resisten a la segmentación y quieren actuar como bloque. Finalmente, de algún modo son las que están más expuestas, porque tienen relativamente la mayor cantidad de recursos naturales que preservar. Cualquier aporte tiene que ser proporcional a las posibilidades de cada uno.
–Pero parece muy difícil que se considere a China o a México dentro del mismo paquete que las islas del Pacífico o que a Haití, por ejemplo.
–No hay duda de que las grandes economías emergentes van a tener que tener un compromiso de aporte importante para disminuir la contaminación que no asumirán los más chicos. Pero hay otro grupo como Argentina, Colombia, Chile, Costa Rica, que difícilmente puedan estar exceptuadas de hacer alguna contribución en un acuerdo global porque tienen un estadío medio de desarrollo. En todo caso, pueden plantarse con una acción combinada de ofrecer un aporte y pedir ayuda.
–¿Es posible pensar en un acuerdo sin los Estados Unidos?
–No lo creo, porque hay una serie de compromisos amarrados. Australia ofrece reducir un 24 por ciento sus emisiones, si se involucra Estados Unidos en un acuerdo global. Lo mismo China. Igual México, que propone reducir un 50 por ciento sus emisiones respecto a 2005, pero siempre que Washington haga algo. Algún mecanismo para comprometer a los Estados Unidos se va a encontrar, aun en el caso de que acuerde sólo prorrogar el Protocolo de Kyoto y no avanzar en algo nuevo.
–Pero no hay un mecanismo compulsivo que obligue a los países a cumplir lo que prometen. Como Kyoto puede llegar a celebrarse, simplemente, un pacto de caballeros basado en la palabra.
–No es tan así. Hay mecanismos de control de emisiones eficientes, para medir las emanaciones derivadas de la quema de combustible, que es una de las principales fuentes de contaminación. Y si un país desarrollado no está en un acuerdo no puede utilizar los mecanismos de desarrollo limpio (MDL, en la jerga de Kyoto), que le permite pagar para poder seguir contaminando. Hay cierta cohesión en un acuerdo e interés de todos por cerrarlo.
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