En una Resolución del 13 de diciembre de 2004, el Comité Nacional de Etica en la
Ciencia y la Tecnología (CECTE), dependiente del Ministerio de Educación,
Ciencia y Tecnología de Argentina, tomó conocimiento de la convocatoria al
Premio "Animarse a Emprender", instituido por el Consejo Nacional de
Investigaciones Científicas, Educativas y Técnicas (CONICET) y la empresa
Monsanto, que otorgaba 30 mil dólares al mejor proyecto en el área de
biotecnología y medio ambiente, y recogió las inquietudes formuladas sobre este
premio por algunos investigadores.
En atención a esas consideraciones,
el CECTE estimó que es "inconveniente" que una institución pública de la ciencia
y la tecnología se asocie en el otorgamiento de premios a la investigación
científica o tecnológica con organizaciones o empresas que "son objeto de
cuestionamientos éticos por sus responsabilidades y acciones concretas en
detrimento del bienestar general y el medioambiente".
Monsanto es la
compañía que introdujo al mercado la primera generación de cultivos
transgénicos, convirtiéndose en el líder mundial en la promoción de
biotecnología en la agricultura. Actualmente, es el mayor vendedor mundial de
semillas transgénicas en Latinoamérica, Estados Unidos y Canadá. Sus cultivos
representan más del 90 por ciento de todos los cultivos transgénicos del mundo.
Los cultivos resistentes a su herbicida "glifosato", como la "soja RR" (Roundup
Ready) y el "maíz RR", sólo promueven la agricultura industrial de
insumo-dependencia. Una mirada a su historia nos dará algunas claves
reveladoras, y puede ayudarnos a entender mejor las prácticas actuales de la
compañía.
Un resumen de la detallada investigación realizada por Brian
Tokar, autor de "Earth for Sale" (South End Press, 1997) y "The Green
Alternative" (New Society Publishers, 1992), y profesor de Ecología Social en el
Goddard College, de Plainfield, Vermont, Estados Unidos, muestra una verdadera
colección de atrocidades perpetradas por esta multinacional de gran ingerencia
actual en Latinoamérica.
Con sede en San Louis, Missouri, Estados
Unidos, Monsanto Chemical Company fue fundada en 1901 por John Francis Queeny,
un químico autodidacta que llevó la tecnología de la fabricación de sacarina, el
primer edulcorante artificial, de Alemania a Estados Unidos. En los años 20,
Monsanto se convirtió en uno de los principales fabricantes de ácido sulfúrico y
de otros productos básicos de la industria química, y desde la década del 40
hasta nuestros días, es una de las cuatro únicas compañías que han estado
siempre entre las 10 primeras empresas químicas de Estados Unidos.
En
los años 40, el negocio de Monsanto giraba en torno a los plásticos y las fibras
sintéticas. En 1947, un carguero francés que transportaba nitrato de amonio
(utilizado como fertilizante) explotó en un muelle a unos 90 metros de la
fábrica de plásticos de Monsanto en las afueras de Galveston, en Texas. Más de
500 personas murieron en lo que llegó a ser considerado como uno de los más
grandes desastres de la industria química. La planta producía estireno y
plásticos de poliestireno, que aún se usan para envases de alimentos y otros
productos de consumo masivo. En los años 80, la Agencia de Protección del Medio
Ambiente de los Estados Unidos (EPA), colocó al poliestireno en el quinto lugar
de la clasificación de productos químicos cuya producción genera las mayores
cantidades totales de residuos peligrosos.
En 1929, la Swann Chemical
Company, adquirida poco después por Monsanto, desarrolló los bifenilos
policlorados (PCBs por sus siglas en inglés), que fueron muy alabados por su
estabilidad química y su ininflamabilidad. Su uso más frecuente se dio en la
industria de equipos eléctricos, que escogió a los PCBs como refrigerantes
incombustibles de una nueva generación de transformadores. En el transcurso de
los años 60, los compuestos de la cada vez más numerosa familia de los PCBs de
Monsanto fueron también usados como lubricantes, líquidos hidráulicos, aceites
lubricantes de herramientas, revestimientos impermeables y selladores líquidos.
Las pruebas de los efectos tóxicos de los PCBs se remontan a los años 30, cuando
científicos suecos que estudiaban los efectos biológicos del DDT comenzaron a
hallar concentraciones significativas de PCBs en la sangre, pelo y tejidos
grasos de los animales silvestres.
La investigación durante los años 60
y 70 reveló que los PCBs y otros compuestos organoclorados aromáticos eran
carcinógenos poderosos, y también los relacionó con un amplio conjunto de
trastornos reproductivos, de desarrollo y del sistema inmunológico. La afinidad
química de estos compuestos por las grasas es responsable de sus enormes tasas
de acumulación y bioconcentración, así como de su expansión a través de la
cadena alimenticia marina en el mundo. Aunque la fabricación de PCBs se prohibió
en Estados Unidos en 1976, sus efectos tóxicos y perturbadores del sistema
endocrino persisten en todo el mundo.
La relación de Monsanto con la
dioxina se remonta a la fabricación del herbicida 2,4,5-T, que comenzó a finales
de la década de los 40. Casi inmediatamente, los trabajadores comenzaron a
enfermar, con erupciones en la piel, dolores inexplicables en las extremidades,
articulaciones y otras partes del cuerpo, debilidad, irritabilidad, nerviosismo
y pérdida del deseo sexual. Documentos internos muestran que la compañía sabía
que aquellas personas estaban realmente tan enfermas como decían, pero la
empresa mantuvo todas las pruebas ocultas. El contaminante responsable de las
dolencias de los trabajadores no fue identificado como dioxina hasta 1957, pero
antes de esa fecha, los especialistas en guerra química del ejército de los
Estados Unidos se habían interesado por dicha sustancia como una posible arma
química.
Monsanto envenenó Vietnam. El herbicida conocido como Agente
Naranja, que fue usado por las fuerzas militares estadounidenses para defoliar
los ecosistemas de selva tropical de Vietnam durante los años 60, era una mezcla
de 2,4,5-T y 2,4-D que provenía de varias fuentes, pero el Agente Naranja de
Monsanto tenía concentraciones de dioxina muchas veces superiores al producido
por Dow Chemical, el otro gran productor del defoliante. Esto convirtió a
Monsanto en el principal acusado en la demanda interpuesta por veteranos de la
guerra del Vietnam, que experimentaron un conjunto de síntomas de debilidad
atribuibles a la exposición al Agente Naranja. Cuando en 1984 se alcanzó un
acuerdo de indemnización por valor de 180 millones de dólares entre siete
compañías químicas y los abogados de los veteranos, la justicia ordenó a
Monsanto pagar el 45,5 por ciento del total. Por supuesto, a los tribunales de
Estados Unidos ni se los ocurrió que a una mayor indemnización tenían derecho la
sociedad y el Estado de Vietnam.
El Roundup es el herbicida más vendido
del mundo. Actualmente, los herbicidas de glifosato, tales como el Roundup,
representan al menos una sexta parte de las ventas anuales totales de Monsanto,
y la mitad de los ingresos por operaciones de la compañía, o quizá algo más,
desde que la misma delegó sus actividades en torno a productos químicos
industriales y tejidos sintéticos en una empresa aparte, llamada Solutia (en
septiembre de 1997). Monsanto promociona agresivamente el Roundup como un
herbicida seguro y de uso general en cualquier lugar, desde céspedes y huertas
hasta grandes bosques.
En 1997, Monsanto respondió a cinco años de quejas del fiscal general del estado
de Nueva York relativas a que sus anuncios del Roundup eran engañosos, cambiando
sus anuncios en el sentido de borrar las referencias a la "biodegradabilidad" y
al carácter "ambientalmente positivo" del herbicida. La serie de grandes multas
y decisiones judiciales contra Monsanto en Estados Unidos incluyen
responsabilidades en casos de muerte por leucemia, multas de 40 millones de
dólares por el vertido de productos peligrosos al medio ambiente, y muchos otros
episodios. En 1995, Monsanto era la quinta empresa de Estados Unidos en el
inventario de vertidos tóxicos de la EPA, con millones de kilogramos de
productos químicos tóxicos descargados sobre la tierra, en el aire, en el agua y
en el subsuelo.
Los productos farmacéuticos de Monsanto tienen también
un historial inquietante. El producto estrella de la compañía farmacéutica
Searle, subsidiaria de Monsanto, es el edulcorante artificial "aspartame",
vendido bajo los nombres comerciales de Nutrasweet y Equal. En 1981, cuatro años
antes de que Monsanto comprase Searle, un comité consultivo de la FDA (Food and
Drug Administration) compuesto por científicos independientes, confirmó informes
que afirmaban que el aspartame podría inducir tumores cerebrales.
La FDA
retiró a Searle la licencia de venta del aspartame, pero esta decisión fue
anulada por un nuevo comisionado nombrado por el entonces presidente Ronald
Reagan. En ese momento el actual secretario de Defensa de Estados Unidos, Donald
Rumsfeld, era el presidente de la compañía.
Un estudio de 1996 publicado
en la revista científica Journal of Neuropathology and Experimental Neurology ha
suscitado de nuevo la preocupación, relacionando el aspartame con un incremento
súbito de cánceres cerebrales a poco de introducirse la substancia. La Unidad de
Investigación sobre Política Científica de la Universidad de Sussex, Inglaterra,
cita una serie de informes de los años 80, que relacionan el aspartame con un
conjunto amplio de reacciones adversas en consumidores sensibles, incluyendo
dolores de cabeza, visión borrosa, entumecimiento, pérdida de audición, espasmos
musculares y ataques inducidos de tipo epiléptico, entre otras muchas dolencias.
La agresiva promoción que Monsanto realiza de sus productos
biotecnológicos, desde la hormona recombinante del crecimiento bovino (rBGH) a
la soja "Roundup Ready" y a sus variedades de algodón resistentes a los
insectos, resulta a ojos de cualquier observador como una continuación de sus
largas décadas de prácticas éticamente discutibles.
Originalmente,
Monsanto fue una de las cuatro empresas que querían introducir en el mercado una
hormona sintética del crecimiento bovino, producida por la bacteria E. coli,
manipulada genéticamente para producir la proteína bovina. El esfuerzo de
Monsanto, que duró 14 años, para lograr la aprobación de la FDA a la
comercialización de la BGH recombinante, estuvo lleno de controversias,
llegándose a denunciar un esfuerzo coordinado para suprimir información sobre
los efectos perjudiciales de la hormona.
La hormona de Monsanto se
aprobó por la FDA para su venta comercial a principios de 1994. El año
siguiente, la Unión de Agricultores de Wisconsin, hizo público un estudio de las
experiencias de los granjeros con la droga. Sus hallazgos excedieron los 21
problemas potenciales de salud que Monsanto fue obligada a incluir en la
etiqueta de advertencia de su marca Posilac (nombre comercial de la rBGH). Se
obtuvieron muchos informes de muertes espontáneas entre vacas tratadas con rBGH,
alta incidencia de infecciones de ubres, graves dificultades metabólicas y
problemas en los partos y, en algunos casos, imposibilidad de apartar a las
vacas tratadas de la substancia, a la que se habían habituado.
Muchos
ganaderos experimentados que usaron la rBGH tuvieron que reemplazar de repente
una buena parte de sus rebaños. En lugar de responder a las causas de las quejas
de los ganaderos sobre la rBGH, Monsanto emprendió la ofensiva, amenazando con
demandas judiciales contra las pequeñas empresas lecheras que anunciaban sus
productos como libres de la hormona artificial, y participando en una acción
legal interpuesta por varias asociaciones industriales de comercio contra la
primera (y única) ley de etiquetado obligatorio para la rBGH en Estados Unidos.
Todo ello mientras aumentaban las pruebas de los efectos perjudiciales de la
rBGH en la salud de las vacas y de las personas.
Los esfuerzos para
impedir el etiquetado de las exportaciones estadounidenses de soja y maíz
manipulados genéticamente, parecen indicar que Monsanto sigue aplicando las
tácticas ingeniadas por la compañía para sofocar las quejas contra la hormona de
la leche. Si bien Monsanto argumenta que su soja "Roundup Ready" acabará por
reducir el consumo de herbicidas, el uso generalizado de variedades de cultivos
tolerantes a los herbicidas significa un aumento de la dependencia de los
agricultores respecto del herbicida. Las malas hierbas que aparecen después de
que el herbicida original se haya dispersado o degradado, se tratan a menudo con
más aplicaciones de herbicida.
Por otra parte, Monsanto ha aumentado su
producción de Roundup en los últimos años. Habiendo expirado la patente de
Roundup en Estados Unidos en el año 2000, y con una competencia de productos
genéricos de glifosato surgiendo en todo el mundo, el "paquete" de herbicida
Roundup y semillas "Roundup Ready" se ha convertido en la piedra angular de la
estrategia de Monsanto para seguir aumentando sus ventas de herbicida.
Los posibles efectos ambientales y sanitarios de los cultivos tolerantes
al Roundup no han sido investigados completamente; por ejemplo, los efectos
alergénicos, el caracter invasivo o de mala hierba de estos cultivos y la
posibilidad de que la resistencia al herbicida se transfiera vía polen a otras
semillas de soja o a otras plantas emparentadas.
Mientras que los
problemas con la soja resistente a herbicidas son despreciados como algo muy
genérico y especulativo, la experiencia de los algodoneros con las semillas
manipuladas genéticamente por Monsanto constituye una historia muy diferente.
Desde 1996 Monsanto ha sacado dos variedades de algodón manipulado
genéticamente; una es una variedad resistente al Roundup, y la otra, llamada
"BT", segrega una toxina bacteriana para controlar los daños producidos por
plagas del algodón. La toxina, derivada del Bacillus thuringiensis (B.t.), se ha
utilizado por los agricultores ecológicos desde los primeros años 70 en forma de
un aerosol natural bacteriano. Pero a diferencia de las bacterias B.t., que
viven relativamente poco, y segregan su toxina en una forma que sólo se activa
en los sistemas digestivos de ciertos gusanos y orugas, los cultivos "BT"
modificados genéticamente segregan una forma activa de la toxina a lo largo del
ciclo vital de la planta.
Gran parte del maíz genéticamente manipulado
del mercado es una variedad con capacidad de segregar esta toxina bacteriana,
ideada para repeler al gusano de la raíz del maíz y a otras plagas comunes.
El primer problema de estos cultivos que segregan plaguicidas es que la
presencia de la toxina en todo el ciclo vital de la planta favorece la aparición
de cepas resistentes al B.t. entre los insectos. La EPA ha determinado que una
resistencia extendida al B.t. puede convertir en inefectivas las aplicaciones
naturales de la bacteria B.t. en apenas tres o cinco años, y pide a los
agricultores que planten hasta un 40 por ciento de sus cultivos con algodón no
manipulado genéticamente, para que sirva de "refugio" a los insectos y evitar la
aparición de resistencias al B.t. En segundo lugar, la toxina segregada por
estas plantas puede dañar a insectos beneficiosos, además de aquellas otras
especies que los agricultores quieren eliminar.
Pero los efectos nocivos
del algodón "BT" han resultado ser mucho más rápidos de lo esperado, tanto que
Monsanto y sus socios han retirado del mercado más de 2 millones de kilos de
semillas de algodón manipuladas genéticamente, y han acordado pagar a los
cultivadores de Estados Unidos una indemnización de muchos millones de dólares.
A pesar de estos problemas, Monsanto sigue fomentando el uso de la ingeniería
genética en la agricultura al tomar el control de muchas de las mayores y más
establecidas empresas de semillas en los Estados Unidos, controlando el 85 por
ciento del mercado estadounidense de semillas de algodón.
La compañía
sigue también en otros países esta agresiva política de adquisiciones de
empresas y de venta de productos. En 1997, Monsanto compró "Sementes Agroceres
S.A.", descrita como "la principal empresa de semillas de maíz de Brasil", con
una cuota de mercado del 30 por ciento. Por otro lado, son conocidas las
denuncias de importación ilegal de soja transgénica provenientes de la filial
argentina de Monsanto.
Con esta larga e inquietante historia, se
entiende porqué muchos ciudadanos informados de Europa y Estados Unidos se
resisten a confiar en Monsanto el futuro de su comida y salud. No ocurre lo
mismo en Latinoamérica.
Bajo la gestión de su presidente, Robert
Shapiro, Monsanto ha apartado todos los obstáculos para transformar su imagen de
un suministrador de productos químicos peligrosos en una institución ilustrada y
con visión de futuro, que lucha para alimentar al mundo. Shapiro se describe a
sí mismo como un visionario y un hombre renacentista, encargado de la misión de
usar los recursos de la compañía para cambiar el mundo: "No es un problema de
buenos y malos. No sirve para nada decir -si los malos se fueran, entonces el
mundo iría bien-; es el sistema entero el que ha de cambiar; hay una gran
oportunidad para reinventarlo, dice el ejecutivo de Monsanto.
El sistema
"reinventado" de Shapiro es tal que no sólo continúan existiendo las grandes
empresas, sino que además éstas ejercen cada vez un mayor control sobre nuestras
vidas. Pero últimamente se nos dice que Monsanto se ha reformado, que se ha
desprendido con éxito de sus divisiones de industria química y que se ha
comprometido a reemplazar los productos químicos con "información", en forma de
semillas manipuladas genéticamente y otros productos de la biotecnología. Esto
no deja de ser una ironía viniendo de una compañía cuyo producto más rentable es
un herbicida.
Monsanto demuestra claramente que ha aprendido a utilizar
la charlatanería adecuada. Así, Roundup no es un herbicida, sino "una forma de
minimizar las labores del suelo y reducir la erosión". Los cultivos de
ingeniería genética no son simplemente fuentes de beneficio para Monsanto, "sino
que surgen para resolver el problema inexorable del crecimiento de la
población". Por último, se nos quiere hacer creer que la agresiva promoción de
la biotecnología que lleva a cabo Monsanto no es fruto de la arrogancia
empresarial, sino simplemente una "ley de la naturaleza".
Monsanto ha
bautizado el aparente crecimiento exponencial de lo que llama "conocimiento
biológico" con el nombre de "Ley de Monsanto" -nada menos-. Como con cualquier
otra presunta ley de la Naturaleza, poco se puede hacer fuera de observar cómo
se cumplen sus predicciones, y en este caso, la predicción es ni más ni menos
que el crecimiento exponencial continuo del poder mundial de Monsanto.
Pero el crecimiento de cualquier tecnología no es simplemente una "ley
de la naturaleza". Las tecnologías no son fuerzas sociales en sí mismas, ni
simples herramientas neutrales que se pueden utilizar para alcanzar cualquier
fin social, sino el producto de unas instituciones sociales y de unos intereses
económicos particulares.
Por ejemplo, la llamada "Revolución Verde" de
la agricultura de los años 60 y 70 aumentó temporalmente los rendimientos de los
cultivos, e hizo también a agricultores de todas las partes del mundo cada vez
más dependientes de costosos insumos químicos. Esto provocó desplazamientos
generalizados de campesinos fuera de sus tierras, y en muchos países ha ido en
detrimento del suelo, las aguas subterráneas y las tierras comunales, que han
sustentado a la gente durante miles de años. Estos desequilibrios a gran escala
han alimentado la suburbanización y la pérdida de poder social de las
comunidades, lo que ha conducido a su vez a otro ciclo de empobrecimiento y
hambre.
La "Segunda Revolución Verde", prometida por Monsanto y otras
compañías biotecnológicas, amenaza con una destrucción aún mayor de las
relaciones sociales y de la posesión tradicional de la tierra.
Al
rechazar a Monsanto y su biotecnología, no estamos necesariamente rechazando la
tecnología "per se", sino que queremos reemplazar una tecnología de
manipulación, control y beneficios, que niega la vida, por otra verdaderamente
ecológica, diseñada para respetar el funcionamiento de la Naturaleza, mejorar la
salud personal y comunitaria, sustentar a las comunidades que viven de la tierra
y operar a una escala genuinamente humana. Si creemos en la soberanía, es
necesario que podamos elegir qué tecnologías son las mejores para nuestras
comunidades, en lugar de que decidan por nosotros entidades a las que es muy
difícil pedir responsabilidades, como Monsanto.
En vez de tecnologías
ideadas para el enriquecimiento continuo de unos pocos, podemos basar nuestra
tecnología en la esperanza de una mayor armonía entre nuestras comunidades
humanas y el mundo material. Nuestra salud, nuestros alimentos y el futuro de la
vida en la Tierra están realmente en juego.
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Muy bien Escrito por Carolina el 2006-12-05 21:17:29 Hola, soy Carolina, alumma de Sociología de la Universidad dse Concepción, Chile. Me parece muy bien que se refieran a estos temas de tanta importancia para todos los consumidores, lo que nos implica directamente. Sin embargo en Chile, este tema aun esta "oculto", no se conoce bien la situación en la que nos encontramos (ni siquiera están etiquetados lo alimentos y peor aún, la mayoría de las personas comunes y corrientes ni siquiera sabemos qué comemos. Felicitaciones por escribir acerca de los transgénicos y sobre todo de Monsanto.  |