La fiebre del aceite de palma, el cultivo "milagro" que prometía combustibles ecológicos y desarrollo económico en los países emergentes, va camino de convertirse en la principal causa de la salvaje deforestación que padece Indonesia. Las plantaciones se extienden de manera imparable, con anuncios de nuevos proyectos cada semana, siguiendo el plan del Gobierno para alcanzar los veinte millones de hectáreas productivas en 2020 desde los siete millones actuales.
"En breve, el aceite de palma va a ser el primer causante de la deforestación en Indonesia", asegura Bustar Maitar, responsable de campañas forestales de Greenpeace en el archipiélago.
Así, el tercer país del mundo por masa forestal es ya como el mayor exportador de aceite de palma -con cerca de la mitad de la producción mundial- y, de forma paralela, como el que más rápido está destruyendo sus selvas.
"Es esencial imponer una moratoria inmediata a la extensión de la palma porque está provocando un desastre ecológico", afirma Maitar, refiriéndose a la desaparición de los bosques y, con ellos, también la fauna endémica y amenazada que los habita, como orangutanes, tigres y elefantes.
El auge de los biocombustibles, impulsado por la Unión Europea, ha acelerado drásticamente en los últimos años el proceso de conversión de zonas de selva en plantaciones de palma.
Su aceite se emplea en uno de cada diez productos a la venta en los supermercados de Occidente, desde patatas fritas, chocolate y mayonesa a champús y pintalabios, pero también en el sector metalúrgico, tratamiento de pieles y piensos animales.
La situación ha llevado al Banco Mundial a dejar de financiar al sector debido a sus malas prácticas medioambientales y sociales, y a su relación con varios casos de corrupción.
Por su parte, los representantes del sector reconocen la amenaza al ecosistema, pero priman los beneficios económicos.
"La conservación de las selvas no debe hacerse a costa de las oportunidades de los países para desarrollarse y mejorar las condiciones de vida de sus habitantes", argumenta a Efe el secretario general de la Mesa para el Aceite de Palma Sostenible (RSPO), Vengeta Rao.
Pero los grupos ecologistas rebaten esta tesis, ya que como subraya Maitar, "las plantaciones no han mejorado el nivel de vida de las comunidades rurales a las que supuestamente iba a beneficiar".
La RSPO, que aglutina a 420 actores del sector entre productores, inversores, manufactureras y distribuidores, es la única organización que ha establecido unos criterios "sostenibles" para elaborar el aceite de palma.
Sin embargo, la asociación estima que sólo el cinco por ciento de la producción total cumple esos parámetros voluntarios y admite que el aceite "sostenible" no sólo no se comercializa por separado, sino que se mezcla con el que no lo es e, incluso, con el proveniente de plantaciones ilegales.
"Los molinos no tienen ni la capacidad ni un incentivo para identificar el origen del fruto que les llega", explica Rao, que no sabe cuantificar el porcentaje de aceite ilegal.
Por su parte, los ecologistas niegan la mayor, tachan de oportunista a la RSPO y critican las denominaciones que usa porque inducen a error.
"Si hay deforestación, no es sostenible. Y si las plantaciones invaden áreas donde viven animales en peligro de extinción, esto es, protegidos por la ley, entonces es ilegal, aunque tengan permiso del gobierno local para explotar la zona", argumenta Maitar.
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