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Occidente, horizonte sin petróleo

Las reservas propias pueden no estar del todo garantizadas más allá del 2016.

Una pacifista norteamericana se manifiesta frente a una refinería próxima a Bagdad.

Oriente Medio concentra más del 65% de los recursos petrolíferos mundiales. Las nuevas demandas y el agotamiento de pozos obligarán a poner a punto en una década una producción adicional de 60 millones de barriles por día.

Si resumiéramos la historia de la presencia del hombre en la Tierra a un periodo de 80 años, veríamos que el petróleo y sus derivados son recursos novísimos que empezaron a utilizarse hace sólo un mes. Sin embargo, este combustible es ya un elemento inseparable de una sociedad que ha convertido el plástico y los coches en sus nuevos ídolos. El oro negro es también la sangre de un cuerpo que requiere transfusiones continuas de 75 millones de barriles de crudo al día para mantener vivas las constantes de nuestra sociedad. Los contrarios a un ataque preventivo contra Iraq juzgan que el intento de saciar esta petróleo-dependencia –más acusada en EE.UU. que en Europa al tratarse aquella de una economía menos eficiente en el consumo energético– es el auténtico motivo oculto de la operación bélica que promueve la Administración Bush.

Los actuales recursos permiten cubrir, de media, una demanda para cuatro décadas. Pero sólo la región del Oriente Medio –que atesora la dos terceras partes del crudo– tiene reservas para más de 40 años. En Oriente Medio hay petróleo para unos 87 años, mientras que en las zonas más industrializadas del planeta las disponibilidades son muy inferiores. Norteamérica, con el 6,1% de las reservas, dispone de crudo para unos 13 años; y Europa, con un 1,8%, para 7 u 8 años. Centroamérica y Sudamérica (con el 9,1%) almacenan crudo para 39 años y África (7,3%), para unos 27,5 años, según datos de British Petroleum.

Oriente Medio es, pues, el centro estratégico para obtener un recurso hegemónico desde la mitad del siglo pasado. Cinco países del golfo Pérsico concentran las reservas: Arabia Saudí (25,4%), Iraq (10,8%) –con petróleo para unos 130 años–, Emiratos Árabes (9,5%), Kuwait (9,3%) e Irán (8,7%).

En 1987, las reservas se cifraban en 40 años, con una tendencia creciente hasta 1989. Sin embargo, a partir de esas fechas las estadísticas muestran un ligero declive. Pese a todo, la producción sigue aumentando, mientras que los expertos advierten de que el pico de esa capacidad de extracción se alcanzará en cinco o diez años.

En cualquier caso, hay que tener en cuenta que los datos sobre reservas se renuevan y actualizan en paralelo a la mejora de las técnicas de prospección, exploración y explotación –ahora sólo se aprovecha en los pozos un 30% y queda sin extraer el 70%–. Noruega extrae del mar del Norte tanto petróleo como producen Irán o Venezuela; las reservas del Caspio están subexplotadas, y en el Cáucaso no están a pleno rendimiento al no ser aún rentables. Pero el consumo incesante obliga a habilitar nuevos campos hasta ahora inviables. El problema es que hay que obtener reservas a la misma velocidad que crece la producción. “Y estamos viviendo con lo puesto”, dice Mariano Marzo, catedrático de recursos energéticos de la Facultad de Geología de la Universitat de Barcelona (UB).

Todo hace vaticinar que el consumo de combustibles fósiles se acelerará, incluso en el caso de que se apliquen estrictas políticas de conservación medioambiental y de desarrollo de fuentes renovables. Aunque buena parte del aumento del consumo se dará en los países desarrollados, el centro de gravedad del crecimiento económico se desplazará hacia los países en vías de desarrollo.

Alimentar tal voracidad energética no será tarea fácil, pues la producción en las regiones tradicionales se encuentra ya en declive o a punto de estarlo. “No sólo tendremos que cubrir la nueva demanda, sino que, además, deberemos reemplazar la pérdida de capacidad de producción”, advierte el profesor Marzo. Según la previsión del Departamento de Energía de EE.UU., la demanda de petróleo crecerá (entre el 2000 y el 2010) en unos 20 millones de barriles diarios (hasta los 115 millones de barriles en el 2020, según la Agencia Internacional de la Energía).

Además, hay que sumar una tasa de caída de la capacidad de producción de un 5% por año, lo que supondría tener que reemplazar una producción de 40 millones de barriles diarios en los próximos 10 años.

En pocas palabras, “en una década tendremos que poner a punto una nueva capacidad de producción adicional total cercana a los 60 millones de barriles por día, que es casi ocho veces la producción diaria actual de Arabia Saudí, primer productor mundial”.

En cualquier caso, la industria está cada vez más interesada en explotar el petróleo, pese a que el protocolo de Kioto intentó poner coto a la expansión del consumo mundial de energías fósiles para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. Desde la revolución industrial (1750), la concentración en la atmósfera de estos gases ha aumentado un 31%, lo que supone una amenaza para el clima, según los expertos de la ONU.

EE.UU., con el 25% del consumo de petróleo en el mundo, ha incrementado su utilización un 17% en la última década (hasta el 2001), mientras que Europa lo hizo un 7% y China, un 110%. España ha disparado este consumo un 47% (y ya gasta 1,5 millones de barriles al día).

Países ricos y pobres han seguido pautas de consumo ineficiente que conducen a una dependencia energética y política, con el punto de mira permanentemente puesto en Oriente Medio. Cada estadounidense consume 18 veces más petróleo per cápita que un chino. Si los ciudadanos de China se igualaran al consumo de Estados Unidos, el país asiático necesitaría 90 millones de barriles al día, es decir, casi 15 millones de barriles más que el consumo mundial en el 2001 (75,291 millones de barriles al día).

En su libro “Las guerras del petróleo” (Icària), Eduardo Giordano argumenta, por el contrario, que sí existe suficiente petróleo e, incluso, una sobreoferta, aunque su explotación hará de la Tierra “el lugar más inhóspito del universo para la vida humana”. En su opinión, desde los años setenta, los conflictos por el petróleo han redundado en incrementos de precios del crudo que han beneficiado a las compañías petroleras angloestadounidenses (motor de la economía), que se han revalorizado así en bolsa, y reforzado el patrón dólar. Giordano incluso cree que Gran Bretaña necesita precios del crudo más altos, ya que sus costes de explotación en el mar del Norte son más elevados porque requieren una tecnología más sofisticada.

“La crisis futura no vendrá porque nos quedemos sin petróleo de golpe, sino que comenzará tras una caída de producción después de que ésta haya alcanzado su punto máximo. Al crecer la demanda y no poder ser satisfecha para todos, se entrará en una espiral de incrementos de precios del crudo que dejará sin poder acceder a él a buena parte de la población”, vaticina Josep Puig, promotor de la Entesa Catalana per una Energia Neta.

10 de febrero de 2003

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