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Flora y fauna de la Argentina, invadidas por especies exóticas

Las especies "introducidas" causan un impacto negativo sobre las nativas. Frente a esto, la recientemente creada Base Nacional de Datos de flora y fauna exóticas busca mejorar los mecanismos de control.

Unos se apropian del territorio ajeno. Los otros, los nativos, retroceden hasta perder casi su lugar en el mundo. Así es la historia de animales, plantas, algas y otros organismos que fueron mudados y que causan desequilibrios en el territorio que pasaron a ocupar. "Es la globalización de la ecología", dicen los científicos.

En la Argentina ya se importaron 378 especies que modificaron la tranquila vida de especies nativas y recién ahora se tiene conciencia sobre su impacto. Por eso, se acaba de crear la primera Base Nacional de Datos de especies exóticas para que se adopten mejores medidas de control, según Sergio Zalba, de la Universidad Nacional del Sur, en Bahía Blanca.

Algunos datos: el 23 por ciento de la flora de la provincia de Buenos Aires está formada por especies introducidas. El 33 por ciento de los peces de agua dulce que habitan en la Patagonia y el 70 por ciento de las lombrices que están en Sierras Chicas, en Córdoba, también han venido del exterior, según informan los científicos Diego Vázquez y Roxana Aragón en la revista holandesa Biological Invasions.

En el nuevo hábitat, ciertos bioinvasores no encuentran los controles naturales. Y si cuentan con preadaptaciones que les permiten reproducirse y dispersarse, se expanden con ventaja sobre las nativas. Compiten por el mismo bocado, como ocurre con la liebre europea y la vizcacha nativa, según explica el investigador del Conicet, Andrés Novaro. O bien se alimentan de otras especies, como el ciervo colorado con el maqui, un arbusto de Bariloche.

Incluso, hay bioinvasores que pueden transformar el ambiente "tomado". Por el castor canadiense, los bosques de Tierra del Fuego se llenaron de lagunas. Por la llegada de un alga, la playa de Puerto Madryn exhibe por momentos arenas putrefactas y, por el avance de los árboles paraísos, el palmar de Entre Ríos podría dejar de serlo. Lo que sigue son algunos detalles de esas llegadas "inconvenientes".

En El Palmar había una sabana de palmeras y pastos, con bosques ribereños en los márgenes de los arroyos y del río Uruguay. El paraíso fue traído desde Asia como una planta ornamental a principios del siglo XX. Después, entraron el arbusto crataegus, el ligustro y la acacia negra. Al formarse el parque nacional, se suprimieron los incendios y los pastoreos del ganado y esto propició el avance de las exóticas, según Fernando Luis Selmo, de la Facultad de Agronomía de la UBA.

También llegó fauna exótica, como los jabalíes que contribuyeron a la dispersión del paraíso y del crataegus al comer sus frutos. Existen también algunas evidencias de que los jabalíes destruyen plántulas y cocos de palmera al comérselos. "Hay palmeras mezcladas con paraíso y los bosques ribereños son una mezcla de exóticas y nativas. En definitiva se convierte todo en algo muy distinto a lo que se quería preservar", afirmó Selmo. Como medidas de control, informó Aristóbulo Maranta, se usan agroquímicos, desmontes con topadoras y ciertas quemas.

En Capital y Gran Buenos Aires, una bandada de pájaros amenaza con trastornarlo todo. Se trata de los estorninos pintos, unas aves negruzcas con pico anaranjado, que llegaron en cautiverio desde Europa en los ochenta. Comen frutos, granos, de todo —dice Eduardo Haene, de la asociación Aves Argentinas—, y "pueden volverse una plaga agrícola". Según Sergio Goldfeder, de la Secretaría de Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Nación, los estorninos encontraron aquí un lugar ideal para desplazar a pájaros nativos en la competencia por nidos y alimentos. Ahora pueden deteriorar el cableado aéreo. Otro pariente cercano e importado, el estornino crestado, está avanzando desde Mar del Plata hasta Mar Chiquita. Allí también prolifera un gusano que forma arrecifes en un ambiente de laguna. Supuestamente —cuenta José María Orensanz, del Centro Nacional Patagónico del Conicet—, fue introducido en los años treinta: hoy causa problemas en la navegación.

Otros invasores

Pero la invasora costera más molesta del momento quizá sea el alga parda wakame, que fue introducida en 1994 aproximadamente desde Asia en el Golfo Nuevo y en otras áreas de Chubut. El punto es que esta alga (conocida como la "maleza de los mares") se acumula en la playa y se pudre, algo que —en muchas toneladas— afecta a la playa de Puerto Madryn.

Poco espacio les quedó a los pastizales de la Pampa original que se trataron de conservar en el parque del partido bonaerense de Tornquist, cerca de Sierra de la Ventana. A principios del siglo XX, varios estancieros forestaron sus campos con varias especies de pinos. En 1987, después de un gran incendio, los pinos —como el de Alepo— empezaron a ganar terreno, según cuenta Sergio Zalba: los pinos aumentaron 10 veces la superficie que ocupaban.

El problema es que los pastizales nativos no toleran que alguien les haga sombra. Son vegetales "heliófilos", algo así como amantes del Sol, por lo cual se perjudicaron y redujeron su población.

Además, la forestación embromó a las aves silvestres, como la ratona aperdigada o la cachirla. "Para estas aves, un bosque es un área tan artificial como una playa de estacionamiento o un centro de compras", dice Zalba, que participa en una estrategia de manejo para recuperar el pastizal con la municipalidad de Tornquist, con la Comisión de Investigaciones Científicas de la Provincia de Buenos Aires y del Conicet.

También están en problemas los peces nativos. Un plan del Estado argentino dispuso hace más de 100 años la introducción de salmónidos, como la trucha arco iris, en ríos y arroyos patagónicos. La idea era poblarlos con especies valiosas desde el punto de vista pesquero-deportivo. Según Miguel Pascual, investigador del Cenpat, aún no se conocen bien las consecuencias de esta historia, aunque de este efecto negativo no hay dudas: la mojarra desnuda —en peligro de extinción— está confinada a sobrevivir dentro del arroyo Valcheta, en la provincia de Río Negro, por el avance excesivo y avasallante de la trucha arco iris.

23 de diciembre de 2002

Fuente: Diario Clarín

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