Obviamente, la mayoría de estos dramas se desarrolla frente a la
indiferencia de esas mismas cadenas televisivas, que reaccionan sólo
cuando el desastre es sorpresivo y espectacular, como un huracán o un
maremoto. Procesos mucho más lentos, pero igualmente devastadores
suceden sin embargo en todos los extremos del mundo, y han llevado a
organismos internacionales como la Cruz Roja, a señalar que hoy existen
más desplazados por conflictos ambientales que por la guerra.
El desinterés periodístico por estas historias provoca que las enormes
masas humanas desplazadas reciban mucha menos ayuda internacional que,
por ejemplo, las víctimas del huracán Katrina o del tsunami en
Indonesia. Además, los países vecinos los rechazan, pues la falta de
conciencia respecto a este tema, hace que no puedan invocar la
condición de refugiados, toda vez que su exilio no se debe a motivos
políticos, como si el dolor del hambre, o la destrucción del hogar no
fueran razón suficiente.
La desertificación de zonas otrora prósperas, la elevación de los mares
en algunas regiones costeras, y el empobrecimiento y degradación de
vastos terrenos agrícolas, son sólo algunas de las causas de esta
migración forzada. La incomprensión de los gobiernos de países ricos o
de organismos multinacionales, se explica porque existe la percepción
generalizada de que estos fenómenos tienen su origen en la naturaleza,
cuando en realidad ha sido la acción directa del hombre, principalmente
producto de la sobreexplotación y la contaminación industrial, la
responsable de estos problemas.
Tal es la razón de que algunas pequeñas naciones insulares hayan
acusado formalmente a los grandes países industriales de terrorismo
ecológico, debido a que el derretimiento de los casquetes polares está
levantando el nivel del océano Pacífico, y amenaza con sepultar bajo
sus aguas a Tuvalo, Kiribati y algunas de las islas Maldivas, todos
estados soberanos que ven al calentamiento global como una amenazante
realidad, y no como la improbable situación que describen a menudo los
líderes mundiales y los dueños de las transnacionales.
De hecho, el estado insular de Tuvalo, ya tiene un acuerdo con Nueva
Zelanda, para trasladar ahí a sus 11 mil habitantes, frente a la
posibilidad de que esta isla sea tragada por las aguas, algo que
inevitablemente sucederá dentro de los próximos 50 años.
Situaciones similares se repiten en todo el mundo: en China, el
desierto de Gobi crece 10 mil kilómetros cuadrados al año, situación
que se repite en Marruecos, Túnez y Libia. En Egipto, la mitad de las
tierras cultivables se están salinizando, mientras que en Turquía 160
mil predios agrícolas son víctimas de la erosión.
Algunas de estas situaciones son evitables, o al menos pueden
prevenirse y disminuirse sus efectos. Pero nada de eso sucederá
mientras se mantenga la misma falta de voluntad política y se
privilegie la explotación y el lucro por sobre cualquier otra
consideración, aun cuando estén en juego toda la especie humana.
Mientras eso no ocurra, millones de desplazados seguirán siendo
víctimas del verdadero terrorismo ecológico y su eterno huracán de
errores políticos, sociales y económicos.
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