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La restauración del centro histórico de La Habana vista como un proyecto ecológico Imprimir E-Mail
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jueves, 24 de noviembre de 2005
Habana ViejaTodos los enfoques orales y escritos acerca de la magnífica obra de restauración del Centro Histórico centran su atención en los aspectos de conservación del patrimonio edificado, en los valores culturales y arquitectónicos del área, en el gran esfuerzo constructivo y en otros aspectos muy vinculados a la historia y a las tradiciones de la capital de todos los cubanos.

Sin embargo, a la vista de un modesto biólogo, esta obra gigante es quizás el proyecto ecológico más audaz que se ejecuta en Cuba. Si tomamos en consideración que el ser humano es el elemento central de cualquier ecosistema, y el único  con capacidad consciente para modificar su entorno, la reconocida obra del Centro Histórico se convierte en un proyecto ambientalista, al tener al Hombre en el centro de su gestión, visto no solamente como  ser de requerimientos materiales, sino también espirituales.

Brevemente, porque de hacerlo extenso sería una obra de gigantes, trataré de esbozar elementos de esta idea que se nos ocurrió cuando comenzamos a conocer en detalles la gesta restauradora:

Cuando el Almirante Cristóbal Colón “descubrió” la Bahía de La Habana, a  fines del siglo XV, una vista espectacular de naturaleza tropical virgen coronó sus esfuerzos de conquista. Es fácil imaginar esa rada, coronada con un acantilado en su ladera Este y llana en la vertiente opuesta, cubierta de árboles de magnífica fronda, montes costeros en el Oeste y  una gran reserva de árboles maderables en las márgenes de sus otrora límpidos ríos tributarios. Aves y peces de toda índole surcaban aire y mar, y todo ser viviente, incluyendo a nuestros primitivos pobladores, gozaba de un entorno saludable y equilibrado.

Más de quinientos años han pasado, con una historia de la cual nos enorgullecemos, pero que ha dejado un alto costo ecológico, y solo una huella de desolación en lo que una vez fue quizás el “paraíso terrenal”. Una ciudad de más de dos millones de habitantes, sin diseño ambiental, con urbanizaciones totalmente impersonales y agresivas al medio, recuerda su pasado natural con nostalgia y demanda que las generaciones actuales piensen en la salud futura de la capital.

En este contexto, la obra de la Oficina del Historiador es un reflejo de lo que se puede hacer por mejorar el entorno. Si consideramos que toda obra ejecutada en esta área tiene en primer lugar al Hombre como centro, si los niños y ancianos reciben una esmerada atención, de acuerdo a las posibilidades materiales existentes; si, como dijo una vez el Historiador de la Ciudad en mi presencia... “Nuestro turismo se desarrolla con los cubanos dentro”, y para él los “cubanos dentro” constituyen un reflejo del ambiente que buscan los turistas, con sus virtudes y defectos; si además de la innegable obra social vemos un esfuerzo por el tema medioambiental en cada obra y rincón de La Habana Vieja, ¿quién puede negar que esto es ecología?

No es la ecología anquilosada y defensora a ultranza de políticas proteccionistas, que defiende más a las ballenas que a los niños hambrientos de África Sub-Sahariana. No es la ecología de los programas de televisión, con grandes discursos acerca de una especie vegetal o animal, en la cual el hombre es solo un espectador que amenaza su existencia. En fin, no es la ecología de la nostalgia por lo que pudo hacerse y no se hizo, sino un tipo nuevo, incluso, para nuestro país. Es la defensa de los aspectos naturales de la memoria histórica, es la creación de reductos verdes que conjugan arte y naturaleza, es enseñarle a los niños lo que una vez tuvimos y ya no podremos recuperar para que los futuros niños no cometan los mismos errores; esa es la ecología de las palomas en las plazas, de un minúsculo acuario para que los vecinos entren en contacto con un pedazo de naturaleza, aunque esté cercenada.

Es la ecología del agradecimiento a los que han hecho una gran obra por la preservación de la naturaleza, expresada en la tarja de homenaje dedicada al Dr. Jorge Ramón Cuevas, situada en la pared lateral de otro lugar que rinde tributo diario al insigne naturalista Alejandro Von Humboldt y que, algún día, será la Casa de las Ciencias Naturales Cubanas, por ser el primer lugar donde se habló de nuestra naturaleza con un enfoque científico.

Al caminar por calles y plazas, vemos reductos de naturaleza que debieran señalizarse de forma diferente, para que el público no especializado pudiera aprender que nuestra ciudad fue, en definitiva, construida sobre las ruinas de un deterioro ecológico secular, y que el despojo de la naturaleza en estos cinco siglos ha dejado rastros. En el Templete, lugar de culto de todos los que amamos la ciudad, hay un bloque en la columna frontal izquierda que es una verdadera clase de biología marina, al tener fósiles de poliquetos, moluscos bivalvos, gasterópodos e incluso foraminíferos concentrados en menos de 50 centímetros. Los niños de las escuelas podrían “ir al mar” parándose en ese lugar, con un maestro imaginativo que les enseñara que del mar también ha salido nuestra historia.

En la propia Plaza de Armas y a unos metros de la estatua del Padre de la Patria, diariamente circulan centenares de personas sobre los restos de un cobo (Strombus gigas) que custodia eternamente a esa querida figura de nuestra historia. El mangle y el romerillo de costa, tan frecuentes en La Habana que descubrió Colón, se niegan aún a abandonarnos y coronan, quizás desafortunadamente para los arquitectos, los muros históricos del Castillo de la Real Fuerza.

¿Acaso no son destacables los intentos por construir un “aula ecológica” en la cual los niños de primaria comparten su currículo docente con la protección de animales y plantas, con conferencias y con otras actividades especializadas acerca de la protección del medio, la historia de las ciencias naturales y otras actividades afines?

¿No será ecología “el pan de los viernes”, el concierto gratuito de la Camerata Romeu, el Hogar de Niños Discapacitados, el perrito escondido en un museo o casa museo, los pavorreales, las aulas-museos, los Zanqueros, la intensa actividad cultural de este entorno, o mejor dicho, ecosistema? Si nada ha cambiado...¿qué cambió en nuestra vieja Habana en la que ya los niños son guías de turismo y no limosneros frente a los turistas?
 
¿Por qué personajes de miles de anécdotas, como los hay en todos los barrios, aquí son distintos? He visto a “Pepe el Borracho” actuando de guía voluntario de turismo enseñándole con orgullo a un grupo de extranjeros la obra de reconstrucción de la Plaza Vieja; Merceditas, la anciana que se cree niña, en su alegre demencia senil, asiste puntualmente a todas las funciones de la Mamá Guajacona del AQVUARIVM, limpia, alegre y bien alimentada; un taller experimental con algunos niños del hogar de discapacitados nos puso en apuros en más de una ocasión con sus preguntas acerca de la naturaleza... En resumen, hemos cambiado en la misma medida en que han ido progresando las ideas del proyecto restaurador, sin darnos cuenta, como ocurre en la propia naturaleza.

Para una persona observadora, la sustitución de aquellos carteles que desesperadamente se colocaban en cada casa de La Habana Vieja con el conocido rótulo de “Se permuta”, por la conversación callejera, espontánea y a veces chispeante de los habaneros con Eusebio Leal, puede ser un símbolo de que nuestro ecosistema ha cambiado desde sus propias raíces, quizás no en el orden estrictamente biológico, pero, sin lugar a dudas, en el más importante: el humano.
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