 Si
es cierto que el futuro de las guerras se librará en la búsqueda del
agua potable, América Latina y, concretamente Brasil, serán países
sobre los que se posarán con codicia los ojos de la sed del planeta.
Los números son elocuentes: este país posee el 20% del agua potable del
mundo, lo que le coloca en la mayor descarga de agua dulce existente
con sus 197.500 metros cúbicos por segundo. Esa agua es 40 veces mayor
que la de todos los ríos de EE UU y 47 veces superior a los de Canadá,
países ricos que aún no han entrado en la crisis del agua.
Es tal la importancia no sólo de la riqueza de agua de Brasil sino de
toda su biodiversidad, la mayor del planeta, que ante el miedo que
dicha riqueza, que no es sólo poesía ecologista, sino pura y cruda
realidad política, pueda seguir deteriorándose, se habla continuamente,
ante la ira de los ciudadanos y de los políticos, de
"internacionalización" de la Amazonia, considerada la gran reserva de
oxígeno del planeta. El problema es si dicha internacionalización es
fruto de un interés real por preservar uno de los grandes santuarios
ambientales del mundo ante la incuria o la impotencia de sus
gobernantes, o si no es más bien una excusa para apoderarse del gran
tesoro del futuro.
Sea como sea, esta misma semana la revista Veja, el semanario
informativo de mayor prestigio del país, ha dedicado 15 páginas para
lanzar una alerta sobre lo que llama "las siete plagas de la Amazonia".
Un dato es significativo y escalofriante: "En 2004 se deforestó en la
Amazonia un territorio como Bélgica. Sólo en los últimos 15 años fueron
devastadas 28,8 millones de hectáreas, la mitad de todo lo que fue
destruido desde el año 1500, fecha del descubrimiento de Brasil",
escribe el semanal.
Y si la selva amazónica ha sido saqueada, no lo ha sido menos la Mata
Atlántica de la que queda sólo un 5% de su territorio original, con una
biodiversidad proporcionalmente superior a la de la Amazonia. En lo
poco que queda de la Mata Atlántica se conservan aún 51 especies de
mamíferos y 183 especies de aves, ejemplares únicos en el mundo. Entre
los anfibios el número es aún más espectacular: de las 183 especies
catalogadas el 91,8% son consideradas únicas en el mundo. Entre las
plantas, de las 10.000 conocidas, el 50% son también ejemplares únicos.
Sin embargo, la situación, al igual que en la Amazonia es alarmante: de
las 202 especies de animales en peligro de extinción, 171 son de la
Mata Atlántica. Lo mismo ocurre entre las aves, de las cuales el 40% de
las 214 especies están en peligro.
Lo más grave es que según un informe de la Comisión Económica para
América Latina (CEPAL), no sólo en Brasil, sino en todo el área de los
países latinoamericanos "no existe ningún indicador que señale que la
situación haya mejorado. Claramente vamos hacia atrás". Y añade el
informe: "La biodiversidad es un tema que preocupa porque es uno de los
grandes acervos, uno de los grandes recursos de América Latina".
Entre las siete plagas que Veja pone de manifiesto en el drama de la
Amazonia, destacan los incendios (hay momentos en que sólo en Mato
Grosso se han podido observar 15.000 fuegos simultáneamente) que causan
una pérdida de 121 millones de dólares (100 millones de euros) al año.
Y considerada la emisión de carbono, los daños alcanzan 5.000 millones
de dólares. A eso hay que añadir la plaga de las madereras. Existen más
de 3.000 empresas cortando árboles bajo la connivencia incluso del
Ibama, el Instituto del Medio Ambiente, responsable de la defensa de la
Amazonia. Sólo en junio pasado fueron detenidos, acusados de
corrupción, 47 funcionarios de dicha institución. Y después, la
impunidad. De los 539 millones de reales (unos 180 millones de euros)
de multas aplicadas en 2004 sólo fueron cobradas 63 millones.
El problema no sólo es económico, no es sólo el saqueo de la madera
preciosa de la Amazonia donde funcionan ilegalmente 8.478 camiones y
5.006 tractores que trabajan para las 3.000 serrerías de la región, y
que por cada árbol arrancado destrozan otros 40 en la operación. El
problema es más grave si cabe. Esa deforestación puede llevar a que el
ciclo de las lluvias en la Amazonia podrá entrar en colapso si la selva
pierde el 30% de su capacidad vegetal. Y ya ha sido destruido un 17%.
En ese caso el fin de la foresta sería irreversible. Todo ello llevaría
a una disminución drástica del vapor de agua generado por la foresta y
por tanto de las lluvias, lo que elevaría peligrosamente la temperatura
ambiental con consecuencias no sólo para Brasil y para América Latina,
sino para todo el mundo.
En toda esta situación las paradojas se multiplican. Un país como
Brasil, que cuenta con la legislación más moderna y más severa del
mundo sobre la defensa del medio ambiente, permite que, según datos
oficiales del Ministerio de Medio Ambiente, en la Amazonia existan 18
millones de selva compradas ilegalmente, un mecanismo perverso que el
ex obispo catalán Pedro Casaldaliga, lleva denunciando, con peligro de
su propia vida, desde hace más de 20 años.
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