Las
selvas que habitaron los mayas, de México a Honduras, pasando por
Guatemala, Belice y El Salvador, siguen siendo frondosas y están llenas
de vida salvaje aun en estos tiempos de desertización.
En Belice, el valle del río Macal, que fluye hacia el mar del Caribe
desde las montañas Maya, es un hervidero de pueblos y gentes que viven
muy cerca del huidizo jaguar (Panthera onca), el cocodrilo de Morelet
(Cocodrylus moreleti), el tapir centroamericano (Tapirus bairdii) o el
guacamayo escarlata (Ara macao), éstos últimos, en peligro de extinción.
Según los expertos, los bosques tropicales de Belice son uno de los
hábitats naturales más ricos y mejor preservados de flora y fauna
amenazada de Centroamérica; de hecho, el curso superior de este
caudaloso río es el único lugar donde nidifica el guacamayo escarlata
beliceño, el Ara macao cyanoptera, del que sólo quedan 150 ejemplares.
El río Macal da vida a hombres y animales: los jaguares se acercan a
sus aguas con los primeros rayos de la mañana. El joven Wilmer Dorado,
en la foto, prefiere la caída de la tarde para llegarse hasta el río,
bañar a sus caballos o nadar con los amigos. Este chico de 14 años es
totalmente ajeno al drama ecológico que le acecha a él y a su gente.
El drama tiene nombre de presa hidráulica, la de Chalillo, que se ha
construido en el curso alto del río y supone inundar mil hectáreas de
bosques tropicales, poniendo en peligro la vida de 12.000 personas.
Se ha deforestado ya una amplia zona y lo peor es que, a pesar de los
avisos de los ecologistas, la empresa canadiense Fortis, responsable
del proyecto, no realizó estudios sobre el tipo de suelo (caliza) ni de
la escasa altura: el resultado es que difícilmente generará energía. Un
error que será irreparable si se sigue adelante.
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