La Campaña Mala Sangre en marcha (y replicándose en otras localidades) nos está dejando una gran cantidad de reflexiones. A pocos días de hacer públicos los resultados de los análisis realizados a miembros de la sociedad, hemos cosechado una cantidad de observaciones que nos inspiran a decir algunas cosas.
Por ejemplo:
“Si hasta los esquimales tienen tóxicos en el cuerpo, si están en todos lados ¿por qué preocuparnos?”
Preocuparnos porque no se sigan incorporando al ambiente más y más sustancias peligrosas, de clasificación falsa y toxicidad oculta. ¿Cuál es el limite de la resistencia biológica?
“Yo estuve en contacto con agrotóxicos y no me hicieron nada”
Cada organismo reacciona de modo diferente ante la misma sustancia, dependiendo de la edad, la contextura física, el grado de inmunodepresión, el estado general de su salud, y la particularísima sinergia de todos los tóxicos que a lo largo de su vida fue acumulando o procesando. Es virtualmente imposible establecer un patrón de reacciones. Pero un tóxico en el cuerpo, ES un tóxico en el cuerpo, y nada bueno puede hacer.
“Es apenas un poquito de esta sustancia tóxica. ¡Un poquito no puede hacerme nada!”
Un poquito de A, más un poquito de B, más un poquito de C… y así en más con cientos de sustancias, ¿no será, citando a Olea, un poquito demasiado?
“No hay tantos enfermos: tendría que haber un montón y yo no los veo”
Estas sustancias se “ven” cuando hay contaminación aguda: una ingesta o una exposición masiva e inmediata. Pero no se ven de inmediato cuando la dosis es crónica. A veces lleva años, como el amianto o el tabaco. Por ello, es tan complejo determinar la asociación entre causa y efecto. Pero es un tóxico. Y genera un daño.
La variedad de problemáticas asociadas es enorme. ¿No nos preguntamos por ejemplo, por qué la falla renal crónica se duplicó desde el 2005, y hoy el 17% de las personas la sufre? Los cánceres que eran algo excepcional en los ´60. ´70, ´80… los problemas neurológicos, de fertilidad, las alergias? A veces se comienza con problemas menores, y los médicos desorientados hacen atravesar al paciente por tratamientos y estudios que no llegan a resolver el problema. Hay escasa formación en los profesionales de la salud para la asociación entre el tóxico y el síntoma. Porque son sustancias nuevas y sólo aquéllos médicos que se interesaron en el tema, están empezando a conocer y difundir sus efectos.
“No hay epidemiología: muéstrenme los números”
No hay. La epidemiología en este tema (y en tantos otros) es una invitada ausente en Argentina. No se hace. No se estimula.
Y son los que hacen y usan estas sustancias de riesgo los que tienen que demostrar fehacientemente la inocuidad, y no la sociedad tener que estar enlistando sus víctimas.
“Si los usamos bien, no traen problemas”.
Esos tóxicos fueron creados para la zanahoria, la lechuga, el morrón, ¿qué hacen en mi cuerpo? Es rotundamente evidente que se desmadró el sistema y que se demostró que resulta imposible ponerle fronteras al viento, al agua, a los insectos. La atmósfera en la cual volcamos algo es democráticamente la misma para todos. Las cosas no desaparecen. Cambian de matriz, se degradan en otras sustancias, se recombinan con otras moléculas. Y la toxicidad a veces baja, pero a veces se potencia.
Las llamadas “buenas prácticas agrícolas” se empecinan es hacer más de lo mismo. En seguir afirmando falsamente que no se puede cultivar de otra manera que intoxicando a las personas, esparciendo veneno junto a los hogares, dejando residuos en las verduras que comemos.
Esta campaña nos ha mostrado que las personas se han despertado a esta realidad, y que piden firmemente comida sana, comida limpia. Comida que este sistema es incapaz de ofrecer.
Ya se conoce masivamente que la clasificación en bandas de colores o clases de toxicidad es falsa, promovida por quienes producen esas sustancias.
Ya se sabe que año a año se reducen los “límites permitidos” en verduras de consumo y se prohiben sustancias que hasta ayer eran rociadas en el “marco de la ley”. Una ley que dice hasta qué nivel tienen derecho a intoxicarnos los que promueven este sistema agrícola en crisis.
Y decimos en crisis porque supuestamente la agricultura existe para dar comida. Y la comida debe ser salud. Y ésta no lo es.
Porque existe para evitar el hambre del mundo. Y esta agricultura no lo hace.
Porque existe para promover la biodiversidad. Y esta agricultura la aniquila.
Porque existe para que los suelos sigan repitiendo el mismo viejo ciclo vital. Y esta agricultura los convierte en desiertos.
Porque existe para sumarse a los ritmos de la naturaleza. Y esta agricultura con su avance voraz de territorios y desmontes, cambia los climas, desertifica los suelos, contamina las aguas, se apropia de las semillas, elimina los insectos polinizadores, y expulsa al campesino.
Tenemos agrotóxicos en sangre.
¿Seremos como las cucarachas o las hormigas, que nos vamos volviendo resistentes generación en generación? Moriremos muchos, sobrevivirán otros?
Nuestros hijos, nuestros nietos ¿serán normales? ¿nacerán afectados? ¿nacerán resistentes?
La ciencia ficción jugó con la idea de mutantes ante un planeta contaminado.
No juguemos nosotros con esta realidad tóxica que necesitamos cambiar.
¡Pero empecemos!
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