La enseñanza de la geografía comprende “(…) un conjunto de conocimientos que son útiles para la socialización de los alumnos, pues les permiten interpretar sus identidades personales y colectivas [y, asimismo, para promover] (…) las expectativas de los niños y adolescentes en una sociedad saturada de información superficial y con escasas herramientas interpretativas sobre los factores subyacentes” entre ellos los ambientales. En este sentido, hay que hacer hincapié en ciertas problemáticas escolares bien delimitadas, como la ambiental, sentidas por profesores y alumnos en el aula y lejanas a la tiranía del currículo enciclopédico.
Los últimos eventos catastróficos de escala planetaria, como el desastre ambiental-tecnológico de Japón, desenmascararon la ausencia de nociones geográficas básicas en los actores del poder de uno de los países más poderosos del sistema-mundial, pero también de otros tantos países en los que las vulnerabilidades ambientales crecen al ritmo vertiginoso de sus economías tecnológicas y, demás está decir, del pensamiento único que las sustenta.
La conciencia territorial y la dimensión geográfica de la sustentabilidad son débiles si juzgamos el impacto ambiental de las obras “humanas” (SIC), como la minería a cielo abierto, la agriculturización, la urbanización, las mega obras energéticas, entre otras menos perceptibles que redundan en el crecimiento ruinoso y la gestión malograda de las huellas ambientales, la contaminación y el cambio climático de escala planetaria.
Millones de desplazados y refugiados ambientales y sociales reflejan la ausencia de políticas demográficas y económicas con sustento territorial en los archipiélagos urbanos pobres de países tanto desarrollados como no desarrollados como en los exhaustos espacios rurales. El crecimiento urbano de las metrópolis periféricas es concordante con una era mega urbana escasamente sostenible. Las fronteras agropecuarias desplazan a los pueblos originarios y a los más pobres de sus tierras. Estos ejemplos derivan en gran parte de la ausencia de un conocimiento cabal de las realidades geográficas y sus correlatos en la toma de decisiones aplicadas a las políticas públicas, en especial, ambientales.
Consecuentemente, se requiere una nueva eclosión de la conciencia ambiental ligada estrechamente a la comprensión geográfica. Cada día es más necesario que en las escuelas se enseñe más y mejor geografía para concebir los problemas ambientales en sus heterogeneidades territoriales, variables en todas las escalas, globales, regionales y locales y promover sus alternativas de solución. De allí se desprende la relevancia de la educación geográfica en todos los niveles educativos.
La enseñanza de la geografía comprende “(…) un conjunto de conocimientos que son útiles para la socialización de los alumnos, pues les permiten interpretar sus identidades personales y colectivas [y, asimismo, para promover] (…) las expectativas de los niños y adolescentes en una sociedad saturada de información superficial y con escasas herramientas interpretativas sobre los factores subyacentes” (1), entre ellos los ambientales. En este sentido, hay que hacer hincapié en ciertas problemáticas escolares bien delimitadas, como la ambiental, sentidas por profesores y alumnos en el aula y lejanas a la tiranía del currículo enciclopédico.
El valor formativo de la geografía es un aspecto crucial de la conciencia ambiental y está unido estrechamente a la labor cotidiana de los profesores de geografía quienes son los vectores insustituibles de la concreción del proceso de difusión de la competencia geográfica en las aulas.
La educación geográfica se sustenta en la geografía científica que tiene la virtud de su enfoque holístico, lo que permite una visión global de los cambios que se producen en los territorios. El mundo contemporáneo es desigual, caótico e imprevisible y la geografía cuenta con las estrategias de aprendizaje específicas –lectura de imágenes satelitales, construcción de cartografía ambiental, resolución de problemas, aplicación de geoquest y visores SIG, entre tantas otras-, para abordar conceptos complejos, interrelaciones diversas y visiones en perspectiva. La educación geográfica radica su valor formativo en la comprensión de la complejidad socio ambiental de manera de evitar las generalizaciones abusivas que conducen a la construcción de conceptos falsos relativos a la dimensión ambiental de los territorios y sus habitantes. Por ejemplo, al explicar la localización de la población en el Cinturón de Fuego del Pacífico los profesores de geografía dan cuenta de las situaciones de riesgo que la vulneran y que, sin embargo, son obviadas a sabiendas de su amenaza por quienes manejan las políticas ambientales y económicas de los países.
La geógrafa argentina Albina Lara sostiene que tendrá valor una geografía que “(…) permita conocer el mundo, en sus diversas escalas, y tomar decisiones para vivir. A su vez, busque sentar las bases de la participación de los alumnos como ciudadano “alfabetizado” geográficamente. Es decir, busca integrar a la geografía en el centro de la vida, un “arma para vivir”, lo que sirve desde para tener herramientas para elegir un área para vivir hasta la comprensión del impacto de los mercados internacionales en el territorio. (…) Nos vuelve ciudadanos del mundo y nos une con las naciones más distanciadas” (2). Un arma para vivir y no un arma para la guerra, significativa metáfora propuesta por Lara para atribuir al valor formativo de la geografía.
Su enseñanza para la comprensión promueve la autonomía de los sujetos en los territorios para que se transformen en ciudadanos críticos, cuando se plantea de manera innovadora, con un enfoque integrador sustentado en una concepción holística e integrada de las ciencias de la Tierra y las ciencias sociales, como cuando se incorporan concepciones sistémicas sobre el ambiente, que permiten una fértil colaboración desde tales campos del saber hacia la enseñanza del sistema natural, base sustantiva de la enseñanza disciplinar.
Un punto de inflexión sobre el valor formativo de la geografía fue la “Declaración Internacional sobre la Educación Geográfica para la Diversidad Cultural” impulsado por la Comisión de Educación Geográfica de la Unión Geográfica Internacional. En sus conclusiones se expresa que:
• “La Geografía como campo de estudio es un aspecto esencial para la comprensión de nuestro lugar en el mundo y de cómo las personas interactúan con los demás y sus entornos. • La investigación y educación geográficas promueven y amplían la compresión cultural, la interacción, la igualdad y la justicia a escala local, regional y global. • Todos los estudiantes tienen derecho a la oportunidad de desarrollar sus valores sociales, culturales y ambientales a través de la educación geográfica que promoverá su desarrollo como personas geográficamente informadas. • Nosotros, como geógrafos profesionales y educadores geográficos nos comprometemos a promover la educación geográfica global para hacer frente a los futuros desafíos del desarrollo y el entorno natural”.(3)
Estas reflexiones apuntan a la configuración de un campo integrado de la Educación Geográfica.
Desde nuestra perspectiva la esencia de la educación geográfica se cristaliza en la enseñanza compleja de una doble vertiente: el estudio del espacio geográfico y las relaciones del hombre con su ambiente. En el siglo XXI estos grandes tópicos adquieren una nueva dimensión que trasciende el campo de la geografía, pero a la vez promete su jerarquización y la orienta hacia la interdisciplinariedad.
La educación geográfica aborda la interpretación de la configuración ambiental y espacial de la Tierra y de la organización humana del espacio a través de sus principios de localización, correlación y diferenciación areal.
Competencias básicas que promueve la educación geográfica (4)
• Saber pensar el espacio geográfico en sí mismo y en función del tiempo. • Desarrollar el sentido de arraigo y pertenencia al lugar, la comarca, la región y el país. • Reconocer la unidad del sistema planetario, de la Tierra como morada de la humanidad y, a su vez, concientizar sobre las características y distribución de ambientes y territorios. • Participar en la conservación del medio ambiente. • Percibir, interpretar y evaluar los riesgos naturales y los impactos ambientales. • Valorar al hombre y su cultura en relación al territorio. • Desarrollar la capacidad de pensar globalmente y actuar localmente. • Valorar crítica y creativamente la realidad geográfica. • Desarrollar la habilidad para leer mapas, cartas geográficas, imágenes fotográficas y satelitales, etc. • Poseer espíritu de solidaridad y convivencia. • Crear capacidad para la toma de decisiones. • Promover la conciencia ambiental. • Desarrollar la conciencia territorial.
En definitiva, se comprenderá a raíz de los argumentos planteados, la íntima relación de la educación geográfica y la educación ambiental y su indispensable inserción y mantenimiento en los programas de estudios, sin merma alguna que pueda menoscabar la eclosión de la conciencia ciudadana y su fortalecimiento progresivo hacia el logro de los cambios que promuevan un mundo más sustentable.
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