Según este resultado cuando el aire en las zonas tropicales pasa sobre zonas extensas de bosque produce al menos el doble de lluvia que cuando pasa por zonas de vegetación escasa. A veces el efecto se hace notar a miles de kilómetros de distancia.
Las selvas del Amazonas y del Congo mantienen las lluvias en las zonas limítrofes, regiones en donde viven muchas personas que dependen de las lluvias para su vida. Así por ejemplo, la selva del Amazonas mantiene las lluvias necesarias para la agricultura en la región sur de Brasil, mientras que la selva congoleña aumenta las lluvias en el sur de África donde la agricultura basada en la lluvia es muy importante. Un aumento de las sequías en esas regiones podría tener impactos severos sobre las poblaciones que ahí viven.
Basándose en datos observacionales estos investigadores estiman que la destrucción del bosque tropical podría reducir la lluvia en la cuenca del Amazonas en un quinto en la estación seca en 2050.
Dominick Spracklen confiesa que se sorprendió de que el efecto se dé tan fuertemente a lo largo de la mitad de los trópicos. “Nuestro estudio implica que la deforestación del Amazonas y del Congo podría tener consecuencias catastróficas para personas que viven a miles de kilómetros en los países vecinos”, añade.
El aumento de humedad ambiental está producido en gran medida por la transpiración de las propias hojas. Desde hace tiempo se sabe que la vegetación incrementa la lluvia, pero la cantidad y la distribución geográfica de la lluvia generada por los bosques es objeto todavía de estudio por parte de la comunidad científica. Aunque había muchos datos anecdóticos sobre el efecto, hasta recientemente no se tenían buenas pruebas observacionales.
En este caso, el equipo de investigadores usó datos de satélite de la NASA para medir la lluvia y la vegetación. Usaron esos datos para alimentar un modelo que predice patrones de flujos de viendo para así explorar el impacto de la selva tropical.
Tuvieron en cuenta además los efectos en detalle, como el movimiento de las masas de aire en diferentes partes del bosque para tener en cuenta el efecto acumulativo sobre el aire de la cubierta vegetal durante varios días y miles de kilómetros. Descubrieron que cuanta más vegetación había, el aire que cruzaba la zona tenía más humedad y más lluvia se producía. Según los autores, el efecto sobre los patrones de lluvia no se siente sólo a escala local, sino a una escala continental.
Dominick Spracklen sostiene que el trabajo muestra la importancia de las iniciativas que pretenden proteger los bosques tropicales.
Sin embargo, las noticias que nos llegan por otras vías sobre la deforestación no son optimistas. La NASA está haciendo públicas imágenes de satélite con motivo del 40 aniversario de su programa Landsat.
Así por ejemplo, nos podemos fijar en la siguiente imagen de una región del estado de Rondônia en Brasil:
Se aprecia la deforestación que se ha dado desde 1975 (izquierda) a 2012 (derecha). La actividad humana empezó con la construcción de una carretera (línea naranja) que se adentró en la selva. A continuación los agricultores se asentaron en la zona y se fueron abriendo caminos secundarios. Al final se puede observar el típico patrón de “raspa de pescado”. Todo el proceso ha sido capturado por los satélites del programa Landsat a lo largo de estos años.
Estas imágenes fueron usadas por Compton Tucker, (NASA’s Goddard Space Flight Center) y David Skole (Michigan State University) en un trabajo publicado en Science en 1993. Descubrieron que pese a que en aquel entonces la deforestación era menor de lo esperado, el impacto sobre la biodiversidad era muy grande. Esto se debería al particular patrón de “raspa de pescado”. Este patrón fragmenta el bosque y reduce las posibilidades de supervivencia de los organismos que quedan, al quitarles refugios y exponerlos a los seres humanos (caza y talas legales e ilegales). Además, este patrón expone más a la selva a los vientos y a la desecación.
En años recientes la deforestación amazónica se ha movido hacia otras áreas, como los estados de Mato Grosso y Pará, en donde se han asentado grandes explotaciones agrícolas mecanizadas en lugar de pequeñas explotaciones.
Lo único positivo en todo esto es que Brasil ha conseguido reducir el ritmo de deforestación, aunque no la deforestación en sí. Incluso un ritmo pequeño y constante tiende asintóticamente a destruir la totalidad de la selva.