
Nunca sabré si el haber pasado ya tres semanas con el consultorio psicoanalítico
cerrado por vacaciones me lleva a restarle dramatismo a algunos temas y poner el
énfasis en otros. Pero lo cierto es que en estos días me afectó menos el
escándalo de la valija con 60 kilogramos de cocaína de lo que hubiera esperado.
Tampoco ocupó el lugar de mis desvelos la noticia del cierre de la causa del
comisario Sobrado por enriquecimiento ilícito, después de 20 meses en los que no
pasó un solo día en prisión y sin que se entienda por qué, frente a un error
administrativo, no se opta por subsanar el error en lugar de permitir un nuevo
caso de impunidad. Podría seguir enumerando distintas informaciones de los
últimos días que en otra ocasión hubieran bastado para llenar la copa de mi
indignación.
Sin embargo, todo me pareció chiquito en relación a un tema que sí me quita el
sueño: el gobierno de los EE.UU., el país que genera la mayor cantidad de gases
contaminantes -esos que están provocando el recalentamiento del planeta- se negó
a adherir al protocolo de Kyoto que ya firmaron 161 países concientes del
peligro.Tal vez mi indiferencia o, al menos, desatención, frente a los otros
temas se deba a que sigo pensando que cuando se incendia la casa no es el mejor
momento para enderezar los cuadros. En este caso, para colmo, más que
incendiarse, la casa puede ser tapada por el agua. No sólo la mía; también la de
todos mis vecinos del planeta Tierra, incluyendo la de los norteamericanos a los
que pretende defender Bush cuando sostiene que no firmará nada que pueda afectar
a la industria de los EE.UU.

Más allá de analizar a George W Bush -algo
así como un De la Rúa todopoderoso- me pregunto qué podríamos hacer nosotros,
débiles, indefensos, anónimos, sin el más diminuto segmento de poder, para
luchar contra la ignorancia de un suicida que imagina ser un enviado de Dios a
quien los hados jamás van a abandonar. Recordé de pronto a esa mujer nigeriana,
acusada de adulterio, a la que una cadena generada en Internet salvó de ser
lapidada y me pregunté qué pasaría si por el mismo medio se iniciara una campaña
mundial boicoteando los productos generados por la industria estadounidense,
hasta que ese país adhiriera al protocolo de Kyoto. ¿Cuánto tardarían, esos
industriales que dice proteger, en pedirle a Bush que revea su medida si no
tuvieran a nadie para venderle sus gaseosas, si sus hamburguesas se pudrieran en
sus locales vacíos, si sus aviones aterrizaran, sin pasajeros, consumiendo
petróleo sin sentido, si sus autos cero kilómetro quedaran abarrotados en los
depósitos, si Mickey no recibiera la visita de ningún chico del mundo, si los
cines que proyectaran films de Hollywood permanecieran vacíos y si las cadenas
de noticias que hoy apoyan al presidente no contaran con ningún
suscriptor?
Porque tal vez no hayan caído en la cuenta, pero si las dos
terceras partes del mundo desaparecen tapadas por el torrente del mar, muchas de
sus industrias, de sus fábricas y de los bancos en los que guardan
sus
ganancias desaparecerán también. Por eso, sin que se trate de nada
personal -porque adoro sus gaseosas, sus hamburguesas, sus autos, sus aviones,
sus casinos de Las Vegas, sus teatros de Broadway, sus remeras con logotipo y
sus comedias de media hora, pero me gusta mucho más el mundo con pastos verdes,
glaciares sólidos, seguir llegando a casa sin tener que utilizar un submarino y
tomar sol sin sentirme candidato al cáncer de piel- no me parece mal iniciar
esta cadena de boicot a sus productos por Internet.
Sugiero además
traducir el mensaje de la cadena al inglés. Para permitirles a los ciudadanos de
los EE.UU., seres humanos como nosotros, con tanto que perder como cualquiera, y
con la misma sensibilidad que uno, que también participen del boicot.
Si
Internet ayuda y Bill Gates no hace nada para impedirlo, será por poco
tiempo."