Ahora un informe internacional, El estado de las selvas 2010 ha examinado a fondo la evolución de este tesoro ecológico, crucial para la regulación mundial del clima. Una buena noticia, aunque solo relativa, es que los índices de deforestación de África siguen siendo mucho menores que los de otras zonas tropicales del planeta. El informe establece que de media cada año entre 1990 y 2005 se ha deforestado un 0,14% de la superficie, aunque se percibe un aumento en los últimos años. Según las mediciones del proyecto TREES, del Instituto para el Medio Ambiente y la Sostenibilidad de la Comisión Europea, a partir de análisis de alta resolución tomadas por satélite de los tres continentes tropicales, Sudamérica y Centroamérica se han deforestado a razón de un 0,45% al año y el Sudeste Asiático (parte continental e islas), un 0,67% anual.
¿Qué tiene de especial África para mantener a raya los índices de deforestación? Según el informe, que compendia el trabajo de más de cien investigadores, dos características: que el continente carece de grandes mercados locales para productos forestales y la escasez y fragilidad de sus infraestructuras de transporte. A pesar de este hecho, la expansión de la actividad agrícola a la selva se cierne como una amenaza retroalimentada por el crecimiento de la población. África es además el único continente en el que seguirá aumentando el consumo de las selvas con fines energéticos. De ellas se obtiene el 80% de la energía que surte al continente.
La situación de los hábitats de muchos animales no sale tan bien parada del informe. Aunque un considerable 17% de la superficie de la cuenca del Congo ya tiene estatus de área protegida, la falta de estrategias a largo plazo deja desamparados a los grandes mamíferos, como los elefantes, los gorilas, los chimpancés y los okapis. La caza furtiva a escala industrial de los elefantes para el tráfico de marfil supone el 70% de todo el comercio ilegal.
La globalización también ha llegado, en una de sus peores facetas, a las selvas congoleñas, cuajadas de cazadores furtivos chinos -la mayor demanda del marfil procede del gigante asiático- que además talan árboles para edificar y construir infraestructuras de transporte. Tampoco ha ayudado la agitada historia reciente de la República Democrática del Congo, en guerra civil desde 1996 a 2002, un periodo en el que se destruyó por completo el control sobre las áreas protegidas. Resultado: la población de elefantes ha caído por debajo de los 20.000 ejemplares desde los 100.000 que poblaban el país hace 50 años. Los datos pertenecen a estimaciones recientes de John Hart, de la Wildlife Conservation Society.
Philippe Mayaux es investigador en gestión de recursos terrestres del Centro Común de Investigación de la Unión Europea en Ispra (Italia) y uno de los autores principales del estudio. Acaba de regresar de la cuenca del Congo a su laboratorio. Preguntado por la situación de otros grandes mamíferos, exculpa en cierta medida a las poblaciones locales: “El consumo local por parte de los indígenas no es un problema real, siempre y cuando no haya comercio con las grandes ciudades. Pero puedes encontrar mamíferos en los mercados de Libreville (Gabón), Kinshasa (República Democrática del Congo), Douala, Yaundé (ambas en Camerún)”, afirma Mayaux. ¿Han detectado los investigadores una mayor amenaza? “No son más graves que en el pasado, pero como la población continúa decreciendo, pueden caer por debajo del umbral de recuperación. Además, ese decrecimiento de algunas especies puede alterar el comportamiento habitual de los bosques, ya que animales como los elefantes desempeñan una labor esencial en la regeneración”, explica.
Tesoros (y mucho carbono) enterrados
La cuenca del río Congo es una joya ecológica pero también un botín sustancioso para su explotación comercial. Su subsuelo atesora petróleo, hierro, cobre, manganeso, uranio, diamantes y oro. La explotación de estos recursos seguirá en aumento en los próximos años. Para bien del medio ambiente, la de los metales seguirá siendo a baja escala y reducida a la práctica artesanal. Pero Guinea, Gabón y la República Democrática del Congo, por mencionar solo el caso del petróleo, poseen unas economías muy dependientes del oro negro. Se siguen realizando prospecciones en el terreno en busca de nuevos yacimientos. Uno de los descubrimientos más recientes, en Kivu (Rift Albertine, República Democrática del Congo), presagia, como daño añadido, el aumento de la contaminación en las áreas protegidas.
A través del programa REDD, que se ocupa de las emisiones de carbono causadas la deforestación en todo el mundo, Naciones Unidas ha puesto sus miras en el corazón de África. Los países de este área saben que pueden recibir enormes recursos financieros como “capturadores natos” de carbono, pero la comunidad internacional les va a exigir, ante todo, un sistema de vigilancia y monitoreo exigente de la deforestación, o lo que es lo mismo, que midan objetivamente la captura de carbono. Pero para eso hacen falta recursos que permitan capacitar a la población indígena. Los Estados, además, poco pueden hacer en este ámbito. Según Philippe Mayaux, “los principales motores de la deforestación son locales [como la agricultura itinerante, el consumo de madera como combustible] y eso conlleva que haya que implicar con fuerza a las comunidades locales”. Queda mucho por hacer.
El Observatorio para los Bosques de África Central publica este informe cada dos años, con el apoyo de la Comisión Centroafricana de Bosques (COMIFAC) y con apoyo de Estados Unidos, Francia, Alemania y la UNESCO. El Instituto para el Medio Ambiente y la Sostenibilidad del Centro Común de Investigación de la Unión Europea en Istra coordina el observatorio y se ocupa de los cálculos de la desforestación y el mantenimiento de las bases de datos.
Los expertos han consultado y armonizado datos recibidos de los servicios nacionales de medio ambiente de cada país, junto a los de ONG que trabajan sobre el terreno y bases de datos internacionales. Pero sin el trabajo de análisis interno, basado en imagen por satélite, de los cambios de la cubierta vegetal, los incendios y la estacionalidad de las vegetaciones, el informe no habría sido posible. Ni tampoco completo sin la publicación, en las próximas semanas, de una recomendaciones dirigidas a los políticos y demás responsables de la toma de decisiones. Para conocer el éxito de esas medidas será preciso esperar hasta el próximo informe, previsto para 2014.
Fuente: ELPAIS.com