Durante la primera semana de marzo, la ficción y la realidad se entrelazaron a propósito de dramáticas conmociones ambientales, con su caravana de terremotos, erupciones volcánicas, huracanes, oleadas de frío o calor, y otros trastornos conexos. Por una parte, un clásico del cine-catástrofe, El día después de mañana (donde los hielos arrasan Estados Unidos), titiló de nuevo en la televisión por cable.
Y mientras en Buenos Aires cien mil personas asistían a un festival de rock solidario con las víctimas de los recientes terremotos en Chile, desde una sobria oficina dedicada a las ciencias espaciales en la universidad norteamericana de Wisconsin-Madison, el CIMSS (Cooperative Institute for Meteorological Satellite Studies) detallaba la existencia de un inusual y preocupante fenómeno climático sobre la costa sur de Brasil: un ciclón subtropical.
Lo que desconcierta a los especialistas climáticos estadounidenses es que el Atlántico sur no ha sido históricamente una región propicia para tales eventos. Son casos típicos de la región cálida del mar Caribe. Por lo tanto carecen de denominación, nunca se pensó en bautizarlos. Momentáneamente se lo identificó como Invest 90Q.
Un estado de alerta transmitido por el Centro de Previsión Ambiental de Estados Unidos (NCEP, por su sigla en inglés) indujo a la Defensa Civil de Santa Catarina a emitir un alerta de ciclón para toda la costa catarinense. Al contrario del huracán Catarina, que se formó en alta mar y luego ganó energía, este nuevo fenómeno se formó cerca de la costa, por lo tanto fue menos intenso. Se previeron vientos de hasta 80 km/h en el litoral y el alerta también se extendió al litoral norte de Rio Grande do Sul. Finalmente, los vientos no pasaron de 40 km/h y ahora los meteorólogos inventan protocolos para catalogar al inesperado 90Q.
En su blog personal, el meteorólogo Jeff Masters explicó que el territorio de Brasil ha sufrido hasta la fecha el impacto de un solo ciclón tropical, el Catarina, a fines de marzo de 2004, el único de seis ciclones tropicales o subtropicales conocidos que se hayan presentado en esta región. Alcanzó potencia de huracán, con vientos de 150 km/h que causaron estragos en 40 ciudades y dañaron muchas propiedades. En particular el poblado de Torres, reducto turístico muy frecuentado por argentinos. El Catarina mató a tres personas, destruyó 1.500 hogares y afectó alrededor de 40 mil casas. Y arrasó grandes superficies con cultivos de bananas y arroz.
Masters señaló que el Invest 90Q es, probablemente, el cuarto en potencia verificado en el Atlántico sur, precedido por el Catarina, otro ciclón sin nombre que en febrero de 2006 generó vientos de hasta 105 km/h, y una tormenta subtropical que causó importantes inundaciones en la costa de Uruguay en enero de 2009. Antaño no se esperaban ciclones tropicales en el sur oceánico, debido al poderoso corte de vientos que hay en la alta atmósfera, las muy frías temperaturas del agua del mar y la ausencia de una zona de convergencia que induce la convección huracanada. Este nuevo evento apareció muy cerca del área donde hace seis años se formó el Catarina (foto). Los expertos del CIMSS reconocieron que hasta el momento no han sido bien estudiados los modos en que el cambio climático puede alterar la rutina de los vientos en América del Sur. Y de inmediato se volcaron a analizar la oleada de tornados que ha estado barriendo los estados de Arkansas y Louisiana en Norteamérica.
No soy partidario de los vaticinios apocalípticos. Pero no puedo desconocer que la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de la ONU ha notificado que durante 2009 los desastres relacionados con el clima desplazaron de sus hogares a 20 millones de personas, casi cuatro veces más la cifra de individuos desplazados como consecuencia de los conflictos bélicos. La Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados prevé entre 200 y 250 millones de refugiados ambientales para 2050. Se asegura que millones de personas pronto tendrán que abandonar los lugares donde viven por el recalentamiento planetario: la mitad se trasladarán por catástrofes naturales, y el resto por la desertificación y el aumento del nivel del mar. Ésa es una parte de la historia, pues hay otro notable éxodo global no cuantificado aún por la ONU: el de los refugiados económicos. Para esto último, sin ánimo de molestar a nadie, basta analizar atentamente la veloz modificación étnica de las calles de Buenos Aires, donde ya tenemos un barrio chino, otro coreano, y amplios enclaves de inmigrantes provenientes de los países vecinos donde la explosión poblacional es irrefrenable.
Tanto la naturaleza como la multitud hierven a nuestro alrededor.
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