En la isla de Sumatra, Indonesia, se encuentra el lago volcánico más grande del mundo. Tiene 100 kilómetros de largo por 35 de ancho. Es parte del cráter que produjo la erupción volcánica más impresionante que haya ocurrido desde que existe el género humano. Ocurrió hace 73 mil años, y fue tan impresionante que los efectos produjeron un invierno de seis años en todo el mundo, seguido de 1800 años de intenso frío.
Se cree que la columna de humo del volcán Toba pudo alcanzar hasta 40 kilómetros de altura, esto es el doble de cualquier erupción catastrófica histórica.
Así es que las cenizas de la súper erupción se pueden encontrar en lugares tan distantes como la India o el sur de China. En el Océano Indico se descubrió una capa de cenizas de 12 centímetros de espesor, mientras que en el continente indio encontraron zonas con estratos de ceniza de entre 3 y 6 metros.
Antes de depositarse, esa ceniza estuvo en el aire durante meses filtrando los rayos solares. Esto cambió el clima mundial de forma radical, con un período de seis años de lo que se llama invierno volcánico. Se cree que la temperatura pudo haber bajado hasta 16 grados centígrados.
Para que nos ubiquemos, el mundo ha pasado por diversos períodos climáticos a lo largo de sus miles de millones de años de “vida”. Períodos cálidos, y eras de hielo. Para el momento en que el súper volcán Toba entró en erupción se vivía lo que se llama una etapa interestadial, o sea algo de calor dentro de un período glacial.
La súper erupción arrebató al mundo esos años de calor, y le robó los veranos durante seis años. Poco después le siguieron 1800 años de frío intenso, la etapa más fría de la última Glaciación, que había comenzado 100 mil años antes del presente, y terminó hace unos 10 mil años.
¿Casi nos extinguimos?
Ahora, ¿nosotros dónde estábamos? Nuestra especie, Homo sapiens, se originó en Africa hace unos 200 mil años. Desde hace al menos 100 mil ya había humanos modernos viviendo en Medio Oriente, y para la época de la catástrofe de Toba, unos 70 mil años atrás, los Homo sapiens habían llegado a la India, por el sur de la península arábiga. Ya también habíamos poblado el Sudeste asiático y el sur de China. Europa sólo estaba habitada por los neandertales en esos tiempos, y en el resto del mundo todavía no nos conocían.
Así que el devastador efecto de la súper erupción de Toba hace 73 mil años nos agarró en plena corriente colonizadora, y conviviendo con los neandertales en Medio Oriente. ¿Cómo sintieron estas dos especies humanas los efectos de esos seis años sin verano seguidos de 1800 años del frío más intenso?
Hay dos posturas encontradas al respecto. Una es la que puso sobre el tapete la importancia de Toba en la historia evolutiva de nuestro planeta, no sólo con respecto a nosotros. Fue propuesta por Stanley Ambrose en 1998.
Ambrose, antropólogo de la Universidad de Illinois, Estados Unidos, relacionó estudios genéticos con la catástrofe de Toba. Es que los genetistas venían observando que las poblaciones humanas han pasado por cuellos de botella a lo largo de su historia evolutiva. O sea reducciones drásticas de la población. La más importante la databan justo para la época de Toba.
Allí entra Ambrose en 1998, y relaciona de forma directa los efectos devastadores de Toba en el clima mundial, con los cuellos de botella. Según él la catástrofe podría haber llevado a la humanidad a una casi extinción.
Sus conclusiones decían que toda esa corriente colonizadora humana que había partido de Africa para poblar la India y el Sudeste asiático se habría casi extinguido, permaneciendo con vida sólo las poblaciones de Homo sapiens que vivían en las zonas ecuatoriales tanto del sudeste asiático como de Africa.
Ambrose incluso aducía que este invierno volcánico habría jugado un papel importante en la diferenciación humana. Según él, una combinación de aislamiento de poblaciones y adaptación a los ambientes locales podrían explicar cómo es que nuestra especie tiene tan poca diversidad genética, pero sí diferencias superficiales de los caracteres físicos. O sea lo que comúnmente se llama razas geográficas.
En palabras de Ambrose: “Cuando la diáspora de los humanos modernos africanos pasó a través del prisma del invierno volcánico de Toba, apareció un arco iris de diferencias”.
Genética vs. arqueología
Hablamos de dos posiciones con respecto a los efectos de Toba en nuestra especie. La contraparte dice que no existieron tales cuellos de botella, ya que esa reducción de población que se ve en los genes no se correlaciona con la evidencia arqueológica.
Los sitios donde nuestros antepasados vivían, comían y fabricaban sus herramientas no han sufrido abandonos. Incluso en la misma India se han visto yacimientos en los que hay presencia normal por debajo y arriba del estrato que contiene las cenizas de Toba.
Es común ver que la genética se enfrenta a las evidencias arqueológicas. Es que los genetistas no suelen prestar atención más que a los genes, al contrario de los científicos dedicados a la arqueología y paleoantropología, ya que ellos no sólo buscan datos en los restos arqueológicos y en los fósiles, sino también en otras ciencias como la geología, palinología, climatología, y la genética entre ellas.
En este caso los cuellos de botella vistos en los genes no se apoyan en evidencias sólidas, sino en un gran número de suposiciones. Por ejemplo, para interpretar un cuello se basan en la asunción de que en el pasado había más endogamia, y así estiman cuál sería el tamaño de la población. Algo que no podremos dar nunca por seguro, a no ser que tengamos una máquina del tiempo.
El tema es que desde la arqueología no se ve ninguna discontinuidad en el registro fósil ni tampoco en las evidencias de herramientas líticas. No se lo ve en Africa, y tampoco en Asia. No hay evidencia alguna que sugiera un cuello de botella hace 73 mil años. Tampoco se ve ningún tipo de reducción de población entre los neandertales que poblaban Europa.
El golpe de gracia a la “casi extinción humana” se lo dio un estudio en 2007 de Petraglia y colegas. Ellos excavaron un yacimiento en India, donde se suponía que la población humana habría desaparecido.
Los científicos descubrieron un yacimiento humano en el que se veía la huella de la catástrofe de Toba: una franja de ceniza volcánica. Pero encontraron restos arqueológicos tanto debajo de esa franja, como por encima. Y eran herramientas similares, o sea previsiblemente una continuidad de la misma población.
El humano flexible
En la actualidad hay estudios tanto desde la genética como desde la arqueología que desestiman esas reducciones drásticas de la población humana.
Ese estudio del yacimiento en India, demuestra que los humanos fueron y son flexibles ante los cambios climáticos. No somos plantas que no podemos movernos, y ya hace 70 mil años éramos un animal inteligente, que tenía tecnología. La flexibilidad de los humanos modernos se ve que era suficiente como para superar un evento colosal como la súper erupción de Toba.
En 2008, científicos israelíes terminaron de sepultar la hipótesis de la casi extinción de nuestra especie. Doron Behar y colegas, realizaron estudios genéticos evitando todas las suposiciones que generalmente se utilizaban, y así lograron refutar los cuellos de botella. Así la genética terminó estando de acuerdo con los datos arqueológicos.
Sobrevivimos a la erupción volcánica más grande que ha ocurrido en nuestro planeta en los últimos 2 millones de años, y pudimos adaptarnos a la catástrofe climática que le siguió. No nos extinguimos, ni estuvimos cerca, pero obviamente no habrá sido un paseo en bote. Todas las poblaciones más cercanas a Sumatra desaparecieron, y otras que vivían en regiones más frías tuvieron que migrar.
Aquí en Futuro vimos ya el caso de la cultura Clovis de América, que desapareció luego de una catástrofe climática similar, y así se cree que desaparecieron también nuestros parientes los neandertales. Es algo para tener en cuenta en estos días de calentamiento global, ya que somos flexibles como especie, pero en el camino quedan muchos individuos.
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