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Pero en lo único que coinciden los cronistas británicos de la época es que el corsario ascendía diariamente al mirador sólo para divisar, a lo lejos, una que otra embarcación que pudiese rescatarlo de su confinamiento, y que el resto del tiempo –que le sobraba, por cierto- lo dedicaba a esconderse de los españoles que pasaban a abastecerse de agua dulce, y a contemplar los extraños animales que en buen número habitaban esa inhóspita y remota isla del Pacífico. Durante cuatro años estuvo sólo acompañado por animales como el lobo marino de dos pelos y el pequeño colibrí de Juan Fernández, una especie irrepetible en otros lugares del globo, hoy a un paso de la extinción al igual que otras de origen autóctono como la comadrejilla trompuda, la huiña, el huillín, la Chinchilla Brevicaudata, el zorro chilote y los ciervos Taruca y Huemul.

El presidente del Comité pro Defensa de la Flora y Fauna (Codeff), Bernardo Zentilli, asegura que el caso del colibrí de Juan Fernández (Sephanoides fernandesis) es particularmente grave. “Primero, porque es un animalito endémico, que no está en otro lugar. Se dio ahí, en una isla que tiene un ecosistema único, razón por la que el archipiélago fue declarado Reserva de la Biósfera. El problema está en que es un animal se ha visto amenazado por la llegada del hombre, quien ha terminado internando animales domésticos en la isla como el gato. Y resulta que el colibrí desconoce a este animal. Y como lo desconoce, queda a merced del zarpazo.”, explica Zentilli.

“Y así vamos viendo casos similares en otros lugares del país, y como siempre está la mano del hombre. El monito del monte, que es un marsupial de unos diez centímetros, ya casi no se ve. El gato colocolo, lo mismo. Y así con el pudú, este venado pequeño que antes abundaba en los bosques húmedos de Nahuelbuta, que ha desaparecido por la destrucción del bosque nativo y su reemplazo por pino insigne. Antes, el pudú moría en el hocico del zorro, o del puma. Pero ahora mueren por los perros vagos que acabaron siendo asilvestrados”, agrega el presidente de Codeff.

Asimismo, Zentilli identifica, como causa de este fenómeno, la internación de otras especies exóticas, como el ciervo rojo y el jabalí, situación que rompe el frágil equilibrio del ecosistema. “Me parece que hay más conciencia en la gente respecto del patrimonio ecológico del país. No sé si existe esa misma conciencia en las autoridades, las que al final reducen todo a números. Y ocurre que es muy difícil ponerle precio a estas cosas. Un hecho: en Chile no existe una ley de conservación de la fauna. Lo que tenemos es una Ley de Caza que ha sido ‘enchulada’ con el correr del tiempo. Pero… ¿qué tiene que ver la preservación con la caza?”, añade.

¿Desidia gubernamental?

El gerente de áreas protegidas de Conaf, José Luis Galaz, se hace cargo de esta crítica. “Nadie podría desconocer los esfuerzos de Conaf en más de cuarenta años. Contamos con una red de reservas a nivel nacional y programas de conservación de flora y fauna. Así es como hemos logrado estabilizar la situación de la vicuña, el pingüino de Humboldt, el loro tricahue, el zorro chilote, el pájaro carpintero negro y tantas otras especies”, asegura.

Asimismo, el gerente de áreas protegidas de Conaf sostiene que “también se ha hecho un trabajo muy interesante con la comunidad. Yo diría que, si bien no tenemos una identidad ecológica tan arraigada como en otros países del mundo, la sociedad chilena ha ido tomando conciencia del valor de contar con especies autóctonas”.

Galaz afirma que la valoración de nuestro patrimonio ecológico nos sitúa entre los más avanzados de la región. “Esto ha evitado una rápida degradación de los ecosistemas por la vía de acotar los conflictos ambientales y ponerle coto a la caza furtiva. De esta manera, en vez de preocuparnos de erradicar a los gatos de Juan Fernández, por ejemplo, ahora no centramos en enseñarle a la gente a contener sus animales”, concluye. “De hecho, las poblaciones de las islas de Juan Fernández y Rapa Nui han solicitado la instauración de filtros y regulaciones en materia migratoria y turística, precisamente para preservar sus hábitats y toda su flora y fauna”, añade.

No obstante, existe preocupación en Conaf respecto de batracios y reptiles. “Como son especies menos representativas y conocidas, y menos agraciados a la vista, la gente llega y las aplasta”, concluye.

Base genética de datos

Y ya que la acción del hombre ha resultado ser tan devastadora para la vida silvestre, el Gobierno, en conjunto con la Universidad de Concepción, creó un banco de recursos genéticos a objeto de preservar las ocho especies más amenazadas.

El ejecutivo de la Fundación para la Innovación Agraria del Ministerio de Agricultura, Tomás García Huidobro, cuenta que el proyecto nació en 1997, año en que se lanzó el concurso que ganó, finalmente, la casa de estudio penquista, pionera en nuestro país en lo que respecta a la clonación de un bovino (la ternera Victoria, la que alcanzó a vivir sólo dos meses producto de complicaciones no relacionadas con la técnica de clonación), y primera en América Latina en conseguir una clonación de técnica manual.

“Este método no requiere de laboratorios muy avanzados y posee una tasa de éxito bastante alto”, dice García Huidobro.

“Lo que hemos hecho es recopilar muestras de tejido viable de estos animales, extrayendo células vivas que posteriormente criopreservamos. En este banco genético diseñado por la Universidad de Concepción está el picaflor de Juan Fernández, la taruca altiplánica, el zorro chilote, la chinchilla, el huemul, la comadrejita trompuda, la huiña y el huillín”, dice el ejecutivo de la Fundación para la Innovación Agraria del Ministerio de Agricultura, quien concluye: “Así, en virtud de los futuros avances científicos en la materia, podríamos reflotar la población de estos animales que se encuentran en riesgo”.