Todos los años, con la llegada de la temporada seca, comienzan a bajar de la sierra. Son miles de personas que, empujadas por la pobreza y la falta de oportunidades en su lugar de origen, llegan desde Puno, Cuzco, Arequipa y otras ciudades arriba en la montaña, a buscar el oro escondido en las entrañas de la Amazonía peruana. Esta actividad genera deforestación, una de las razones del calentamiento, que a su vez está impulsando a otras formas de vida a escapar hacia arriba, subiendo la montaña que ellos mismos bajaron.
Llegan a una zona a la que muchos le han dado el mote de "Lejano Oeste", descripción que, tras visitar Puerto Maldonado y sus alrededores, parece bastante acertada. Hasta sus casas de madera desvencijada, sus locales anunciando la venta de alcohol y sus calles polvorientas parecen sacadas de un set de Hollywood.
Pero la minería informal –principal motor de la economía en la región- está causando estragos en el departamento de Madre de Dios, en el sureste de Perú. El oro depositado a lo largo de millones de años en sus suelos y en sus ríos amenaza con transformar este tupido manto verde, rico hasta la saciedad en flora y fauna, en un desierto.
En los últimos años la explotación aurífera aluvial ha crecido sin precedentes. Minas como la legendaria Huepetue e incluso más nuevas, como Guacamayo, son testimonio del impacto de esta actividad en el bosque tropical: desde el aire, en un día despejado, se divisan gigantescos parches sin árboles, inundados de lodo. Huecos inertes en medio de la exuberancia vital de la selva.
Para extraer el oro los mineros dragan los lechos de los ríos y los lagos, revuelven y degradan los suelos de las playas y los bosques, talando los árboles durante este proceso. Al lavar la tierra y las rocas en busca del metal, crean charcos de lodo y agua, modificando completamente la topografía del paisaje.
El mercurio que utilizan para separar las "chispas" de oro de la arenilla contamina el suelo, la atmósfera, las aguas y los peces que alberga. Y, demás está decir, a la población que depende del agua de estos ríos para beber o de sus peces para alimentarse.
Crecimiento sin límites
"El problema ha ido creciendo de forma exponencial, porque no ha habido un control por parte del Estado", dice Carlos Nieto, Jefe de la Reserva Nacional de Tambopata, un parque nacional adyacente a la región minera.
Según una serie de organizaciones no gubernamentales que trabajan en Puerto Maldonado, capital de la región, unas 30.000 personas trabajan informalmente en este rubro. El Ministerio de Medio Ambiente admite que de las 2.800 concesiones mineras otorgadas en la zona, sólo unas 16 cuentan con estudios ambientales.
En un intento por frenar este crecimiento desbordado, este Ministerio junto con el de Minas y Energía, suspendió la entrega de concesiones mineras por un período de dos años.
El ministro de Medio Ambiente, Antonio Brack, reconoció públicamente que "la minería informal es uno de los más grandes problemas ambientales del país". Describió a esta actividad como un "cáncer".
La ley del mercado
Ellos no respetan, hacen lo que quieren, se meten (en la selva). El territorio es tan extenso que nadie se da cuenta”, dice Santos Kaway, presidente del Departamento de Madre de Dios, quien se siente impotente para hacer frente al avance minero.
Pero hasta el momento, ni las declaraciones ni las medidas implementadas por el gobierno parecen haber logrado progresos en el terreno.
Kaway cree que la responsabilidad debe ser compartida, "debe ser una acción conjunta del gobierno central, regional y local". Aunque en última instancia, en su opinión, gran parte del peso recae en el mercado. En un buen sitio se puede extraer en un día y una noche cerca de 20 gramos. El gramo de oro se vende por cerca de US$35.
"Es como el narcotráfico, mientras el oro tenga un buen precio, la gente seguirá bajando de los Andes, donde se vive una situación de extrema pobreza, porque creen que aquí se podrán hacer ricos de la noche a la mañana".
Ni santos ni demonios
En opinión de muchos, el daño que la minería está provocando en la Amazonía es irreversible. "La vegetación vuelve a crecer. Pero es una imitación triste. Una suerte de farsa. Es mucho menos diversa que la anterior”, dice Sara Federman, una investigadora que estudia la regeneración de sitios mineros abandonados.
El alcalde de la provincia de Tambopata (parte del Departamento de Madre de Dios), José Luis Bocángel, es consciente del daño pero difiere en cuanto a la dimensión del impacto.
"Si nosotros analizamos lo que se ha depredado a nivel mundial y lo que se ha hecho en Madre de Dios, esto es chiquito, pequeño. Además, si aquí usted depreda, al año todo está otra vez crecido”, dice el alcalde.
"Usted no va a encontrar un sitio en el que haya trabajado la minería y ahora esté desierto", dice y se apura a señalar, que, aunque esta actividad mueve el 80% de la economía de la región, su gobierno no ve un solo peso en concepto de canon minero, precisamente porque se trata de una actividad informal.
Timothy J. Killeen, autor del libro "A Perfect Storm in the Amazon Wilderness", un libro que explora los cambios que amenazan la biodiversidad en la región amazónica, coincide con que hay que guardar las proporciones cuando se habla del problema.
"En 25 años de actividad minera se ha deforestado una zona de un tamaño equivalente a la superficie que se deforesta en sólo un año en Brasil".
"Es difícil lidiar con ellos", dice Killeen, "pero yo creo que se los está satanizando. Son hombres que trabajan para mandar plata a sus familias. No hay que demonizarlos, hay que trabajar con ellos para mejorar la situación".
Un mal que trae otros males
Víctimas o victimarios, lo cierto es que forman parte de una problemática que excede la temática ambiental.
La proliferación de los campamentos mineros ha dado lugar a un sinnúmero de problemas sociales: se han registrado denuncias de prostitución, trata de menores, condiciones de esclavitud y trabajo infantil.
Para muchos -y en esto coinciden tanto el presidente de la región, Santos Kaway, como el jefe de la Reserva de Tambopata, Carlos Nieto- la única solución sería la intervención del ejército.
A mediados de noviembre, el escándalo de lo que sucede en Madre de Dios se tomó el espacio de las portadas de los principales diarios nacionales. Y el ministro Brack renovó su compromiso para combatir el daño de la minería informal en el sureste peruano.
Su estrategia incluye la posibilidad de declarar zonas de exclusión en Madre de Dios con el fin de salvar al menos el 80% del territorio de actividad minera.
Tanto los ambientalistas como los pobladores de la región, esperan que, en esta oportunidad, las palabras y las acciones produzcan un verdadero impacto.
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