Douglas Tompkins, un ecologista y multimillonario estadounidense, abraza con la mirada la inmensidad de los esteros del noreste argentino, donde compró miles de hectáreas para protegerlas, y donde libra una guerra verde con los productores agrícolas. "¡Se ve hasta qué punto estas tierras están arruinadas!", lanza. Su mirada sobrevoló muchas veces los Esteros del Iberá ("agua que brilla", en guaraní), una inmensa red de lagunas de unos 25.000 kilómetros cuadrados en la provincia de Corrientes, limítrofe con Paraguay y Brasil y la segunda zona húmeda del continente, detrás del Pantanal brasileño. "Esto me permitió tener una visión global", dice este misterioso neoyorquino, que rara vez concede entrevistas, mientras a su alrededor se atarean biólogos, pilotos, responsables de la logística, bajo el ojo indiferente de varios ñandús.
Fundador de las marcas de ropa North Face y Esprit, Doug, como lo llama su equipo, se dedica desde hace casi 20 años a la protección del medio ambiente. Para este deportista de pequeña estatura nacido en 1943, el disparador fue leer al filósofo noruego Arne Naess, padre de la llamada "ecología profunda".
Tompkins ha ido comprando, una tras otra, fincas de cría de ganado para desmantelarlas, liberando a los bovinos para que vuelvan a crecer en los bosques, e introduce especies en peligro de extinción para que reencuentren su hábitat natural. Así, va introduciendo nuevamente especies como el ciervo de los esteros, el oso hormiguero y en poco tiempo más el yaguareté, un felino desaparecido de la región hace décadas.
Tompkins quiere convencer a las autoridades de hacer de este ecosistema tropical extremadamente rico -y de sus 130.000 hectáreas adquiridas alrededor de los esteros en 1998- un parque nacional de 1,3 millones de hectáreas. Se da un plazo de 20 años para conseguirlo. Con su mujer, Kristine, ex responsable de otra marca de éxito, Patagonia, ya donó cientos de miles de hectáreas protegidas en el sur de Chile y de Argentina.
Pero la de los Esteros del Iberá se anuncia como una guerra de desgaste. "La jurisprudencia argentina que protege el agua es muy sólida", se congratula Sofía Heinonen, de 41 años, que dirige el Proyecto Iberá desde la estancia de Tompkins. "Hemos ganado siete juicios". Sobre su mesa, paquetes de octavillas invitan a manifestar a caballo para festejar la última victoria ante la Corte Suprema. El equipo de Tompkins multiplica los juicios contra productores de arroz, acusados de contaminar el agua de los esteros con los abonos químicos.
Los agricultores locales, motor de la economía provincial, no entienden por qué este extranjero viene a decirles cómo comportarse. "No creemos en la historia del millonario filántropo: Tompkins es la máscara del poder del dinero, de los poderosos de este mundo, que quieren apropiarse de los recursos naturales de América Latina", dice Mabel Moulin, portavoz de la Fundación Iberá Patrimonio de los Correntinos. Muchos estancieros levantan las banderas verdes de esta organización en la entrada de sus propiedades. Moulin asegura que la gente humilde es expulsada de las tierras compradas por Douglas Tompkins. "Antes del oso hormiguero o los ciervos, defendemos a la gente", sostiene.
Tompkins sabe que en su lucha, una retirada es tan decisiva como una finta. "Hay que saber de qué lado sopla el viento. A veces, uno sabe que no es el momento de presentar un proyecto", reflexiona.
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