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El planeta en peligro: últimas chances para frenar el cambio climático Imprimir E-Mail
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Noticias - Octubre 2009
Publicado por Administrador   
lunes, 12 de octubre de 2009
Buenos Aires inundada La mitad de la ciudad de Buenos Aires bajo el agua. La mayoría de las poblaciones de la Pampa húmeda desaparecidas bajo enormes lagos salinos. Todo el noroeste sumido en una sequía permanente. El Chocón sin agua por años. La generación de electricidad por energía hidroeléctrica reducida a menos de la mitad. Enormes migraciones hacia la zona cordillerana de la Patagonia en busca de agua. Eso para la Argentina.

El resto del mundo estaría aún en peores condiciones. La mitad de la población mundial no tendría nada que beber. La otra mitad poco que comer. Y no se trata de un film apocalíptico. Es apenas la conclusión del último informe de la Oficina Meteorológica de Gran Bretaña sobre las consecuencias de que no se llegue a un acuerdo para reducir las emisiones de los gases contaminantes que producen el efecto invernadero; que no se firme un nuevo acuerdo que sustituya al de Kyoto antes del 2012 acá en Copenhague. Y hasta hoy, a dos meses de La Cumbre del Medio Ambiente, no hay acuerdo. Hasta este momento todos se comprometen a reducir de alguna manera el dióxido de carbono que sus industrias y sus poblaciones lanzan al aire, pero nadie está dispuesto a aplicar las medidas que implicarían el desembolso de miles de millones de dólares si "el otro" no lo hace primero. "Y no se trata acá de salvar a las focas o las ballenas; se trata de la supervivencia del hombre. Y la gravedad del asunto aún no fue entendida por la gran mayoría de la gente", es la simple explicación de un diplomático español que participa en las discusiones.

La organización Project Sindycate, que reúne las firmas de algunos de los intelectuales y periodistas más destacados del mundo para promover el intercambio de ideas, concentró este fin de semana en la capital dinamarquesa a líderes que van desde Tony Blair hasta George Soros y Joseph Stiglitz, para poner presión a los presidentes de las grandes potencias que aún no definieron su posición o que padecen luchas internas para no firmar el acuerdo. "Si no hay acuerdo, el futuro de la Humanidad será puesto en duda", aseguró Blair en su discurso.

La conferencia fue inaugurada en el magnífico edificio de la ópera de Copenhague, a orillas del Báltico, por el ex secretario general de la ONU, Kofi Annan, y el presidente de la Unión Europea, el portugués José Manuel Barroso. Sus presentaciones no pudieron ser más pesimistas. A pesar de intentar poner buena cara ante las negociaciones que se llevan a cabo en todo el mundo en los 58 días que faltan hasta la crucial cumbre de Medio Ambiente, Barroso lanzó un "estoy muy preocupado, estamos al borde de no llegar a ningún acuerdo". Annan, despojado del peso de la burocracia de Naciones Unidas, dijo que "dado la escala de la amenaza, las negociaciones son dolorosamente lentas".

Estados Unidos y China, los dos países más contaminantes del planeta -con un 20% de las emisiones cada uno-, se comprometieron ante la última asamblea de las Naciones Unidas en Nueva York a hacer esfuerzos para reducir la producción de dióxido de carbono, aunque siguen muy lejos de las proporciones que ya asumieron la Unión Europea (UE) y Japón. La llegada de Barack Obama al poder trajo una gran esperanza de cambio en todos los sentidos, y particularmente con respecto al medio ambiente. Pero Estados Unidos sigue siendo Estados Unidos y el poder permanece repartido entre la Casa Blanca y el Congreso, dominado por legisladores que tienen que responder primero a los industriales de sus distritos. La Cámara de Representantes aprobó en junio por una pequeña mayoría un proyecto para reducir los gases en un 17% con respecto a los niveles del 2005. La ley ahora está en el Senado pero no se prevé que vaya a salir antes de la cumbre de diciembre, si es que alguna vez es aprobada. De todos modos se trata de un esfuerzo demasiado modesto, si tenemos en cuenta que el resto de los países habla de recortar un 20% o 25% de las emisiones con respecto a 1990. La Unión Europea y Japón se comprometieron a esto. Y mientras la UE ya redujo en los últimos cinco años sus emisiones de dióxido de carbono en un 2,7%, Estados Unidos las aumentó en el mismo período en un 18%.

China es el mayor emisor del mundo pero sostiene argumentos de doble lectura. Si se dividen las emisiones de carbono por habitante, un chino emite cinco toneladas al año, mientras un estadounidense lanza 20 y un europeo 10. Y si se toman en cuenta los niveles desde la revolución industrial -que es cuando comienza todo el problema- China está aún más lejos de sus competidores. De todos modos, el gobierno de Beijing sabe que no puede continuar con los altísimos niveles de contaminación que padece el país. Y Estados Unidos no puede permitir que su principal competidor económico en el mundo mantenga ventajas por sobre su industria.

En las principales negociaciones aparecen también Brasil e Indonesia, que son los mayores contaminantes del mundo por deforestación y quema de selvas para aumentar las tierras de pastoreo del ganado. Brasil ofreció detener la tala en la Amazonia en un 70% en los próximos diez años, siempre y cuando los países desarrollados compensen económicamente al país por las pérdidas que la medida le podría implicar. Y aquí aparece en la ecuación el tema de la compensación. ¿Cuánto dinero estarían dispuestos a entregar los países desarrollados a los que aún se encuentran en vías de desarrollo para que dejen de contaminar como ellos lo hicieron hasta ahora para poder mantener su crecimiento? Por ahora nada. Probablemente este tema permanezca oculto debajo de la mesa de las negociaciones. Los economistas Chris Green e Isabel Galiana de la McGill University calcularon que la única manera de corregir los desniveles del cambio climático en un siglo y dejar a las futuras generaciones un planeta limpio sería invirtiendo 100.000 millones de dólares al año en investigación de energías no basadas en el carbono. De esta manera -dicen los profesores en su trabajo presentado en Copenhague¿por cada dólar invertido en investigación de energía renovable se evitaría gastar 11 dólares por los daños climáticos. Y para esto proponen la creación de un impuesto mundial de bajo costo a las emisiones de carbono. Quien más contamine contribuirá en mayor medida con fondos para investigar nuevas energías.

"Un fracaso en Copenhague sería moralmente inexcusable, económicamente miope y políticamente torpe", dijo Ban Ki-moon, el secretario general de la ONU. "Tenemos que actuar de forma tal que no permitamos que lo perfecto se convierta en enemigo del progreso", le respondió Obama. Y Hu Jintao, el presidente chino, no fue menos directo: "Los países en desarrollo necesitan hacer un equilibrio entre el crecimiento económico, el desarrollo social y la protección del medio ambiente". Con estas palabras es difícil pensar que el 20 de diciembre se pueda firmar el tan ansiado acuerdo por el que todas las naciones se comprometen a reducir en un 50% las emisiones de dióxido de carbono para el 2050 sobre los niveles de 1990, con el objeto de evitar que la temperatura global suba más de dos grados centígrados. En ese contexto, el primer objetivo se debería cumplir en el 2020. Por lo pronto Japón, con su nuevo gobierno demócrata, sorprendió al elevar su oferta del 8% a 25% por debajo de los niveles de 1990 para dentro de once años. La UE se comprometió a bajar sus emisiones en un 30% si los demás países industrializados hacen lo mismo.

La mayoría de los expertos en cambio climático aseguran que si se llegara a superar el promedio de aumento en la temperatura de dos grados se pondría en riesgo el equilibrio de todo el sistema. Por ejemplo, si se llegara a un aumento de cuatro grados -como muchos predicen para el 2070- la temperatura de la Antártida y el Ártico podría subir en más de 15 grados, terminando de derretir los hielos; en el sur de Asia las lluvias aumentarían más de un 20% inundando buena parte de sus suelos, y África quedaría reducida a un enorme desierto. Ban Ki-moon lo describió así: "la suba de las temperaturas incrementará la presión sobre los alimentos, el agua y la tierra; revertirá décadas de crecimiento; exacerbará la pobreza, terminará con los gobiernos débiles y desestabilizará a los Estados". El Premio Nobel y ex presidente costarricense Oscar Arias aseguró que "se está poniendo al borde del precipicio al planeta". Y el presidente francés Nicolás Sarkozy dijo que "somos la última generación que puede producir el cambio".

Un cambio que no será nada fácil de introducir en un mundo que pasó de pronto de tener un ritmo de crecimiento de unos 420.000 habitantes cada año en los 18 siglos anteriores a la Revolución Industrial a otro de 70 millones anuales en los últimos 50 años. En la Tierra había 2.300 millones de personas en 1950; hoy llegamos a 6.700 millones. Esto sin hablar, por ejemplo, de los autos que manejamos. Hay hoy más de 600 millones de automóviles rodando por el planeta. Pero con el desarrollo que están teniendo las economías de China e India, para mediados de este siglo la cifra se multiplicará en al menos cinco veces. Y si los fabricantes de esos 3.000 millones de autos no adoptan todos juntos las nuevas tecnologías de motores eléctricos no contaminantes, el ritmo del calentamiento global se podría acelerar hasta velocidades en las que ya no podamos controlar.

El control es, precisamente, otro de los grandes temas de discusión. Si el gobierno de un país se compromete a reducir las emisiones de gases contaminantes y surge un nuevo gobierno que no está de acuerdo y no lo cumple, ¿cómo se castigará a ese Estado? Algunos hablan de la creación de una policía mundial anticontaminación, una especie de Interpol de expertos en diversos temas ambientales que monitoreen las emisiones de dióxido de carbono por el mundo. Pero no hay ningún consenso al respecto, y la mayoría de los países cree que se trataría de una injerencia en asuntos internos.

Los países productores de petróleo -elemento que al quemarse se convierte en el más contaminante del planeta- tampoco quieren ninguna modificación a las legislaciones internacionales que rigen el comercio del crudo, y mucho menos aceptarían la intromisión de una policía ecológica. Pero los expertos aseguran que si no se imponen restricciones y se derogan los subsidios a las energías fósiles contaminantes que rigen en la mayoría de estos países petroleros, la degradación del medio ambiente continuará al ritmo presente.

En tanto, en los cines del mundo se acaba de estrenar una película muy significativa que muestra un mundo devastado por el calentamiento en el 2055, y en el que su protagonista se lamenta: "Podríamos haberlo evitado. Pero no lo hicimos". Su título es La Era de la Estupidez.

Fuente: Clarín.com

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