La salud de los océanos es cada vez más delicada. Se mueren. Su diagnóstico empeora a medida que sus principales enfermedades continúan avanzando sin una posible cura efectiva a la vista. La sobrepesca indiscriminada, la contaminación y los efectos del cambio climático, son las bestias negras del ecosistema marino, cada vez más indefenso y amenazado fundamentalmente por la acción humana. Es aquí, en los 1.400 millones de kilómetros cúbicos de agua y los 370 millones de kilómetros cuadrados donde se originó la vida, y es aquí donde está empezando a desaparecer.
Según uno de los informes de Oceana -organización dedicada a la protección y recuperación de los océanos- en los últimos siglos al menos 1.200 especies marinas se han extinguido. Además, el 70% de los mamíferos marinos se encuentran amenazados; las ocho especies de tortugas están en peligro de extinción; cientos de miles de aves marinas mueren cada año a causa de las mareas negras y pesquerías; y el 58% de los arrecifes tropicales de coral están deteriorados.
Al igual que sucedió en la reciente Asamblea de la ONU sobre cambio climático -en la que volvió a quedar patente la intención de luchar contra el calentamiento global, pero también la falta de compromisos y propuestas concretas para ello- los encuentros internacionales para la protección de los océanos tampoco sirven para otra cosa que para insistir una y otra vez en las reivindicaciones de las organizaciones ecologistas y los gobiernos en política pesquera y medioambiental. Buenas intenciones y peor eficacia.
Ecosistemas marinos cada vez más deteriorados
A pesar de la capacidad regeneradora de los mares, su deterioro es un hecho, y con él, el de la mayor parte de los ecosistemas del planeta, de los que son dependientes. Su papel regulador de las temperaturas y de intercambiador atmosférico -a través de las algas y plantas marinas- es fundamental pero cada vez más ineficaz a causa de la gran cantidad de CO2 acumulado en la atmósfera.
Pero sin duda, el mayor de los impactos lo reciben los seres vivos, auténticas víctimas de la sobrepesca y la contaminación de las aguas. La cadena trófica se ha visto enormemente alterada y, aunque no pueden sacarse conclusiones a nivel global -puesto que la gravedad de los daños depende de las condiciones de las zonas afectadas y los niveles de impacto a los que se ven sometidas-, la extinción de especies es preocupante.
Según fuentes de Oceana, el 90% de los grandes predadores han desaparecido, pero a pesar de que las especies intermedias deberían haber incrementado sus poblaciones, también son víctimas de la sobreexplotación. Los únicos que escapan a los impactos antrópicos son los invertebrados. Sin embargo, en otros sistemas como bahías o estuarios afectados por altas concentraciones de fosfatos y nitratos, proliferan las algas y el fitoplancton. La drástica disminución en los niveles de oxígeno afecta a gran número de especies convirtiéndose en lugar habitable únicamente para las bacterias.
Además, los últimos estudios de la FAO apuntan que el 10% de los stocks pesqueros está agotado, cerca del 18% está sobreexplotado y entre el 45 y el 50% está al límite de su rendimiento. La continua presión sobre los escasos recursos ha dado lugar a que muchas pesquerías del mundo estén literalmente colapsadas. Cientos de embarcaciones de gran tonelaje llegan a triplicar el volumen de capturas autorizadas, sobre todo de especies cotizadas como el atún rojo, la merluza negra o el pez espada. Aunque este tipo de flotas faenan con banderas de países como Sierra Leona, Belice, Honduras o Chipre -países que no respetan los tratados internacionales-, muchas de ellas son propiedad de empresas europeas, japonesas, chinas o coreanas.
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