 Hace
unos días se celebró el Día Mundial de los Océanos, donde se llamó la
atención sobre la compleja situación actual de los ecosistemas marinos
y de algunas especies en particular. Una de ellas, que si bien no
despierta mucho cariño por los seres humanos son los tiburones, ya que
durante muchos años han sido catalogados como los asesinos de los
océanos. Reputación que se acrecentó debido al protagonismo en el cine,
donde se les mitificó como bestias devoradoras de hombres.
Sin embargo, con el tiempo, la ciencia ha revelado aspectos de su vida,
principalmente de su reproducción, comportamiento y hábitos
alimenticios, que demuestran que la mayoría de las especies
pertenecientes a este grupo no son de mayor riesgo para el ser humano.
Las investigaciones han revelado que la gran mayoría de los tiburones
son longevos, de crecimiento lento, con madurez sexual tardía y con
poca descendencia al final de un largo período de gestación. Por lo
tanto, una captura indiscriminada y en aumento puede ser crítica en la
conservación de estas especies.
Además se ha demostrado que los tiburones cumplen un papel importante
en el ecosistema oceánico manteniendo el equilibrio ecológico y
situándose en la cúspide de la pirámide alimenticia. Y al actuar como
carroñeros de animales muertos o moribundos ayudan a eliminar los
restos e impiden la propagación de enfermedades. Pero este equilibrio
podría estar en peligro, ya que el “Plan de Acción Internacional de la
FAO para los tiburones” ha reconocido su vulnerabilidad ante la pesca
comercial, con lo que se pueden plantear impactos perjudiciales a largo
plazo o incluso la posible extinción de algunas especies marinas.
El año pasado, Chile exportó 53 toneladas de aletas de tiburón, lo que
equivale a la muerte de unos 4 mil 500 escualos en todo el territorio.
Además de la extrema crueldad de esta práctica, que consiste en mutilar
las aletas y cola de los tiburones vivos, para luego ser arrojados en
alta mar. A esto se suma que la exportación de aletas es un negocio
sumamente lucrativo que sólo en 2004 representó 2 millones y medio de
dólares para las pesqueras chilenas.
Según datos aportados por Oceana, el kilo de aleta de tiburón puede
alcanzar los 15 mil pesos chilenos en el mercado internacional, en
cambio, el resto de su carne ronda apenas los 300 pesos por kilo, esto
explica por qué los pesqueros prefieren mutilarlos y devolverlos vivos
al mar para que mueran por desangramiento. Desde el año 1997 a la
fecha, se han exportado mil 200 toneladas de aletas de tiburón, lo que
indica que más de 100 mil ejemplares de tiburones mako, azules,
blancos, sardineros y pejezorros han sido víctimas de esta actividad.
De esta manera, vemos en la actualidad como estos depredadores marinos
que en algún momento fueron famosos como supuestos “asesinos de
hombres”, son víctima de su antigua presa y, ante esta amenaza, ni
siquiera pueden gritar para pedir auxilio.
Incluso la mayoría de las especies capturadas se encuentran en
condiciones de vulnerabilidad, y existen además tratados
internacionales como la Convención Internacional de Especies Amenazadas
(CITES), adscritos por Chile que regulan y sancionan la caza de
especies en peligro, como el caso del tiburón mako y el blanco. Por
ello se vuelve necesario una mayor regulación de esta actividad, la que
debe comenzar por una mejor fiscalización y un mayor conocimiento de
las especies capturadas, especialmente en términos de la biomasa
existente en el territorio marítimo chileno, para llegar
definitivamente a la prohibición de su captura y de la cruel práctica
de cercenamiento a la que se lo somete.
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