El
norte de la provincia está enfrentando condiciones climáticas extremas.
En algunos lugares, no llueve desde hace meses. Los pronósticos indican
que el futuro será aún más adverso.
El centro-norte de la provincia de Santa Fe está atravesando un largo
período de sequías, a partir de la prolongada ausencia de lluvias. El
panorama ya provocó la reacción de los productores agrícolas, que ven
peligrar sus rindes y -sobre todo- perciben que el futuro puede ser
todavía peor.
"Estamos atravesando un ciclo de sequía que tiene un poco más de cuatro
años", explicó el Dr. Norberto García, docente e investigador de la
Facultad de Ciencias Hídricas (FICH) de la Universidad Nacional del
Litoral (UNL). "El problema se agrava porque venimos arrastrando un
déficit de agua de varios meses a esta parte; a esta altura, si uno
hace un balance hídrico de este año en el nordeste argentino,
seguramente va a ser negativo", agregó el investigador.
Aunque parece que lo peor está pasando, distintos pronósticos indican
que, en realidad, lo peor está por venir. Para el 2040, la temperatura
"va a subir al menos un grado", anticipó García, y se agudizarán las
condiciones de sequía. Justamente, una de las variables que se maneja
para el futuro climático en la región pronostica que en las regiones
más lluviosas se incrementarán aún más las precipitaciones (en Santa
Fe, la región centro-sur), y que en las más secas estos eventos se
espaciarán, lo que complica particularmente al norte de la provincia.
Si en este contexto, consideramos el desmonte del que fue testigo el
norte santafesino, "se espera que haya un aumento de desertificación de
las tierras", indicó la Dra. Silvia Imhoff, investigadora y docente de
la Facultad de Ciencias Agrarias (FCA) de la UNL.
"Cuando se elimina la vegetación natural, el suelo queda más expuesto a
la acción de factores externos (clima, animales, hombre). El aumento de
temperatura y la remoción intensa del suelo favorecen la degradación de
la materia orgánica del suelo, factor esencial para el mantenimiento de
su fertilidad. Si a esto le sumamos la disminución de precipitaciones
que ocasionarán pérdidas de productividad de los cultivos, y por lo
tanto menor reciclaje de nutrientes, resulta fácil prever el deterioro
de la capacidad productiva de las tierras, que puede alcanzar un estado
de empobrecimiento difícil de recuperar".
La erosión
Sumado al proceso de desertificación, los territorios rurales presentan
otro problema: la grave erosión de los suelos, producto de lluvias
importantes y de las talas indiscriminadas. Actualmente, más de
60.000.000 hectáreas están sujetas a procesos erosivos de moderados a
graves, y cada año se agregan 650.000 hectáreas con distintos grados de
erosión, según datos oficiales.
"En las zonas con pendiente, la erosión preocupa especialmente", indicó
el Ing. Roberto Marano, docente e investigador de la FCA. Cuando el
suelo está expuesto, sin vegetación, cada lluvia "lava" la superficie y
le "quita" capas que son muy difíciles de reponer. En estos casos,
"todo el horizonte fértil del suelo se pierde; ese proceso se puede
prevenir con prácticas especiales, pero el suelo no se puede regenerar".
"El problema preocupa sobre todo en zonas como Misiones o Entre Ríos,
que pueden tener un mayor régimen de lluvias y a su vez cuentan con
pendientes importantes y zonas desmontadas", advirtió el investigador.
Pero también "puede ocurrir en áreas con pendientes suaves, como las
presentes en la provincia de Santa Fe, si el suelo está sin vegetación
y se encuentra compactado", agregó.
El problema es el modelo
Santa Fe fue testigo en los últimos años de una acelerada
transformación del horizonte rural, fundamentalmente a partir de la
introducción en forma masiva del cultivo de soja. Desde los "90, la
superficie sembrada en nuestra provincia creció de manera continua, y
se extendió hacia territorios naturalmente no aptos para la agricultura.
"Hace una década, desmontar miles de hectáreas y cultivarlas con
maquinarias de gran porte se convirtió en una práctica habitual porque
las cosechas representan un alto retorno económico para el productor.
Pero en ese momento nadie pensó en el futuro", indicó Marano.
Hoy, los mismos productores que vieron crecer sus ganancias con
cosechas de soja para exportación, comprueban que los réditos no serán
para siempre. Y que si los regímenes de lluvia varían -tal como indican
los próximos escenarios- las tierras podrían no rendir lo suficiente.
"En los "90, se dio un período de lluvias importante, pero desde hace
tres años el régimen de precipitaciones está retornando a sus valores
históricos, sensiblemente menores. Como consecuencia, los rendimientos
de soja cayeron, y los productores se encuentran con una estructura
productiva que ya no es tan rentable como antes", dijo Marano.
Las salidas
"Deberían implementarse políticas de ordenamiento territorial para que
las tierras en las regiones subhúmedas de la provincia (en donde se
prevén las disminuciones de lluvias) se destinen al cultivo de especies
más tolerantes a esas condiciones y que también tengan valor
comercial", indicó Imhoff.
Además, "se debería considerar la incorporación de otros sistemas de
producción, como los lecheros, los ganaderos y silvopastoriles, aunque
tienen la contrapartida de que necesitan más tiempo para generar
producción. Son sistemas que no ofrecen retorno económico en el corto
plazo: hay que esperar varios meses y años", agregó Imhoff.
En muchos casos, "los productores abandonaron actividades de este tipo
para destinar las tierras a los cultivos; desactivaron la estructura
productiva ganadera para hacer soja, y volver atrás en todo es un
cambio importante que implica una inversión enorme", advirtió.
La solución, según los investigadores, radica en aplicar políticas
específicas que orienten a los productores a desarrollar sistemas
productivos acordes con la capacidad productiva de las tierras y en
función de lo que deparan las condiciones climáticas en la región.
"Sería deseable que si se advierte que los cambios climáticos se van a
producir, se generen políticas de ordenamiento del territorio
provincial para evitar que se llegue al extremo de desertificar.
Fuente: Romina Kippes - UNL - El Litoral
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